“Cuando yo sea grande…”
¿Quién no soñaba de chiquita con ser grande? Esa imagen que teníamos todas de lo fantástico que debía ser adulto, todo iba a ser glamour, diversión y los chocolates que quieras a la hora que se te antojen… ¿no?
Nadie nos dijo que “ser adulto” era tener ochenta mil responsabilidades, vivir con estrés y colitis, pagar impuestos, llenar un sinfín de formatos confusos y saludar con sonrisa a la conocida que te topas, aunque estés del peor humor por alguna responsabilidad de esas padrísimas de ser grandes. Ahorita las enlistamos, no se agobien, pero tampoco habrá que amargarnos, todavía es muy temprano para eso -favor de leer esto último con tono de duda-.
Ser grande tiene muchos beneficios y no sólo es irte a dormir tardísimo si se te antoja. De hecho, entre más vamos creciendo, poder meterte a la cama temprano es un privilegio.
¿Y las siestas? ¡ni se diga! Cada vez que mis hijos evaden una, me traumo ¡son un lujo! Claro que ellos no lo entienden y ahí me ves batallando con mi toddler porque para ella dormir esta sobrevaluado.
De esto platicaba con María, paradas en una divertidísima fila del banco, repasando nuestras To Do Lists eternas, y compartiendo tips naturales para disimular ojeras. Y es que como bien dice mi amiga: un día eres joven y al otro estás googleando la palabra “botox”.
¿Se acuerdan de chiquitas jugar a la casita? tu Barbie llegaba directo a ponerse el bikini en las vacaciones, y no a organizar las maletas, el súper y a repartir protector solar como si fuera una misión espacial.
La delicia de meterte a la cama de tu mamá cuando tenías miedo, miedo causado por monstruos y no por todas las realidades de la vida. Esa inocencia y la falta
de problemas eran el highlight de ser niño. Tus únicas responsabilidades eran recoger tu cuarto y hacer la tarea, y ¡te ganabas una estrellita en la frente por comer verduras!
Sí, ¡ser chiquitos era lo máximo! Jugar y echar a volar tu imaginación, todos aquellos momentos de diversión pura que hoy recordamos con nostalgia. Ahora los valoramos cuando entramos al club de los adultos y nos damos cuenta de que no hay vuelta atrás. Pero como dice Tom Stoppard “si llevas tu infancia contigo, nunca envejecerás”. Así que, aunque ya tenemos que ir al retoque de canas y necesitamos meditar para estar en paz, ojalá no dejemos esa alegría por completo. Fantaseabamos tanto con ser grandes que es hora de darnos cuenta de que ya lo somos y gozarlo como lo soñábamos.
Porque ahí vamos todos los adultos por la vida, pretendiendo que sabemos lo que hacemos, aunque realmente todos, por dentro, seguimos con cara de
what. Por suerte ya cambiamos la leche de chocolate por un café mil veces más rico, tomamos nuestras propias decisiones y somos responsables de ellas (¡gulp!).
No olvidemos el gran plus que tenemos las “grandes”: podemos pararnos a comprar vino a la hora que se nos plazca e invitar a las amigas a reír por horas… claro, organizar que cuadren las agendas es complicadísimo, se cancelan los eventos y por eso ¡encontrarme a María en el banco fue un gustazo!
Eres oficialmente un adulto, no cuando llegas a un número de años, sino cuando te dicen “señora” y ya no te saca de onda.