Dirty Dancing:
Suéter grande, rosa con gris. Había una vez un lejano reino en el que no existían las hermanas Kardashian, ni Justin Bieber, ni Kayne West, ni los papis del reggaeton. Este lugar mágico se llama La Década de los Ochenta y actualmente es añorado por todos como el último paraíso del placer, el buen gusto y románticos bailes en pareja. Pantalón pescador y tines. Basada en la película de 1987 que protagonizara Patrick Swayze y Jennifer Grey, Dirty Dancing se convirtió en una exitosa comedia musical. Estrenada en Australia con arrolladoras cifras (200 mil espectadores en seis meses), repuesta en Canadá, los Estados Unidos, Inglaterra y Alemania, subió telón hace algunas semanas en la CDMX. Aquel día, la nostalgia encontró pareja: las emociones sedujeron y las pieles se acariciaron por primera vez.
Flequitubo anuncia sold-out. Aclamada por la crítica y favorecida por el aplauso del respetable, la adaptación se presenta de miércoles a domingo, frente a un rebosante Gran Teatro Moliere, demostrando finalmente que ni Sidney está tan lejos de Polanco ni treinta años son muchos.
Todos hablan de ella. Parte del crédito por el taquillazo en que se convirtió la versión mexicana, lo lleva el impecable sonido, que a lo largo de las casi dos horas de función, se disfruta en la sillería: parlamentos cercanos, canciones a dueto o coros polifónicos se escuchan con calidez y brillo. Esta fue una razón más para visitar las marquesinas de Avenida Moliere y conversar con los responsables de la microfonía y el audio sobre su puesta en escena.
“Bailan, cantan y actúan”
Experto de tablas y candilejas, Carlos González Pérez es un técnico microfonista que en la última década ha vivido la revolución de los nuevos sistemas inalámbricos.
“Tengo mucho tiempo haciendo teatro musical como encargado de la microfonía y también haciendo consola de sala”; Carlos vuelve en el tiempo: “fue en el musical de Vaselina, con Julissa y Benny Ibarra, que empecé a usar micrófonos de mano Shure. Teníamos un