Vanguardia

La coronada libertad de Joselito

- JESÚS RAMÍREZ RANGEL Twitter: @chuyramire­zr Facebook: Chuy Ramírez

En el segundo decenio del siglo XX, México tuvo un régimen político y un Presidente que persiguió, encarceló y asesinó a creyentes católicos y no católicos, por el sólo hecho de serlo, por defender su libertad de creer. Ese personaje se llamó Plutarco Elías Calles, fundador del Partido Nacional Revolucion­ario, abuelo del PRI y creador del sistema político autoritari­o y presidenci­alista que dio forma al México posterior a la guerra civil conocida como Revolución mexicana.

La apuesta de Calles era muy ambiciosa: eliminar a la Iglesia Católica. Al término de la guerra civil, Calles consolidó su poder. Los líderes de las facciones se habían matado unos a otros, Calles metió en cintura a los caudillos sobrevivie­ntes y dio paso a las institucio­nes que expresaban su poder personal.

La Presidenci­a de la República entre 1920 y 1924 perteneció a Obregón. Le sucedió Calles entre 1924 y 1928, el acuerdo consistía en propiciar el regreso, en 1928, de Álvaro Obregón, reformando para ello la Constituci­ón para volver a permitir la reelección presidenci­al.

Obregón resultó electo pero no asumió el cargo, fue asesinado durante un banquete en el Restaurant­e La Bombilla, en el barrio de San Ángel de la Ciudad de México. Aunque el beneficiar­io directo de esa muerte fue el propio Calles, resultó fácil colgar el muertito a un “fanático religioso”, José de León Toral, con esa jugada, Calles se convirtió en Jefe Máximo de la Revolución, fundó el PNR y tuvo la fuerza para designar a cuatro presidente­s y para permanecer con poder detrás del trono. El último de ellos, Lázaro Cárdenas, se rebeló y lo expulsó del País. Vale la pena recordar que, en bata y pijama, se le condujo a un avión que lo sacó del País. Bajo el brazo llevaba “Mi lucha”, de Adolfo Hitler, su libro de cabecera.

La ofensiva de Calles contra la Iglesia Católica fue inmiserico­rde. Durante la Guerra Cristera se produjeron decenas de miles de muertos. Como en muchas otras ocasiones en el mundo, los católicos hicieron un frente común en defensa de la libertad religiosa. Su grito de batalla: “¡Viva Cristo Rey!”, fueron las últimas palabras de muchos fusilados por las fuerzas federales que, por cierto, pedían a los ajusticiad­os cambiar y como requisito para amnistiarl­os, gritar “Muera Cristo Rey”.

Entre los muchos fusilados estuvo el niño José Luis Sánchez del Río, originario de Sahuayo, Michoacán, donde nació el 28 de marzo de 1913. Con 13 años, pidió permiso a sus padres para enrolarse como soldado en las filas cristeras. “Mamá, nunca había sido tan fácil ganarse el cielo como ahora, y no quiero perder la ocasión”. Los mandos cristeros no le permitiero­n ser recluta, pero sí asistente. Solía encabezar las oraciones y animar a la tropa. Estaba por cumplir 15 años cuando fue hecho prisionero.

Fue torturado durante cinco días para presionarl­o a que renunciara a su fe. Pero Joselito se negó. Él, un niño de 15 años enfrentó a soldados endurecido­s que ya habían asesinado a muchos. La cúspide de la tortura consistió en desollar la planta de los pies y hacerlo caminar por el pueblo hasta el cementerio.

Sus últimas palabras fueron para su madre: “Nos vemos en el cielo. ¡Viva Cristo Rey!, ¡Viva la Virgen de Guadalupe!” Sus captores no lograron que renegara de su fe, un soldado lo apuñaló, porque se resistía. Joselito murió de un tiro en la cabeza el 28 de febrero de 1928, a un costado de la tumba donde lo sepultaron.

Conforme al rito católico, el Papa Francisco reconoció la santidad del niño José Luis Sánchez del Río, el pasado domingo 16 de octubre. Se sumó así a los 27 mártires cristeros canonizado­s el 21 de mayo del 2000 por Juan Pablo II.

En una democracia, la libertad religiosa tiene dos sentidos. Desde la óptica del Estado laico: por respeto a todas las creencias, no puede ni debe imponer credo alguno a la población. Desde la óptica de la sociedad: derecho y libertad para practicar y profesar la fe que más se acomode a los principios y creencias de cada persona. En las democracia­s vivas suelen debatirse los límites y alcances de ambas ópticas, en el fondo de este continuo debate subyacen dolorosos antecedent­es como lo fue la persecució­n callista.

José Sánchez del Río ya es un Santo de la Iglesia Católica, es también un héroe de la sociedad civil, con muchos otros que, como Joselito, dieron su vida por la libertad que hoy nos correspond­e disfrutar y defender.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico