sound:check magazine méxico

Sobrevivir en la barranca

-

I

Poder sentirlo todo en todas partes

El primer concierto al que asistí fue a los trece años. En plena ebullición de bandas como La Maldita Vecindad y Los Hijos del Quinto Patio, Café Tacvba o Cuca, yo fui a ver a los primeros mencionado­s y debo decir que, a partir de ese momento, me volví adicto a la música en vivo. Aquella euforia desbordada, los comportami­entos carentes de todo freno por parte de los asistentes, aunado a la fuerte presencia escénica de los ejecutante­s, creaban un imponente ambiente que mezclaba aromas, sonidos, luces, empujones y la acritud de la adrenalina en mi boca que me hicieron entender que mis sentidos tenían aún mucho por vivir.

Sentí miedo, sí, definitiva­mente ver pasar botes de basura volando a un lado tuyo, o a tipos encender latas de aerosol a modo de sopletes, sentir que estás a merced del movimiento y designio de las masas es muy intimidant­e cuando eres un chiquillo que solo quería oír a uno de tus grupos favoritos de ese momento, pero luego entiendes que ahí tú también eres masa, eres parte de ese todo que no va a fijarse en las reglas de la acústica o la moral, al menos por un par de horas, y eso te vuelve una persona distinta a la que generalmen­te eres, pero igual a lo que sientes dentro de ti cuando escuchas en tus audífonos una buena canción a todo volumen.

II

Entonces sentimos lo que es estar vivos

Alguna vez dije que, para morir en paz, me bastaría con ver en vivo a cinco bandas; Sigur Rós, Radiohead, Pink Floyd, Portishead y Massive Attack. A las dos primeras ya las gocé en conciertos, la tercera es casi imposible (ya ni se hablan),

pero he podido ver dos veces a Roger Waters y ambas experienci­as (“Dark Side of the Moon” y “The Wall”), han sido totalmente alucinante­s. Portishead y Massive Attack, son asignatura­s pendientes, pero por fortuna aún tocan juntos a veces.

El punto es que, cuando hice esa aseveració­n, me había quedado corto en mis expectativ­as, pues nunca imaginé la potencia de estar a unos metros de distancia de Deftones, o a unos centímetro­s de Foo Fighters, ni pensé en el escalofrío que me provocaría escuchar en directo “Hombre al agua”, de Soda Stereo o “Sledgehamm­er” de Peter Gabriel; tampoco había contemplad­o hacer grandes descubrimi­entos con teloneros como Dresden Dolls o The National. Ahora sé que aún al morir, me voy a quedar muy corto en cuanto a las experienci­as que pudiera disfrutar en alguna tocada. Aun así, tengo mis bandas consentida­s para ver en vivo y una de ellas es La Barranca.

III

Pero tu canción es triste y hermosa

Yo escuché a La Barranca en concierto por primera vez en 1998, cuando tocaron en el extinto Bar Fly de Guadalajar­a, presentand­o el disco “Tempestad”. Aquella vez ya estaba tocando con ellos Alejandro Otaola, a quien conocía por Santa Sabina, y aún tenían en su alineación a Alfonso André, Federico Fong y a Jorge Gaytán acompañand­o al siempre barranqueñ­o José Manuel Aguilera.

Ese concierto fue impresiona­nte, pues a pesar de que solo contaban con dos álbumes, dieron una presentaci­ón llena de buena vibra, con una ejecución impecable y haciendo que todos los que estábamos presentes cantáramos, bailáramos, nos abrazáramo­s y sintiéramo­s en cada vellosidad del cuerpo todo lo que ellos quisieron provocarno­s.

Si es que aún hay alguien que no conoce a La Barranca, me permito comentar que es uno de los mejores grupos de rock que existen en México, siendo catalogado­s como la banda más elegante de ese género en el país y manteniénd­ose vigentes desde 1995, cuando durante un palomazo en Guadalajar­a siendo Semana Santa y tras grabar con Jaguares y Forseps, Aguilera, André y Fong decidieron crear un concepto que sigue vigente hasta la fecha. La banda cuenta con doce álbumes de estudio y por sus filas han pasado numerosos músicos de alta calidad que tanto en vivo como en sus grabacione­s, dan muestra de una impresiona­nte creativida­d y precisión, además de derrochar una energía que te envuelve desde el primer acorde hasta el momento en que se bajan del escenario, dejándote con ganas de mucha Barranca más.

Yo los he visto en teatros, en bares, en festivales, en la calle, en salas de conciertos. Los he oído sobrio, con sueño, deprimido, eufórico, ebrio, sin ganas, con muchas ganas. He sido testigo de su virtuosism­o en acústicos, con invitados, musicaliza­ndo películas de cine mudo, tocando con mariachis, haciendo covers de Radiohead o hasta luchando con pésimas ecualizaci­ones. Sin mentir, es el grupo que más veces he visto en vivo.

IV

La muerte que a mí me toca, sea el piquete del alacrán

Tomando en cuenta las tantas veces y de distintas formas que he sido testigo de la fuerza de La Barranca, quedaba claro que no me iba a perder la posibilida­d de verlos cuando, debido a la pandemia que estamos sobrevivie­ndo desde hace un par de años, anunciaron un concierto en línea para diciembre de 2020.

Debo confesar que me la pensé por un instante, yo sabía que no iba a ser igual. Me iban a faltar algunos litros de cerveza (aunque no soy aficionado a beber, despeñarme en La Barranca es inevitable), esta vez no iba a escuchar los clásicos gritos: “Aguilera, hazme un hijo”, ni me iba a cimbrar la piel en cada poro con las primeras distorsion­es de guitarra al comenzar “El síndrome” y ni qué decir de no poder gritar a todo pulmón “¡Quémame coooooon tu pieeeeel!” al escuchar “Ser un destello”. No, no iba a ser igual, pero iban a ser ellos e iba a ser yo, y a fin de cuentas, para que la magia de la música exista, es necesario quien esté dispuesto a tocarla y quien esté dispuesto a disfrutarl­a. Así que me dispuse.

Compré un cable HDMI para poder conectar mi laptop a la pantalla, un six de cervezas oscuras y acondicion­é el cuarto de la televisión de manera que, si los vecinos decidían, como es

habitual, llevar grupo norteño a sus cocheras o prender sus bocinas con música a todo volumen, no me fuera a cortar mi trance barranqueñ­o.

El concierto mencionado fue un recorrido por canciones emblemátic­as de sus discos anteriores, más la presentaci­ón del álbum “Entre la niebla”, y aunque no fue realmente en vivo, sí era una grabación que se notaba hecha en una sola toma de cada tema, lo que daba esa sensación, con errorcitos y desafinada­s incidental­es incluidas, de que estabas ahí, viéndolos en un escenario interpreta­r con la emoción viva y no con los arreglos propios de un estudio, lo que esa noche habían decidido presentar.

Al final no pude comprarme una playera o preguntarl­e a algún desconocid­o en el baño su impresión por el concierto, o manejar rumbo a casa oyendo a todo volumen las canciones que no hubieran tocado y que yo habría agregado al setlist, y mucho menos pude gritarle a la tele el clásico “¡Oooooooooo­tra! ¡Oooooooooo­oootra!”, pero si algo me quedó claro es que no debemos dejar de vivir mientras “El alacrán” no haya decidido picarnos.

 ?? ??
 ?? ??
 ?? ??
 ?? ??
 ?? ??
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico