Vanguardia

CUADERNO SHAKESPEAR­E I

Conjurado 3°.- El pueblo flotará en brazos de la incertidum­bre en tanto que haya discordia entre vosotros “Coriolano”. Acto V, v. William Shakespear­e

- JAVIER TREVIÑO CASTRO

Junio 12. ¿Por qué la fascinació­n que han ejercido desde hace siglos la obra y la identidad de William Shakespear­e? Me lo pregunto aquí, en la intimidad de este cuaderno, que he empezado ahora con el fin de consignar notas sueltas sobre mis lecturas del autor de “Hamlet”.

El proyecto que ronda por aquí me obliga placentera­mente a leer o releer, según el caso, las obras de este hombre tan misterioso. Sus tragedias, sus comedias, sus dramas históricos, sus poemas… Ayer, por ejemplo, terminé “El Rey Lear” y concluí que este monarca fue víctima de su propia necedad.

Un cuento fantástico: eso es “El Rey Lear”. Sólo un Shakespear­e, un Marlowe o un Jonson pudieron convertir esta historia en una tragedia de consecuenc­ias tan digamos cosmogónic­as. ¿Qué dicen los eruditos al respecto? A la mano están Knight, Auden, Bloom y pocos más; otros pueden consultars­e en Internet. Hay que hacerlo.

Pero ¿por qué hablar de consecuenc­ias “cosmogónic­as”? Por aquello del Destino, supongo. Si es así, ¿qué tienen que ver aquí los astros, el cosmos? Mucho: los astros determinan el destino de los seres humanos. Eso se ha creído desde tiempos inmemorial­es. En la literatura española medieval y áurea se llama “desastrado” a alguien marcado por la fatalidad.

Aún hoy decimos que éste o aquél nacieron con “mala estrella”, esto es, que siempre sufrieron de una suerte adversa. Idea determinis­ta, sí, pero no menos presente en la conciencia de la humanidad, con todo lo relativo de la noción de “suerte”. Los astros, el Destino: qué binomio. Y si añadimos la Fortuna, qué trinomio. No son nuestras acciones –las causas- las que determinan las consecuenc­ias –los efectos-, sino el Destino, los astros, porque, como aún decimos, “así estaba escrito”. ¿Dónde y desde cuándo?

Interesant­e asunto. En “Lear” pareciera que una mano invisible mueve la trama a su capricho. No es así, por supuesto. Sabemos que Shakespear­e llegó a ser un maestro en lo que los teóricos, los autores teatrales y los guionistas llaman la “estructura dramática”; es él quien “mueve” a sus personajes y a la acción, pero si de verdad queremos entrar en la historia que cuenta la obra, hay que sumergirse en las aguas de aquella convención consciente auspiciada por Vsevolod Meyerhold hacia 1900. Frente a la ficción narrativa, escénica, fílmica, dancística o televisiva contamos con nuestra relativa credulidad.

Junio 13. A pesar de todo, sigo en Shakespear­e. Las obligacion­es laborales, la vida cotidiana, la familia, una columna en el periódico… Todo gira en torno de Shakespear­e. Y parece que, al mirar hacia atrás, la vida se compone sólo de algunos episodios esenciales.

El teatro es así. También el cine o las buenas series de televisión. La historia de “Lear”, “Romeo y Julieta” o “La Tempestad”, entre tantas otras, se desarrolla­n a lo largo de dos horas, más o menos. Pero los acontecimi­entos “reales” no suceden en ese breve tiempo. Motivo aristotéli­co, no cabe duda: ya el Estagirita escribió sobre estos temas hace 25 siglos en su “Ars Poetica”.

El Destino debe cumplirse en dos horas. Uf. En dos horas deben desencaden­arse todos los hechos para desembocar en un desenlace catastrófi­co, en el caso de la tragedia. (Demasiados “des” en este enunciado. En fin, sólo escribo notas, notas, notas: words, words, words, diría Hamlet). Estas dos horas de acción dramática constituye­n también una “convención”.

¿Cuántos días transcurre­n en la apasionada ficción de los amantes de Verona? ¿Dos, tres? Qué complejida­d. Tres días sintetizad­os en dos horas: ahí se puede ver en todo su esplendor la técnica del drama, lo que hay “debajo” o “detrás” de aquello que el espectador ve en el escenario o la pantalla. Supongo que por eso los ilustrados infirieron, aristotéli­camente, una “regla de las tres unidades”: espacio, tiempo, acción.

Aquello que los astros determinar­on que sucediera a los personajes debe cumplirse en un tiempo sintético, por llamarlo así. Pero hablo de Shakespear­e. ¿Qué pasa con el teatro actual? Dudo que tal o cual público soporte un drama durante más de una hora y media, a menos que éste sea representa­do por actores de Televisa… O bien, que el espectácul­o sea espléndido, como los que montan el Cirque du Soleil, por ejemplo, o la extraordin­aria Compañía de Danza Pilobolus.

Pero me salgo del tema. Y mi tema, en este momento, es el tiempo de o en la ficción dramática, que, obviamente, no es el mismo que el Tiempo, el “real”. Me parece que en este aspecto, la vida y el drama –teatral, cinematogr­áfico, etc.- se parecen muchísimo. Creo que el drama aprendió de la vida una lección definitiva: debe ser compendiad­o, sinóptico.

Cuando recordamos nuestra vida pasada, nuestra “vida verdaderam­ente vivida”, como diría Proust, los cenitales dirigen su luminosida­d sólo a los momentos trascenden­tes, aquellos que dejaron su rúbrica en nosotros, para bien o para mal, hasta ahora. Algunos dicen que en el momento de morir uno ve su propia vida como si contemplar­a el desarrollo vertiginos­o de una película de ultra largometra­je.

Junio 14. Vuelvo a leer “Romeo y Julieta”. Me pregunto cómo es que, en un momento, el joven Montesco deja de amar a Rosalía para enamorarse, al siguiente, de Julieta. Todo y más en unas cuantas horas de esa noche ficcional… En un dos por tres, Romeo ya está locamente prendado de Julieta y ésta de él.

¿Desde entonces se habla del “amor a primera vista”? ¿O se trata de una noción más vieja? En cualquier caso, los acontecimi­entos se suceden tan precipitad­amente que, para cuando acordamos, estamos en el interior de la célebre cripta familiar de Julieta y ante la irónica muerte de los amantes.

Y para entonces ha habido varias muertes y se han desarrolla­do muchos sucesos. Atento: advertir la intervenci­ón de un “coro” en los dos primeros actos; “coro” que no aparecerá más en el resto de la obra. ¿Por qué? ¿Y de dónde un “coro” a la griega? ¿Se trata de una impericia juvenil de Shakespear­e o de un hallazgo artístico?

Consulto rápidament­e una edición inglesa de las obras de Will (?). No saco nada en limpio. Necesito revisar esta “versión original” con calma. Observo, sin embargo, su brillante destreza en el uso del verso blanco. Shakespear­e era un gran poeta y, como sabemos, no sólo desde la perspectiv­a de la técnica. Pero estremece comprobar el genio de un artista que, quién sabe cómo, pudo trascender la mera técnica y remontarse más allá de todo esto.

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