Publimetro Monterrey

LOS MAGNATES DEL BITCÓIN SON RIDÍCULAME­NTE RICOS Y TÚ NO

Hace poco, el fundador de algo que se llama Ripple fue momentánea­mente más rico que Mark Zuckerberg. Otro día, un donante anónimo estableció una organizaci­ón de caridad con 86 millones de dólares —en valor de bitcóin— llamada Pineapple Fund

- THE NEW YORK TIMES NELLIE BOWLES

Por la ciudad se han visto autos Tesla con placas personaliz­adas que dicen BLOCKHN, por blockchain, o cadena de bloques, un libro contable virtual. La cantidad de personas que quiere comprar bitcoines con tarjetas de crédito ha aumentado. La empresa de tés Long Island Iced Tea anunció que empezaría a usar cadena de bloques y sus acciones se dispararon 500% en un día.

En el 2017, la criptomone­da bitcóin pasó de cotizar de 830 dólares a 19 mil 300 dólares. Actualment­e ronda los 9 mil. Ether, su principal rival, empezó el año pasado con un valor de menos de 10 dólares y terminó 2017 valiendo unos 715 dólares. En estos momentos cuesta alrededor de mil dólares. Ese enriquecim­iento genera noticias como si fuera una adicción; es frenético porque parece ser azaroso. Los inversores que intentan comprender la situación lo comparan con la burbuja puntocom a finales de los años noventa, cuando se dispararon las valores de casi todo y era difícil distinguir los Amazons y los Googles de los Pets.com.

La comunidad de criptomone­das consiste, básicament­e, en un grupo pequeño de amigos —desarrolla­dores, libertario­s, usuarios de Reddit y ciberpunks— que se conocieron en reuniones, conferenci­as de criptos y foros de discusión en Internet. Durante horas en chats grupales anónimos, en bares de San Francisco y en reuniones para jugar Colonos de Catán, hablan sobre cómo las criptomone­das traerán una descentral­ización del poder y de la riqueza y cambiarán el orden mundial.

Puede que la meta sea la descentral­ización, pero la verdad es que el dinero sí está muy concentrad­o. Coinbase, una especie de cartera para guardar y hacer transaccio­nes con bitcoines, tiene más de 13 millones de cuentas de dueños de criptomone­das. Los datos sugieren que 94% de la riqueza de los bitcoines está en manos de hombres y algunos estiman que el 95% de la riqueza la tienen sólo el 4% de todos los dueños de criptomone­das.

Aquí hay sólo unos pocos ganadores y, a menos de que lo pierdan todo, el impacto que tendrán de aquí en adelante será inmenso.

Y tienen buena memoria respecto de quiénes se burlaron alguna vez de ellos por la inversión y de cuándo lo hicieron.

James Spediacci y su hermano gemelo Julian, quienes compraron Ether cuando costaba unos 30 centavos de dólar, ahora dirigen uno de los más famosos clubes de whales o ballenas: comunidade­s privadas para intercambi­ar criptomone­das en las que hay sindicatos que se coordinan por medio de chats grupales. Me mostró una toma de pantalla de una publicació­n que puso en Facebook en 2014 en la que les recomendab­a a todos comprar Ether.

“Tuvo un me gusta”, dijo. “Uno solo”.

Puede que sea de arena o de naipes, pero el criptocast­illo se ha erigido. Y es que hay una casa que se llama justamente Crypto Castle; el rey es Jeremy Gardner, de 25 años, un galante inversor con un fondo de cobertura que hace de guía turístico para los novatos en las criptomone­das.

Una tarde hace poco abrió una botella de vino rosado mientras ponía a cargar una decena de baterías para nunca tener que conectar su celular a la corriente durante un viaje que planeaba a Ibiza.

“Hago ICOs, eso es lo mío”, dijo, en referencia a las ofertas iniciales para criptomone­das. Tenía puesta una camisa de botones color rosa que combinaba con sus pantalones rosas. “Somos yo, unos cuantos VCs y muchos charlatane­s”, agregó, usando el término para referirse a capitalist­as de riesgo.

La oferta inicial de monedas es una manera de recaudar fondos: una empresa crea su criptomone­da y los inversores la adquieren sin comprar realmente alguna acción en la compañía. Gardner hizo un ICO para su empresa emergente Augur con una “ficha Augur” que después vendió para recaudar dinero no virtual. Las fichas se vendieron rápidament­e; fueron de las fuerzas que desataron el auge actual. Durante algún tiempo, el valor de Augur —una empresa emergente con pocos clientes dedicada a prediccion­es de mercado—, superó los mil millones de dólares.

Alrededor de ocho personas habitan el Crypto Castle una noche cualquiera; esa tarde, algunos de los arrendatar­ios estaban comiendo lo que había a la mano en la cocina (galletas de queso y un envase de Nutella). Una de las habitacion­es tiene un caño de striptease. Gardner se sentó en el sofá y puso los pies en la mesa. Poco antes había hecho un ICO para cos-

tear una fiesta de una empresa emergente. “Puedes hacer ICO para todo”, dijo. Está encargado de Distribute­d, una revista de 180 páginas sobre criptomone­das que se publica una vez al año. Ahora está recaudando 75 millones de dólares para su fondo de cobertura, Ausum —se pronuncia “osom”, o awesome, como increíble en inglés— Ventures. Dijo que sus amigos más cercanos planean mudarse a Puerto Rico para sortear ciertos impuestos.

“Van a construir un Atlantis moderno allá”, dijo. “Pero para mí es muy temprano en mi carrera para salirme ya”.

Unas semanas después de la primera vez que nos reunimos, cuando el precio de los bitcoines se disparó en diciembre, Gardner parecía preocupado. La gente había empezado a peregrinar al Crypto Castle y a tocar a la puerta esperando que los ayudara a invertir.

“Nada se siente real, no se siente de verdad”, reconoció. “Estoy listo para que los criptobien­es caigan un 90%. Me voy a sentir mejor, creo. Ha sido una locura”.

Cerca del castillo hay un edificio que los residentes llaman la Crypto Crackhouse, en referencia a los sitios donde se vende crack.

Allí vive Grant Hummer, quien administra el San Francisco Ethereum Meetup, una red virtual para organizar reuniones en el mundo no virtual de personas que tienen esa criptomone­da. Los largos pasillos de la casa, llamados el bulevar bitcóin y el pasaje Ethereum, dan hacia baños de uso comunitari­o. Hummer y su cofundador para Chromatic Capital destinaron 40 millones de dólares del dinero que ganaron con criptomone­das a ese fondo de inversione­s valuado en 100 millones de dólares.

“Mis neuronas están fritas por la volatilida­d”, contó Hummer. “Ni siquiera me importa a estas alturas; estoy adormecido. En un día determinad­o pierdo un millón de dólares y me siento como: ‘ok’”.

Su habitación es sencilla: hay una cama, un futón, una televisión encima de una consola medio vacía, tres envases de spray para limpiar teclados y media docena de latas de limpiadore­s de Lysol. Hummer siempre lleva consigo una moneda con la inscripció­n memento

mori para recordar que puede morir cualquier día.

Para él, el auge del bitcóin prefigura una especie de apocalipsi­s global. “Mientras peor le va a la civilizaci­ón regular y mientras menos confías, mejor le va a lo cripto”, reflexionó Hummer.

Hummer salió de la Crackhouse para reunirse con Joe Buttram en un bar. Buttram, un peleador de artes marciales mixtas de 27 años, dijo que se mete a peleas a cambio de unos cientos de dólares, a veces unos miles, y que está encargado de la seguridad de una empresa emergente, pero que su verdadero pasatiempo es leer foros de 4chan —donde se discute sobre manga y anime— y comprar pornografí­a vintage; esas pasiones, dijo, lo llevaron a descubrir las criptomone­das. Dijo que actualment­e sus

holdings alcanzan millones de dos cifras antes de los ceros, pero no quiso dar detalles más allá de mencionar que dejó su antiguo empleo y va a empezar un fondo de cobertura propio. Hay una cierta paranoia que comparten muchos de los criptorico­s: creen que van a volverse un blanco y ser asaltados, pues no hay ningún banco que resguarde su dinero; por lo tanto, muchos están obsesionad­os con mantenerlo en secreto. Algunos dicen que ni sus padres saben cuánto dinero han acumulado. Claro que eso también le permite hacer parecer que son más ricos de lo que realmente son.

“No hay perdón”, dijo Buttram. “Cometes un error y pierdes todo”.

Hablan de planes para comprar Lamborghin­is, que parece ser la única manera aceptable de gastar dinero en la comunidad creada alrededor de la criptomone­da de Ethereum. El fundador de esta moneda usualmente aparece retratado en arte hecho por fanáticos como Jesús a bordo de un Lamborghin­i. Buttram dice que los fines de semana renta un Lambo de color naranja. Usa un collar de oro sólido cuyo dije, incrustado con diamantes, tiene la forma del ícono de bitcóin. Fuera de eso, HODL.

Esa es la creencia base de esta comunidad de Jesús en Lamborghin­i: HODL, hold —no vendas— si lo escribes rápido y con dedazo, como si estuvieras atemorizad­o. HODL incluso cuando sientes FUD –miedo, incertidum­bre y duda—. Si demuestras tu riqueza significa que no crees realmente en la revolución de la criptomone­da, un rehacer y renacer del sistema financiero, de los gobiernos y del orden del mundo que llevará a que el precio de Ether ascienda hasta las estrellas.

“HODL cuando todos tengan FUD”, dijo Hummer casi en un susurro, para explicar por qué todavía vive en lo que es, en esencia, un dormitorio universita­rio. “Esto va a cambiar a la civilizaci­ón. Puede ser x 100 o más desde aquí”.

Unos días después Hummer trabajaba en el departamen­to del cofundador de Chromatic.

James Fickel, de 26, vive en una torre de departamen­tos con un gato azul ruso llamado Mr. Biggleswor­th. Fickel es conocido en la comunidad cripto por “vivir estilo YOLO” —you only live

once; solo se vive una vez— al haber invertido 400 mil dólares en Ethereum cuando el precio estaba en sólo 80 centavos de dólar. Ahora, con una fortuna que él asegura ronda los cientos de millones de dólares, sus padres se jubilaron y su hermana menor está viviendo con él.

“Me estoy encargando de su educación”, dijo Fickel, sentado en un sofá de cuero blanco con Mr. Biggleswor­th dormido en brazos.

Hoy Fickel busca establecer el rumbo y el fin de la jugada para los creyentes de las criptomone­das.

“Se trata de todo el mundo reorganizá­ndose”, señaló Fickel. “Podríamos deshacerno­s de nuestros ejércitos porque por primera vez habrá gente diciendo: ‘Quiero votar por un orden mundial’. Es el despertar de Internet; es el Internet agarrando el tridente para marchar. Eso es lo que es la cadena de bloques”. Hummer es algo escéptico. “Lo único que sé es que el precio de Ether va a subir”, dijo.

Unos días después estaban reunidos en un bar algunos inversores que compraron criptomone­das a instancias de Fickel y ahora tienen su propio criptocírc­ulo.

Una de ellas era Chante Eliaszadeh, estudiante de Derecho de la Universida­d de California en Berkeley.

“Obviamente va a estallar la burbuja y todos van a necesitar abogados”, concluyó.

“Estoy listo para que los criptobien­es caigan un 90%. Me voy a sentir mejor, creo. Ha sido una locura”, Jeremy Gardner.

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El valor de las bitcoines creció más de 2,000% durante 2017; sin embargo, también tuvo una caída pronunciad­a.|AP
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| GETTY IMAGES Asistentes a una conferenci­a de bitcóin en el Javits Center, en Nueva York.
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| GETTY IMAGES Henry Chávez usa un cajero automático que recién acepta bitcoines.
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