¡FELIZ CUMPLE, MÁXIMA DE HOLANDA!
Seguramente te has preguntado cómo era la vida de la reina antes de cambiar su código postal por uno real. ¡Te lo contamos!
Nadie imaginaba que esta joven de clase media sería algún día nada más y nada menos que la reina de Holanda. Sus padres hicieron grandes esfuerzos por darle la mejor educación; el gran carisma de esta argentina y el destino hicieron el resto. ¿Cómo fue la infancia y adolescencia de la esposa del rey Guillermo?
Jorge Zorreguieta y María Pame Cerruti, padres de Máxima, formaban una familia de clase media que siempre aspiró a más. Quisieron pertenecer a la clase alta porteña, aunque eso significara hacer grandes esfuerzos. Mandaron a sus hijos a las mejores escuelas de Buenos Aires.
El papá de la argentina tenía un auto Fiat 1500 que no pudo cambiar en una década. Vivían en un departamento de no más de 120 metros. Tenían una persona de servicio elegantemente vestida, aunque Máxima y sus hermanos llevaban ropa confeccionada por una conocida de su mamá.
Máxima asistió al Northlands, uno de los tres colegios más caros de Argentina, y al que asistían todas las hijas de los hombres más ricos del país.
María Pame le preparaba todos los días un lunch (a veces un sándwich), y no comía con todas sus amigas en la cafetería de la escuela. Su mochila era de Heidi.
Su programa de televisión favorito era
La familia Ingalls (La Casa en la Pradera), y decía que ella era Laura Ingalls.
Jugaba lucha libre con sus primos en un charco de lodo que se formaba por la lluvia en casa de su abuela. Casi siempre ella era la que ganaba.
María Pame estaba obsesionada con la dentadura de su hija Máxima: cuidaba al aparato de ortodoncia como si se tratara de otro hijo más. De no ser por su mamá, Holanda no disfrutaría hoy de la sonrisa de la argentina.
Aprendió a esquiar desde niña: era su deporte favorito y hasta la fecha lo practica junto a la familia real holandesa en Austria. De niña lo practicaba en Bariloche de diez de la mañana hasta las cinco de la tarde y, mientras sus amigas lucían trajes nuevos cada temporada, Máxima heredaba los de sus medias hermanas, hijas del primer matrimonio de su padre. En Bariloche, cuando se quedaba de ver con sus amigas en uno de los paraderos de moda, ellas solían pedir hamburguesas y cocas, pero Máxima se sentaba y sacaba su sándwich de queso y jamón con un huevo duro que su mamá le preparaba.
Máxima siempre fue de buen apetito. Amaba el chocolate, el dulce de leche, los alfajores y, por supuesto, los típicos asados. Pero su madre siempre estuvo muy al pendiente de su peso. Madre e hija iban frecuentemente a la farmacia para pesarla. La báscula y el dentista eran citas imperdibles. A veces solía esconder golosinas debajo de su cama. María Pame enloquecía: o Máxima adelgazaba y conseguía tener los dientes derechitos, o ella se quitaba el nombre.
A punto de cumplir 14 años, ya fumaba a escondidas y tomaba caipirinha. Fue a esa edad que tuvo su primer amor.
Montaba también a caballo, era muy buena. La equitación fue otra encomienda que se propusieron sus padres para sus hijos. Los ricos montaban, esquiaban, practicaban vela y jugaban tenis. Sus hijos tenían que hacer lo mismo.
Durante la adolescencia, el carácter sonriente de Máxima cambió radicalmente: las hormonas provocaban constantes cambios de humor. En esa época, madre e hija se llevaron peor que nunca. Además, Máxima comenzó a percatarse de su verdadera situación económica y la desventaja que tenía ante sus acaudaladas amigas, que siempre le tuvieron mucha consideración. Pero, aún así, a veces le desesperaba tanta austeridad familiar. Cuando Máxima cumplió 15 años, su abuela Carmenaza quería que tuviera una gran fiesta con un vestido “como de novia”. En las niñas de clase media era imperdible un evento así, pero para las de alta sociedad era hasta ridículo. La respuesta de su nieta fue: “No”. El día que cumplió 15 comió pizza con dos amigas en su casa, y luego salieron a bailar al New York City, un conocido lugar de Buenos Aires.
En su época adolescente, la nuera de Beatriz de Holanda era totalmente desordenada: aventaba su ropa por todos lados y su habitación casi todos los días era un completo desastre. Tampoco tuvo mucha suerte con los chicos, pues fue su época de gordita y su figura la avergonzaba. Su mamá la atormentaba haciéndola seguir dietas estrictas.
En la secundaria le interesó la economía, y fue en el último año del Northlands cuando conoció a Cynthia Kaufmann, la amiga que serviría de celestina y que le presentó a Guillermo de Holanda en la feria de Sevilla muchos años después. Lo demás es historia.