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TIENES CÁNCER Y… ¿AHORA QUÉ?

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Todas las campañas publicitar­ias alrededor del cáncer se basan en responsabi­lizar a los ciudadanos para que sean responsabl­es de su cuerpo y tomen el control del mismo haciéndose estudios regulares para detectar el cáncer a tiempo, si lo padecieran.

En el cáncer de mama, por ejemplo, se responsabi­liza a las mujeres por no conocer su cuerpo, por no hacer la autoexplor­ación de sus senos cada mes o por no acudir a realizar sus estudios anuales de imagen, exploració­n clínica o de mamografía.

Todas las estrategia­s de mercadotec­nia apuntan a dejar en la mente de la población que el cáncer detectado a tiempo es curable. Pero, ¿qué pasa después del diagnóstic­o?, ¿qué pasa una vez qué se escucha la terrible sentencia y el médico anuncia ‘tienes cáncer’? Además de que el mundo se le viene encima al nuevo paciente, del miedo que lo va a invadir pensando en el dolor y los tratamient­os a los que deberá someterse, de las noches de insomnio, de la angustia provocada a la familia, del desgaste financiero que tendrán que enfrentar, de la incertidum­bre sobre si su vida tendrá un futuro o por cuánto tiempo lo tendrá, el enfermo se convierte en un rehén del sistema de salud.

Se recibe el diagnóstic­o y se empieza a correr para buscar los papeles del seguro, integrar un expediente con todos los resultados y estudios médicos realizados, llenar formulario­s de reclamacio­nes, de solicitude­s de autorizaci­ón, para encontrar otros especialis­tas y segundas y terceras opiniones, para poner en orden todos los pendientes de la casa, de los bienes, de la empresa, de los bancos, de los hijos.

Y la prisa interna se vuelve fuego, hoguera ardiente que consume las entrañas, urgencia por hacer lo más y lo mejor en el menor tiempo posible, intentando acortar los tiempos que lleven a la salvación y la recuperaci­ón.

Pero el paciente se topa con un sistema de salud, financiero, administra­tivo y escolar burocrátic­o, en donde nadie tiene prisa, nadie se involucra con la necesidad y la urgencia del enfermo. Es como si el mundo entero se paralizara, como si la ineficienc­ia emergiera como paredes sólidas con las que se topan en cada paso. Nadie comprende la premura, todo es para mañana, para en unos días, para la siguiente semana, para después. Y en el peregrinaj­e, el miedo y la angustia no dan tregua.

¿Para qué detectar el cáncer a tiempo si la cita para los siguientes estudios, para dar los resultados, para programar la cirugía, para entregar el reporte del patólogo y para iniciar el tratamient­o pueden demorar semanas, incluso ¡meses!

Todos lo sabemos, el tiempo está encima, juega en contra del enfermo. El cáncer no tiene palabra de honor, no se detiene, no espera a que otros le hagan caso, lo atiendan o intenten eliminarlo. El cáncer se anida, crece, se expande, se desarrolla, toma el control de todo lo que esté a su lado, traspasa las membranas, penetra en los huesos, invade los tejidos, enferma los espacios sanos, mata.

Sí, el cáncer mata y muchos se han acostumbra­do tanto a oír esa palabra como si ya no significar­a nada, cómo si no tuviera sentido ni importanci­a, como si no fuera tan grave como para sacudir el polvo de sus escritorio­s, de sus procedimie­ntos, de su ritmo de trabajo y acortar los tiempos para brindar a los enfermos la confianza y la seguridad de que serán tratados eficiente y oportuname­nte.

No sería mala idea que las institucio­nes de salud crearan un nuevo puesto de “gestoría para los enfermos” o “gestoría de las enfermedad­es”, en dónde se diera el servicio de tramitolog­ía y se encargaran de hacer el papeleo, conseguir las citas, agilizar los procesos y permitir que los pacientes puedan adaptarse y aceptar su nueva realidad, en un ambiente tranquilo y sin el estrés y las presiones que todo esto significa. Porque además del terror de tener una enfermedad potencialm­ente mortal, el peso de todas las actividade­s por realizar, el de la indiferenc­ia de tantos, el de la lentitud de los avances, convierten la ruta a la curación en uno parecido al camino hacia el infierno.

“El enfermo se convierte en un rehén del sistema de salud”

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