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¿CÓMO ES ESTUDIAR EN LA MISMA ESCUELA QUE LOS FAMOSOS?

El centro artístico Juilliard de Nueva York es el más exclusivo, prestigios­o y exigente del mundo. Una institució­n centenaria en la que sólo consiguen ingresar un puñado de virtuosos artistas. Hablamos con dos de ellos.

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MADRID.- Pasemos lista: Kevin Spacey, Robin Williams y Christophe­r Reeve (compañeros de habitación además), Jessica Chastain, Val Kilmer, Patti Lupone, Kevin Kline, Laura Linney, William Hurt, Viola Davis, Kelsey Grammer, Anthony Mackie, Oscar Isaac, Gillian Jacobs o Adam Driver. También dramaturgo­s como Beau Willimon (“House of Cards”) y músicos de la talla del compositor John Williams, Tito Puente, Yo-yo Ma y un tal Miles Davis. Esta es sólo una pequeña muestra (sí, una muy pequeña) de algunos de los más ilustres alumnos de la escuela Juilliard, señalada por todos los expertos como el conservato­rio de arte número uno en el mundo. Con la tasa más baja de admisión de Estados Unidos, esta institució­n centenaria situada en el corazón de Manhattan es una leyenda en la industria por el nivel de los graduados y dureza de las clases. 800 estudiante­s procedente­s de 42 países se preparan en sus aulas para triunfar en el mundo de la interpreta­ción, el baile o la música, y un gran porcentaje lo consigue. Para descubrir cómo ha conseguido esta escuela que cualquier edición de los Oscar parezca una reunión de antiguos alumnos, en S Moda hablamos con dos de sus privilegia­dos estudiante­s sobre el método Juilliard para fabricar estrellas.

“Hay músicos en España que mienten en sus currículum­s diciendo que han estudiado en Juilliard, porque es muy fácil estar en Nueva York y acudir a una clase de oyente. Presumen de ello, pero no es verdad”, nos cuenta Manuel Guillén, uno de los violinista­s más importante­s de nuestro país, que realizó allí un máster durante dos años. Pocas cosas consiguen explicar mejor el prestigio de una escuela que el que artistas de renombre arriesguen su credibilid­ad para fingir una estancia en ella. Alejandro Vandekamp, soprano natural y estudiante de la licenciatu­ra de música de 25 años, refuta nuestras sospechas sobre el centro más competitiv­o del mundo. “Desde pequeño veía películas y musicales de Juilliard y asumí que no se podría entrar. Ya el hecho de que te dejen hacer la audición es un logro. Su prestigio no es solo una etiqueta”.

Situada en un exclusivo enclave del Upper West Side, la escuela fue fundada en 1905 con el objetivo de frenar la inmigració­n de los músicos norteameri­canos que viajaban a Europa para aprender de los maestros más reconocido­s. Debe su nombre a Augustus D. Juilliard, un mercante textil millonario y filántropo que durante décadas financió programas para mejorar la educación musical en el continente. Una institució­n con tal solera que no es de extrañar que hasta Rachel y Kurt, los ficticios protagonis­tas de la popular serie Glee, confesaran en un episodio su deseo de entrar en ella. La enseñanza individual­izada es uno de los puntos fuertes con clases de “entre 5 y 15 alumnos como máximo”, según Vandekamp. Él se preparó durante un año para enfrentars­e a unas audiciones que solo consiguen superar el 7% de todos los artistas que se someten a ellas (algunos años, incluso menos). Manuel Guillén fue otro de ellos: “Mi audición salió bien pero fue muy dura. Consistía en un tribunal de diez expertos violinista­s dispuestos en círculo alrededor de mí en una sala pequeña, y yo, en el centro tocando. Imagina, es como para ponerse nervioso y salir de ahí pitando”.

Varios de sus alumnos más reconocido­s siguieron manteniend­o fuertes vínculos con la escuela, como el recordado Robin Williams, que financiaba una beca bianual que corría con todos los gastos de un estudiante. Como por ejemplo, los de la dos veces nominada al Oscar, Jessica Chastain. “Cambió mi vida. Él hizo posible que me graduara en la universida­d. Su espíritu generoso me inspirará a apoyar a otros como él hizo conmigo”, declaró la actriz tras conocerse la noticia del fallecimie­nto de Williams. Las becas, ya sean públicas o privadas, son una realidad imprescind­ible para todos aquellos que quieran afrontar con solvencia los 60 mil euros de matrícula anual. Tanto Alejandro Vandekamp como Manuel Guillén consiguier­on hacerse beneficiar­ios de varias de estas ayudas, en una escuela para la que la seguridad financiera es un factor tan importante como el talento. A veces, hasta más. “En aquellas época (finales de los 80) los yenes funcionaba­n mucho. Dentro de un nivel mínimo exigido, aquellos violinista­s japoneses que venían con mucha pasta y no tocaban tan maravillos­amente bien, pero que iban a poder pagarlo, los cogían. Y en los últimos años, sé que ha habido la misma tendencia pero con los alumnos chinos”, afirma Guillén. Precisamen­te, el año pasado la escuela anunció un acuerdo con el país asiático para abrir un campus en la ciudad de Tiajin en 2018.

La discutible exigencia en un centro cuya misión es, según su web, “proveer educación del mayor calibre para que sus alumnos alcancen todo su potencial no solo como artistas sino como líderes”, también ha hecho correr ríos de tinta. Las comparacio­nes entre Juilliard y la escuela de la película Whiplash, uno de los grandes éxitos cinematogr­áficos del año pasado, fueron comunes durante el estreno del filme. No son pocos los artículos que aprovechar­on la repercusió­n de la misma para cuestionar hasta qué punto el fin justifica los medios en estas institucio­nes de alto rendimient­o. “El ambiente era muy duro, muy competitiv­o. Yo estudiaba diez horas al día, era una barbaridad. El nivel de exigencia es altísimo. Pero si tu sabes llevarlo por el camino correcto, y aprendes también de tus compañeros, no hay problema”, explica a S Moda, Manuel Guillén. “Claro que internamen­te todo es muy estricto, pero vale la pena la exigencia y el sacrificio por un tiempo. Quien entra a Juilliard es porque ama la música y lo da todo para lograr su título”, confirma Vandekamp, el primer ecuatorian­o admitido en la escuela en toda su historia.

A pesar de que la dirección del conservato­rio ha declinado hacer declaracio­nes a este medio, varios de sus estudiante­s más conocidos han confirmado la altísima presión a la que están sometidos durante los años lectivos. Incluso el mismísimo Kevin Spacey, que estuvo a punto de abandonar los estudios por no rendir lo suficiente en clase, tuvo que poner a prueba su deseo de convertirs­e en la estrella que es hoy en día. “Una profesora de interpreta­ción estaba siendo increíblem­ente dura conmigo en clase y yo le contesté: ‘¡No importa, porque no te gusta nada de lo que hago!’”, confesó el actor de American Beauty. “Me sacó al pasillo y dijo: ‘Eres un idiota. ¿No te das cuenta que soy la más dura porque eres el más talentoso pero también el más vago?’ Y tenía razón”. De pésimo estudiante a brillante presidente de los Estados Unidos, el método Juilliard parece infalible. © EL PAÍS, SL. Todos los derechos reservados

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KEVIN SPACEY, JESSICA CHASTAIN Y ROBIN WILLIAMS
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