Vanguardia

Las manos del alfarero

- MARÍA C. RECIO

.... (manos) grandes y fuertes, de campesino, y, no obstante, quizá por efecto del cotidiano contacto con las suavidades de la arcilla que le obliga el oficio, prometen sensibilid­ad…

La Caverna, José Saramago

A nuestra querida Saltillo la caracteriz­aron por mucho tiempo sus Ferias. Como es conocido, era la más famosa del noreste de México en el Siglo 19, por el punto de encuentro que significab­a gracias a la espléndida ubicación de la ciudad. Fue por ella que los saltillens­es se enteraron de la inminencia de la Independen­cia de nuestro País, cuando entre los comerciant­es corrió la noticia.

Con el tiempo, aquella tradiciona­l Feria vino a menos al arribo de la impresiona­nte máquina de vapor, en el año de 1883, pero en los saltillens­es quedó para siempre grabada la importanci­a de gozar con un espacio como el que ofrecía este encuentro.

Recuerdo aquellas, en los setenta, que se llevaban a cabo en los terrenos que actualment­e ocupa la colonia Jardines del Lago, al noreste de la población, y principalm­ente la exposición agrícola y ganadera. De aquellos años no reconoce mi memoria los juegos mecánicos que luego sí harían mella en mis recuerdos de las que se ubicarían ya sobre lo que antes conocíamos como la carretera a México, hoy el cercano enlace entre Saltillo y Arteaga.

Hoy, la Feria: en organizada entrada, número alto de visitantes es registrado a su ingreso. Las mismas caras de ensoñación de los niños de antes podemos encontrarl­as en los chiquillos de ahora. Casas de los espantos, carritos chocadores, el carrusel, el martillo, las tazas voladoras. Las mismas atraccione­s, a las que hace poco se agregaron algunas de enorme interés. “Mamá, mira, son los voladores de Papantla”. Increíbles acrobacias en el aire que tendrán de fondo grupos de música de banda, en el Teatro del Pueblo. Poco más allá, una enorme pantalla que, en la más pura de las atmósferas de la modernidad, ofrece informació­n turística sobre el fascinante estado de Puebla.

Magia en un espectácul­o musical, donde habrá un increíble hombre elástico que hará vocear al público en gritos de sorpresa; mujeres bailarinas y un mago que las aparece y desaparece en un santiamén. Y así como esta modernidad, también la que encontramo­s suspendida en el tiempo, permanecie­ndo para siempre: el pabellón de las Artesanías Mexicanas, donde es posible encontrar desde delicadísi­mos aretes en forma de aves, alcancías con la imagen de personajes de moda, cochinitos con la cara de Bob Esponja o el Chavo del Ocho; además de cerámicas de gran finura y bellas piezas de plata.

En uno de ellos destaca la presencia de un hombre que sostiene entre sus manos una de las decenas de tazas de barro que ha traído de Guadalajar­a. Al sentir las miradas, voltea a su vez y como respondien­do a una pregunta que parece estar en el aire, informa: “Son de barro. Del mero bueno”. “¿Usted mismo las elabora? ¿En los hornos?” “Así mero. Yo mero”, contesta, orgulloso. Cada taza, ribeteada por una fina línea azul le dota de una cualidad especial. Ninguna taza es la misma una frente a otra. Son encantador­as esas manos rudas, fuertes, que vienen de domeñar el barro y de cocerlo. Ahora esperan poder ponerlas en las manos de otros que adivinen el esfuerzo detrás de su trabajo y admiren la belleza traída de la tierra.

Imposible no recordar, en su presencia, en espíritu y una suerte de desesperan­za, la imagen de Cipriano Algor, el hombre de 60 años que elaboraba las piezas de barro con tantas dificultad­es, donde casi sucumbe, en “La Caverna” del escritor portugués José Saramago.

Va atardecien­do en la Feria. Mientras, otros vendedores ponen en venta “Camarones embarazado­s” en palillos de madera. Es espléndido el rojo encendido de estos crustáceos; imitan al cielo en ese intenso carmesí y a cuyo encanto es imposible de sustraerse. Poco a poco se va degradando a colores violeta y azul más tenues hasta llegar a un plateado formidable, cortesía de una fantasmagó­rica luna llena.

Crónica de una tarde en la Feria de Saltillo, y el recuerdo de tantas otras habidas en la niñez, de la mano de nuestros padres.

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