Vanguardia

EL VUELO EXTÁTICO DE MINERVA MARGARITA

- CLAUDIA LUNA FUENTES claudiades­ierto@gmail.com

Una Minerva de oro nada en el agua oscura, de allí toma los mensajes. Asciende.

Para salir, hiende espesas paredes de médula y tejido. Hay huesos, fulgores rojos. Anda por la tierra con la mirada en asuntos que unen lo denso con lo ingrávido. Luego se eleva y desde la gracia inicia su discurso iluminado.

La Minerva flotante, en vuelo extático, esculpe entonces catedrales lingüístic­as con olor a santidad, con grafías unas sobre otras, que muestran también los quiebres de la voluntad y sus herrumbres, la acidez de los orines. Por esas catedrales asoma Teresa de Ávila y vuelve a encerrarse en las puertas caligráfic­as.

Con licencia enciclopéd­ica, Minerva ha construido edificacio­nes alas que se les oye el agua y el plasma electrónic­o de una pantalla, bosques y cadáveres. Estas catedrales resguardan imágenes de asombro en un proceso de revelación escritural. Ella escribe y yo tomo “un cielo desprendid­o del siglo dieciséis, plumas de nieve y el aroma de una huérfana”.

Estas imágenes están presentes en Las maneras del agua, uno de los poemarios que ha escrito la poeta e investigad­ora Minerva Margarita Villarreal, trabajo que ha sido reconocido con el célebre Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalie­ntes 2016 y que sale a la luz con el sello del Fondo de Cultura Económica apenas en mayo pasado.

Minerva Margarita vive y respira en el mundo de los libros que genera, que arma, que coordina. Ella es discurso afilado que se acompaña de una luz fértil. Libros, premios, viajes. Su templo son las letras, sus libros sagrados están conformado­s por la tradición poética y ensayístic­a m diversa. Desde la tradición romana hasta la observació­n del mundo contemporá­neo. Es ávida en lectura y en escritura.

Para suerte de los lectores, ha forjado poemarios de alta factura. Y ya desde Herida luminosa, donde hay trances eróticos, inicia un pase hacia Las Maneras del agua que hoy nos entrega. Éxtasis erótico, éxtasis místico, fronteras que se funden como dos aguas que se encuentran.

Cuando inicié la lectura de Las maneras del agua, eran las 4 de la mañana. Al entrar al primer poema, me dije: es la hora de entrar al corazón del corazón. El aire en la habitación se volvió de una claridad densa, la luz de la lámpara atrapaba sus partículas no visibles. Entré a un campo de vibracione­s que dispusiero­n mi ánima.

Y preguntaba en esa luminosa soledad de mi alcoba: ¿Con quién conversas Minerva?

¿Con el silencio del silencio y su blanco huevo?, ¿con la sangre divina de tu útero? ¿Hasta ese universo claro finalmente has llegado?

Delicadame­nte, en sus poemas, Minerva nos muestra los niveles de la oración planteados por Teresa de Jesús, que dan nacimiento a un huerto florido si son observados. Todos volvemos al agua. En el agua se funda vida y plegaria.

Y seguía en la lectura. Minerva en este libro ofrece versos donde poesía y filosofía permiten abrir a la rosa de la relevación. Cito: “Sueño que cada cosa / crea / lo que parece vivo / fertiliza / lo que parece estático / espera / nunca nada está muerto”.

Luego de leer esto, me quedé en mutis. El viento mecía la cortina translúcid­a. La luz vibraba con más intensidad. Cada objeto, cada cosa era más sustancia ante mis ojos. Mis ojos mismos, la carne de mi rostro, el mundo afuera, se vino amorosamen­te encima con la corporeida­d que le fue regalada para habitar este mundo. En un instante cada forma se volvió más forma. Más ánima; incluso el viento. Recibí el alimento lingüístic­o. Sí, el viento, era denso, cargado de sentido, de decirme. Todo habla. Minerva escucha, traza y confiere.

Me sumo a los lectores que se asombran por las raras joyas que Las maneras del agua ofrece, esos castillos interiores teresianos responden a la mística teísta.

De madrugada seguía mirando el signo y la sustancia del signo en cada poema de Minerva. Tomé entre mis manos columna por columna, cada una sus edificacio­nes. Asomaba un dedo, el brazo y el corazón, en fin, el cuerpo incorrupto de Teresa. Y asomaba también, el Diablo. Minerva seguía en vuelo rodeada de 49 catedrales.

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