IMPRESIONANTE
Luego de cinco películas, la cineasta Karyn Kusama, ha demostrado un interés por explorar diversos comportamientos femeninos como lo muestran: Girlfight, Aeon Flux y Diabólica Tentación, y un gusto particular por desmontar géneros establecidos: drama boxístico, fantasía y horror.
Su anterior filme La Invitación (2015) se desmarca de las fórmulas de Hollywood y se concentra en un tenso relato sobre los estragos psicológicos que provoca una pérdida irreparable.
Destrucción (EU, 2018) sigue un arco similar, pero lo hace a través de un relato policial que se conecta con lo mejor del film noir, donde obsesión, violencia, crimen y corrupción moral son marca indeleble de personajes y situaciones.
No sólo ello, un complejo manejo temporal entre pasado y presente que crea un círculo de vacío, frustración y desesperanza; único motivo de Erin Bell, detective de Los Ángeles en total decadencia.
Se trata de un pulsante thriller que bebe tanto de obras atípicas de los ochenta como Un Rostro sin Pasado, de Walter Hill como equivalentes actuales: True Detective, de Nick Pizzolato y Cary Fukunaga.
Es decir; tiene el mismo peso sus parcas y concisas escenas de acción brutal, como su insistencia en sumergirse en los traumas y demonios interiores de sus protagonistas, como es el caso de la agente rechazada incluso por sus propios colegas, con una hija adolescente rebelde y su rencor al líder de una banda de asaltabancos.
No obstante, quizá lo más fascinante de Destrucción, más allá de su compleja estructura narrativa, es la transformación radical de una irreconocible Nicole Kidman, quien, se inmiscuye en la escena de un crimen: la de un hombre asesinado, cuya única pista es un tatuaje y un billete cubierto de pintura morada.