Ojalá no sea Regencia
La asunción de Claudia Sheinbaum al poder en la Ciudad de México pone fin a una etapa de prácticamente 21 años de diferencias y confrontación entre el mandatario de la capital del país y el Presidente de la República.
Desde el arranque, la simbología es otra: hace 18 años fue la última ocasión en que el Presidente asistió al cambio de poderes en la capital. Ayer, López Obrador hasta le levantó el brazo a Sheinbaum, su hechura política, en la máxima Tribuna del Congreso de la Ciudad de México.
En 1997, Ernesto Zedillo estuvo en la toma de protesta de Cuauhtémoc Cárdenas, primer mandatario local electo en las urnas. Hasta 1994, el Presidente designaba a un regente que era parte de su Gabinete.
En 2000, Vicente Fox estuvo en la asunción de López Obrador como jefe de gobierno. Después vino la ruptura entre ambos y el sello fue la confrontación, llegada al clímax cuando el desafuero, en 2005.
En 2006 todo cambió. No existían condiciones políticas para que Felipe Calderón estuviera en la toma de protesta de Marcelo Ebrard. La sombra de fraude pesó toda la administración. De hecho, sólo una vez se juntaron públicamente: cuando la inauguración de la Línea 12 del Metro, hacia el final del sexenio de ambos, 2012.
Enrique Peña tampoco tuvo condiciones políticas para estar presente en la toma de protesta de Miguel Ángel Mancera, porque el primer mandatario cargaba el pecado original de haber ganado la elección a billetazos. Envió como su representante al secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong.
Ahora, la relación entre Sheinbaum y AMLO es buena, pero ojalá no llegue a ser tan buena como para que, de facto, se vuelva a una especie de Regencia Capitalina. Lo deseable es que no.