EL CEFALÙ DE ALEISTER CROWLEY
En 1971, ya como la banda de rock más grande del planeta, Led Zeppelin empezó a flaquear. Obsesionado con el ocultismo que salpicaba los extremos del movimiento hippie que llegaba desde California, el guitarrista Jimmy Page acababa de comprar la Boleskin House, en Escocia, una mansión construida sobre los vestigios de una capilla del siglo XVII que terminó siendo pasto de las llamas mientras sus feligreses se entregaban a Dios. No solo eso: la Boleskin House, conectada por un túnel al cementerio de la cercana localidad de Foyers, también había sido durante más de una década el epicentro de algunos de los ritos protagonizados por la Astrum Argentum, la sociedad satánica fundada por Aleister Crowley a principios del siglo XX.
De todo esto platicaba con mi amigo Borja mientras desayunábamos –cappucino y cornetto de chocolate él; doble espresso y un Lucky Strike yo– en una terraza con vistas a la imponente catedral normanda de Cefalù, en Sicilia, indiscutiblemente la isla más mágica del Mediterráneo. Habíamos llegado allí atraídos por el dolce far niente, Leonardo Sciascia, Giuseppe Tornatore, el veraneo, los negronis y el cous cous di pesce. También por Aleister Crowley, claro, expulsado de la isla en 1923 por un Benito Mussolini que solo veía depravación y decadencia en aquella Abadía de Thelema que el propio Crowley había construido en las afueras de la localidad.
-¿Sabe dónde está la casa de Aleister Crowley?
La pregunta la repetimos media docena de veces, sin respuesta. Crowley, pensamos, era una mancha en la historia de los cefaludesi, abandonados de la mano de Dios, Roma y Milán durante todo el siglo XX, como más tarde nos confirmaría la propietaria del camping en el que nos alojábamos. Borja, sin embargo, tenía un plan. Había leído sobre su vida y obra, había investigado y, al menos, tenía una noción geográfica de dónde podía estar situado el edificio en el que Crowley llevó a cabo algunos de los ritos más recordados por la literatura y, más tarde, la cultura popular (ahí está su presencia en la portada del Sgt. Peppers Lonely Hearts Club Band de The Beatles para demostrarlo).
Así que caminamos. Abandonamos los escenarios donde Tornatore había llevado a medio mundo a llorar de emoción con su Cinema Paradiso, y nos dirigimos hacia el sur, a las faldas de La Rocca. Allí estaba la Abadía de Thelema, escondida entre la maleza y separada de nosotros por un muro de piedra de apenas dos metros de altura. Saltamos a escondidas y llegamos a la puerta, desvencijada, como el resto de la casa, plagada de graffitis ochenteros, latas de cerveza vacías, restos de comida, símbolos ocultistas y parte de algunos de los frescos que alguna vez, décadas atrás, habían obsesionado a aquellos hippies que huían de la masa para abrazar la individualidad. En algún momento, Crowley fue un maestro para ellos. Tanto, que convirtió Cefalù, coqueta localidad siciliana, en un polo de atracción generacional. Recuerdo que, en el momento, la impresión no fue inolvidable; también que, después de una cerveza, el recuerdo fue para siempre imborrable. Porque yo pisé la Abadía de Thelema, con Borja, en Cefalù, a la sombra de La Rocca, en Sicilia.