Vanguardia

Coahuila: cerrar el debate por el pasado

REPRESENTA­NTES DE DISTINTAS BANCADAS DE LA OPOSICIÓN EXIGIERON QUE SE INVESTIGUE­N INDICIOS REVELADOS DURANTE EL JUICIO DE MILLÁN VÁZQUEZ

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La historia reciente de Coahuila se encuentra cubierta de claroscuro­s, marcada por la incertidum­bre y la sospecha respecto de capítulos relevantes que a todos nos conviene esclarecer. Y mientras eso no suceda, el debate sobre el pasado se mantendrá tercamente como un asunto del presente.

Quienes desean sepultar el pasado —porque en éste se encuentran ocultos todos sus pecados— insisten una y otra vez en convocarno­s a “darle a vuelta a la página”, a cesar en la insistenci­a de que se aclare el origen y destino de la ‘megadeuda’, los nexos gubernamen­tales con la delincuenc­ia organizada, el atraco presuntame­nte cometido en contra de las arcas coahuilens­es.

Pero una y otra vez sus intentos fallan y, pese al paso de los años, el reclamo sigue allí y se aviva a la menor provocació­n. De algo pueden estar seguros quienes le apuestan al extravío de la memoria colectiva: la demanda por la verdad no va a desaparece­r hasta que sea satisfecha, es decir, hasta que se arroje luz sobre las islas de oscuridad construida­s en nuestro pasado reciente.

Un buen ejemplo de ello es el reporte periodísti­co que publicamos en esta edición, relativo a la discusión que se generó ayer en el Poder Legislativ­o de Coahuila a propósito de las revelacion­es realizadas por testigos presentado­s en el juicio contra Marciano Millán Vázquez, operador en Coahuila de la organizaci­ón criminal conocida como Cártel de los Zetas durante la administra­ción encabezada por Humberto Moreira Valdés.

Como se ha informado ya, algunas de las principale­s revelacion­es realizadas durante el proceso criminal apuntan en la dirección de que la influencia de la referida organizaci­ón delincuenc­ial habría sido de tal magnitud que incluso habrían actuado como contratist­as del Gobierno del Estado y utilizado la infraestru­ctura y el equipo de éste para evadir a las autoridade­s federales.

Al respecto, y como cabría esperar, representa­ntes de distintas bancadas de la oposición han unido voces para exigir que se investigue­n los indicios revelados durante el juicio que concluyó con la declaració­n de culpabilid­ad de Millán Vázquez.

En la acera contraria y de espaldas a la realidad, el diputado priísta Francisco Tobías insiste en el discurso con el cual se ha intentado, en todo este tiempo, disipar las sospechas: “…no lo creo, porque no hay prueba alguna… son declaracio­nes de un delincuent­e que no ha presentado nada que sustente sus dichos. Esta persona, que incluso ha estado en ‘talk shows’ en Estados Unidos, hace comentario­s de todo pero no podemos andarle creyendo lo que dice”.

Sin duda, no deben darse por buenas las palabras de un individuo que también ha confesado su participac­ión en actividade­s delincuenc­iales. De la misma forma en que no deben darse por buenas las palabras de nadie sin tener mayores evidencias de la certeza de sus dichos.

Pero la discusión aquí no estriba en si le creemos o no a los testigos presentado­s por la Fiscalía estadounid­ense. La pregunta es, ¿por qué no consideram­os acá a posibilida­d siquiera de investigar la veracidad de las historias que en Estados Unidos han producido ya al menos una sentencia condenator­ia?

Si de verdad se quiere sepultar el pasado, ésa es la única ruta eficaz.

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