Hombres y mujeres de mirada profunda
El tiempo de cuaresma, siendo un desierto en el que nos encontramos cara a cara con Dios y con nosotros mismos, nos invita a abandonar la superficialidad en nuestra vida. Todos somos muy valiosos, pero nuestros años de peregrinación por este mundo pasan muy aprisa, somos como la flor del campo que en la mañana está frondosa y por la tarde se marchita y se seca. En nuestra época, el ruido, el activismo y las apariencias nos conducen a vivir y tomar decisiones superficiales, movidas por las emociones del momento, por el placer que nos causa, sin pensar que tenemos una enorme responsabilidad en la construcción de la historia, que solo una vez pasamos por este mundo y tenemos una misión que cumplir.
El mundo actual se mueve y toma decisiones en base al hedonismo, aquello que proporciona bienestar y placer momentáneo, se llega a creer que una cosa es buena por el hecho de que nos causa placer; es el caso de muchos que se casan o se van a vivir juntos por motivos superficiales, sin tener claro un horizonte de vida familiar, ni bases suficientes para lograrlo. Pero lo mismo sucede en el campo laboral, en los grupos eclesiales y, muchas veces, a nivel de decisiones políticas, se designan personas por la impresión que nos causan, la mercadotecnia puede hacer que una persona aparezca como un héroe, un santo, aunque la realidad sea diferente.
Cuando las personas dejamos de ser buscadores incansables de la verdad y del bien, cuando nuestra mirada de la vida, del mundo y de Dios se vuelve superficial, entonces nos atrofiamos en nuestra vocación trascendente, nos empobrecemos como humanos y tenemos el riesgo de construir la familia, la Patria, la Iglesia, como se construyen hoy algunos edificios, con materiales aparentes, frágiles y que fácilmente se destruyen.
En San Mateo 7, 24-27 nos habla de la necesidad de construir nuestra vida sobre la roca, la Palabra de Dios que es sólida, profunda y penetra hasta el alma; de lo contrario, construir sobre arena, cualquier viento o circunstancia de la vida acaba con nosotros y nuestras obras. Esta cuaresma pide de cada uno de nosotros el abandono de la superficialidad, de la búsqueda de las apariencias. Necesitamos autoconstruirnos sólidamente; quedarnos únicamente con el deleite y el placer momentáneo, nos convierte en autómatas, en robots programados incapaces de pensar y de amar.