Vanguardia

Vine, ví y me vencí

- SALTILLO SERÁ UNA CIUDAD MÁS DEFINIDA POR SU FUTURO QUE POR SU PASADO. HAY TANTOS MUNDOS, TANTA DIVERSIDAD. LA CIUDAD ESTÁ LLENA DE BUENA ENERGÍA E INSPIRACIÓ­N.

Yo soy de Monclova. Nací, crecí y viví en Monclova. Soy y seré siempre monclovens­e, pero moriré en Saltillo porque así lo he elegido. Llegué a esta ciudad durante el verano de 1982, apenas 405 años después de la fecha en que la historia oficial, afirma que Alberto Del Canto la fundo. Una sola ocasión la había visitado y la percibí cerrada, lluviosa y a veces hasta aburrida. La muralla que separa a Saltillo y Monclova, había sido más que un elemento natural, una verdadera división entre estas dos ciudades tan cercanas, pero al mismo tiempo distantes.

Abuela, tíos, tías, primos, primas, amigos, amigas, todos vivían en Monclova y ese era mi universo personal. Aun recuerdo el salón de clase en donde dije adiós a mis entrañable­s amigos del Colegio La Salle de Monclova; el trabajo de mi madre era la razón del cambio.

Yo tenía 11 años cuando llegué a vivir a Saltillo, una ciudad hasta entonces desconocid­a. Iniciaba la secundaria en el Colegio Ignacio Zaragoza, un lugar para mí extraño y en donde no conocía a nadie. Atravesaba por los problemas típicos de un adolescent­e y mi adaptación fue por decirlo, poco sencilla. Al inicio, mi rutina consistía en ir al Colegio por las mañanas para en las tardes refugiarme en el trabajo de mi madre en el Centro Histórico de la ciudad.

Todavía recuerdo que un seis de agosto, la fiesta por excelencia del Saltillo de esa época, vi en uno de los puestos que se instalan en la Plaza de Armas un artículo que me interesó. En esos momentos no tenía siquiera un peso en los bolsillos, así que regresé al siguiente día con el dinero en la mano y como sorpresa, me encontré con la plaza vacía y perfectame­nte limpia.

Jamás me enteré, que la tradición católica que festeja la llegada de la figura del “Cristo” que descansa en su capilla, dura solo una tarde. Lección aprendida. Así empecé a conocer Saltillo, caminando por sus calles, descubrien­do su rica historia oculta detrás de edificios y monumentos de cantera y caminando por lugares comunes. Me subía en los camiones y recorría la ciudad entera.

Pero hace unos días, fui al corazón mismo de la ciudad y mientras caminaba por sus calles estrechas, algunas oscuras y otras iluminadas, me di cuenta de que habían pasado 34 años desde que llegué y entonces comprendí que era el Saltillo de amores: Mis tres hijos: Sofía Amaranta, Rodrigo Alejandro y Regina, mi nieto Carlos Enrique y Sandra el amor de mi vida, son todos saltillens­es.

Que a muchos de mis mejores amigos los encontré aquí y que hoy, Saltillo es mi inspiració­n y mi lugar de trabajo; pues todo lo que sucede aquí, todas mis experienci­as, mi vida entera está en este lugar. Un Saltillo en donde si se quiere, se puede disfrutar durante las primeras horas de la mañana de la pureza de su aire, y de los amaneceres que desnudan la sierra de Zapaliname. Una ciudad que libra una batalla entre conservar algunas cuantas tradicione­s, pero que abraza una modernidad que ya nada ni nadie podrá detener. Un Saltillo al que la naturaleza le dio un sueño y a partir de ahí, nació una ciudad. Pero que hoy, esa misma naturaleza apenas nos da el tiempo necesario para crear un futuro.

Una ciudad que vive a un ritmo acelerado y en donde las nuevas generacion­es pueden dejar atrás, todos los dogmas, prejuicios y una falsa moralina que encontré en los años ochentas. Hoy, estoy convencido de que Saltillo, será una ciudad mucho más definida por su futuro que por su pasado. Y es que hay tantos mundos dentro de Saltillo, tanta diversidad y una aceptable oferta cultural que a pesar de cualquier cosa, no podemos negar que la ciudad está llena de un montón de buena energía e inspiració­n.

Acepto que hasta ahora, en ocasiones he desarrolla­do una relación de amor-odio con Saltillo, pues he llegado a pensar que vivimos en medio de un desastre, una ciudad caótica que nunca fue planeada, pero que no niega su personalid­ad y solidarida­d que para mí, han sido increíbles. Así me fui dando cuenta que a Saltillo vine, vi y me vencí, o me dejé vencer o me vencieron. Cualquier explicació­n es tan inútil porque como alguien que no nació aquí, me es muy difícil hablar de forma adecuada o justa de Saltillo. No es una ciudad muy agradable; o alegre o fácil. Simplement­e es magnífica.

@marcosdura­nf —Voy a abrir la ventana, para que entre la gracia de Dios.

La abuela apartaba las cortinas y abría las cuatro hojas del grande ventanal. Toda la luz del mundo y todo el aire se precipitab­an al mismo tiempo y llenaban el aposento con su frescura y su claridad.

Empezaba un nuevo día del Señor. Sus criaturas salían a la mañana: los hombres que iban a la labor; las mujeres que llevaban al molino el nixtamal; los niños que caminaban –no muy aprisa- hacia la escuela. Se oía el cacareo de las gallinas; el mugir de la vaca mora, que antier había parido; el balido de las cabras que el pastor llevaba al cercano agostadero. De la cocina llegaban aromas de café recién hecho y de tortillas de harina acabaditas de salir del comal.

Hoy sé que aquello era el paraíso. Entonces no lo sabía. ¿Qué puede saber un niño?

Ahora mi mujer descorre las cortinas y abre los postigos del ventanal para que entre la gracia de Dios. La vida sigue cantando su canción, y desde la cocina llegan los mismos aromas del ayer.

Esto es el paraíso. Pero yo no lo sé. ¿Qué puede saber un viejo?

¡Hasta mañana!...

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MARCOS DURÁN FLORES

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