VIVIR BIEN
El hambre no es más que una necesidad fisiológica que te indica que el cuerpo necesita reponer nutrientes. La señal más clara es la de vacío en el estómago, pero a veces esta sensación no corresponde a un hambre real.
Descubrir qué te empuja a abrir la nevera, aunque no debas y aprender a controlarlo es vital para que el peso no se dispare.
Los ataques de hambre pueden aparecer en cualquier momento, debido a que están provocados por diferentes razones. Ya sea por nervios, ansiedad, estar aburrido, cambios hormonales o paso de las horas sin ingestas, lo cierto es que la clave son los niveles de insulina en nuestro cuerpo.
Es la principal causa de esas ansias locas de comer cualquier cosa, sobre todo algo muy calórico, con mucho azúcar, mezclar dulce y salado, etc.
Cuando tomamos un alimento con un alto índice glucémico, nuestro nivel de azúcar en sangre aumenta más de lo normal. Para poder contrarrestarlo, el páncreas produce insulina. Como consecuencia, la glucosa baja y tenemos hambre nuevamente.
Las razones por las que puedes comer sin hambre real son variadísimas como la falta de luz. . .
Ver comida a todas horas puede desequilibrar el apetito (y con ello la dieta) de cualquiera.
Está claro que tener alimentos apetecibles a la vista o ver cómo se preparan puede empujarte a que los consumas sin más, aunque no tengas hambre. Evita rodearte de comida.
Masticar bien favorece la digestión porque los alimentos llegan mucho más “triturados” al estómago, con lo que este órgano tiene menos trabajo. Pero es que además te ayuda a controlar las cantidades que comes y a darte cuenta de que ya estás “llena”.
Que andar te ayuda a adelgazar es una realidad. Si lo haces por la mañana activa el metabolismo, con lo que quemas calorías más rápido y te ayuda a perder el peso sobrante. Una buena caminata genera que piques menos y cuando comas tomes justo lo necesario.