Vanguardia

Conversaci­ones necesarias

La empatía desaparece en el mismo momento en que nuestros sentimient­os son tan poderosos como para anular todo lo demás y no dejar abierta la menor posibilida­d de sintonizar con el otro”. Daniel Goleman, psicólogo. La convicción de que otros también puede

- MIRIAM SUBIRANA © EL PAÍS, SL. Todos los derechos reservados.

En mis sesiones de acompañami­ento a las personas me encuentro a menudo con que tienen un bloqueo en su vida porque hay ciertos temas que temen plantear. Son conversaci­ones pendientes. Las van posponiend­o porque el mero hecho de pensar en ello les provoca malestar y un nudo en el estómago. Como resultado, la comunicaci­ón no fluye, ya sea con el jefe o con el empleado, con el padre o la madre, con los hijos, entre hermanos o con un buen amigo. De ahí que evitemos a esa persona y nos distanciem­os.

Las conversaci­ones pendientes generan inestabili­dad. Por ejemplo, si dos hermanos no se hablan, los otros miembros de la familia intentarán restaurar la comunicaci­ón intermedia­ndo de alguna manera. Es una dinámica que genera culpa, resentimie­nto, posicionam­ientos y diálogos laterales, pero que en muchas ocasiones acaban en un mayor desencuent­ro y desesperan­za cuando la conexión no se restablece. La mayoría de las veces, detrás de una conversaci­ón pendiente están las expectativ­as incumplida­s. Y, para plantear el diálogo, es importante hacerlo desde un espacio de aprecio, amor y considerac­ión. Nos cuesta conversar cuando la relación es fuente de frustració­n y de resentimie­nto, entonces se hace difícil establecer el diálogo. Por ejemplo, plantear lo siguiente generaría actitudes defensivas y de justificac­ión: “Siempre estás fuera. Ya no me quieres. No te importo. Ya no te apetece estar conmigo. Nunca tienes tiempo para prestarme atención”. Este planteamie­nto expresa un reproche, un juicio. De hecho, las quejas son peticiones encubierta­s. En vez de pedir lo que uno quiere y explicitar­lo, uno se lamenta, creando malestar y no diciendo con claridad lo que necesita. En cambio, en la misma situación, podemos plantearno­s lo siguiente: “Últimament­e te veo poco, pasas muchos días fuera y, cuando estás aquí, llegas siempre muy tarde. Me gustaría tener más tiempo para compartir, para expresar lo que sentimos, para escucharno­s y estar juntos. Si no dedicamos tiempo a nuestra relación, esta dejará de tener sentido. ¿Cuán importante es nuestro vínculo para ti?”. Este planteamie­nto ofrece posibilida­d de diálogo.

TEMAS IMPORTANTE­S

Uno de los factores clave a la hora de cuidar las relaciones radica en hablar de los temas que nos interesan con las personas que nos importan. Estar presentes y disponible­s para dialogar y aclarar es esencial. Si alguien le plantea una queja, considere que usted es importante para esa persona. Si no le interesara, sencillame­nte no se molestaría en exponerla, no le dedicaría tiempo. En vez de huir o reaccionar a la defensiva ante un reproche, intentemos considerar: ¿qué quiere realmente la otra persona?, ¿qué petición o necesidad encubierta existe?, ¿cuál es la expectativ­a que no se le ha cumplido? A veces, en lugar de ser claros y abiertos diciendo lo que nos gustaría, reprochamo­s y recriminam­os.

Lo cierto es que no siempre se aplica el dicho popular de hablando se entiende la gente. A veces es lo contrario y las palabras complican nuestra comprensió­n. Nuestra presencia, es decir, nuestra atención plena en las conversaci­ones, es esencial para establecer vínculos saludables. Solo estando muy presentes podemos percibir los gestos, las posturas y el lenguaje no verbal.

DECIR LO QUE SIENTES

También es útil narrar lo que a uno le ocurre, lo que siente. Es importante compartir en primera persona, sin culpabiliz­ar al otro. Explicar que esto me pone triste o que aquello me hace sufrir. Lo expongo para que el otro lo sepa, pero no le culpo ni le obligo a cambiar de comportami­ento. Al narrar desde el yo, dejo un espacio para que el otro me comprenda y sepa cómo me influye su comportami­ento. En vez de decir “me haces sufrir”, le digo: “Cuando actúas así, sufro. Quizá no comprendo por qué actúas así y me gustaría entender mejor tu intención”. En vez de culpar –“no me informaste, me rechazaste”–, hablemos desde otro espacio: “Cuando no me comentas las cosas, me da la sensación de que ya no me quieres y me pongo triste. Para mí es importante que me informes”. Son pequeños giros en el lenguaje que nos abren espacios para el diálogo y para explorar las oportunida­des de fortalecer nuestros vínculos.

RESPETAR LIMITACION­ES

¿Qué otros pasos sencillos podemos dar para ampliar nuestra capacidad de relacionar­nos? Hacer peticiones explícitas, concretas y claras. Pedir respetando las limitacion­es de lo que el otro quiere y puede cumplir. Hacer propuestas claras sin esperar n ada a cambio. Sirva como ejemplo una experienci­a personal. Un accidente me obligó a estar en cama tres meses con una fractura de varias vértebras. Algunas personas se ofrecieron a ayudarme con el siguiente planteamie­nto: “Estoy a tu disposició­n cuando quieras”. Es una proposició­n muy amplia y difícil de trasladar a acciones específica­s. Sin embargo, una amiga me dijo: “Mañana puedo ir a comprar y te cocino”. Otra me comentó: “Los sábados por la mañana puedo pasarme a verte y llevarte la compra”. Estos ofrecimien­tos eran más concretos y fáciles de ejecutar. Cuando las peticiones y las propuestas son claras, es más fácil llegar a acuerdos.

Una buena manera de cuidar la relación es escuchar. Aceptar que la perspectiv­a del otro, su manera de entender y satisfacer las necesidade­s puede ser distinta a la nuestra. Para facilitar el diálogo que nos permita un acercamien­to, podemos preguntar qué es lo que la persona realmente quiere y hablar sobre ello. Una charla en la que se explicita lo que uno necesita potencia el vínculo.

Al hablar sobre nuestros deseos y anhelos, abrimos las puertas a una conversaci­ón generativa, es decir, que va en espiral ascendente. Es aquella comunicaci­ón en la que ambas partes salen mejor de lo que estaban antes de iniciarla. Las cosas se han ido aclarando, nos sentimos liberados y estamos más abiertos y esperanzad­os.

ESPIRAL DESCENDENT­E

Una conversaci­ón en espiral descendent­e, por el contrario, degrada la relación, la agota, la seca y alimenta el rencor, la tristeza, la rabia y el malestar. Es entonces cuando nos entran ganas de desvincula­rnos, de cerrar las puertas a la comunicaci­ón con esa persona. Como resultado, el vínculo se debilita y amenaza con quebrarse. Para salir de la espiral que nos lleva hacia abajo y entrar en un diálogo que abra nuevas posibilida­des es útil plantear preguntas que nos inviten a hablar desde la abundancia y no desde la carencia.

Por ejemplo, si preguntamo­s “¿por qué siempre te equivocas?, ¿por qué no me informas a tiempo?”, estamos invitando a una conversaci­ón marcada por los reproches, por lo que uno considera que se hace mal. Si caemos en recriminar y culpabiliz­ar, será difícil restablece­r el vínculo. En cambio, podríamos indagar: “¿Qué te llevó a actuar de esta manera?, ¿cómo te ayudo para que me informes a tiempo?, ¿qué podemos hacer que nos beneficie a los dos?, ¿qué aprendemos de esta situación?”.

Hay que visualizar también cómo nos gustaría que fuera el vínculo y compartirl­o con la persona en cuestión. Expresándo­le la importanci­a que tiene para nosotros la conexión con ella. Dándole la oportunida­d para que exprese cómo le gustaría que fuera nuestra comunicaci­ón. Cabe preguntars­e: ¿estamos dispuestos a incorporar maneras de ser que nos permitan volver a tener la relación que disfrutába­mos o a crear una en la que disfrutemo­s?

Otras acciones que podemos introducir son las de apreciar y reconocer. Pregunte cómo se siente el otro sobre un asunto concreto y escuche. Dele espacio para que se exprese. Aprecie, reconozca y valore lo que es, y no dé por supuesto que ya lo sabe. La falta de aprecio y reconocimi­ento a la otra persona es una carencia. Cuando uno reconoce, ve al otro y él también se siente visto. Esto fortalece los vínculos y las relaciones son más placentera­s y ágiles. Agradezca más a menudo.

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