La coronada libertad de Joselito
En el segundo decenio del siglo XX, México tuvo un régimen político y un Presidente que persiguió, encarceló y asesinó a creyentes católicos y no católicos, por el sólo hecho de serlo, por defender su libertad de creer. Ese personaje se llamó Plutarco Elías Calles, fundador del Partido Nacional Revolucionario, abuelo del PRI y creador del sistema político autoritario y presidencialista que dio forma al México posterior a la guerra civil conocida como Revolución mexicana.
La apuesta de Calles era muy ambiciosa: eliminar a la Iglesia Católica. Al término de la guerra civil, Calles consolidó su poder. Los líderes de las facciones se habían matado unos a otros, Calles metió en cintura a los caudillos sobrevivientes y dio paso a las instituciones que expresaban su poder personal.
La Presidencia de la República entre 1920 y 1924 perteneció a Obregón. Le sucedió Calles entre 1924 y 1928, el acuerdo consistía en propiciar el regreso, en 1928, de Álvaro Obregón, reformando para ello la Constitución para volver a permitir la reelección presidencial.
Obregón resultó electo pero no asumió el cargo, fue asesinado durante un banquete en el Restaurante La Bombilla, en el barrio de San Ángel de la Ciudad de México. Aunque el beneficiario directo de esa muerte fue el propio Calles, resultó fácil colgar el muertito a un “fanático religioso”, José de León Toral, con esa jugada, Calles se convirtió en Jefe Máximo de la Revolución, fundó el PNR y tuvo la fuerza para designar a cuatro presidentes y para permanecer con poder detrás del trono. El último de ellos, Lázaro Cárdenas, se rebeló y lo expulsó del País. Vale la pena recordar que, en bata y pijama, se le condujo a un avión que lo sacó del País. Bajo el brazo llevaba “Mi lucha”, de Adolfo Hitler, su libro de cabecera.
La ofensiva de Calles contra la Iglesia Católica fue inmisericorde. Durante la Guerra Cristera se produjeron decenas de miles de muertos. Como en muchas otras ocasiones en el mundo, los católicos hicieron un frente común en defensa de la libertad religiosa. Su grito de batalla: “¡Viva Cristo Rey!”, fueron las últimas palabras de muchos fusilados por las fuerzas federales que, por cierto, pedían a los ajusticiados cambiar y como requisito para amnistiarlos, gritar “Muera Cristo Rey”.
Entre los muchos fusilados estuvo el niño José Luis Sánchez del Río, originario de Sahuayo, Michoacán, donde nació el 28 de marzo de 1913. Con 13 años, pidió permiso a sus padres para enrolarse como soldado en las filas cristeras. “Mamá, nunca había sido tan fácil ganarse el cielo como ahora, y no quiero perder la ocasión”. Los mandos cristeros no le permitieron ser recluta, pero sí asistente. Solía encabezar las oraciones y animar a la tropa. Estaba por cumplir 15 años cuando fue hecho prisionero.
Fue torturado durante cinco días para presionarlo a que renunciara a su fe. Pero Joselito se negó. Él, un niño de 15 años enfrentó a soldados endurecidos que ya habían asesinado a muchos. La cúspide de la tortura consistió en desollar la planta de los pies y hacerlo caminar por el pueblo hasta el cementerio.
Sus últimas palabras fueron para su madre: “Nos vemos en el cielo. ¡Viva Cristo Rey!, ¡Viva la Virgen de Guadalupe!” Sus captores no lograron que renegara de su fe, un soldado lo apuñaló, porque se resistía. Joselito murió de un tiro en la cabeza el 28 de febrero de 1928, a un costado de la tumba donde lo sepultaron.
Conforme al rito católico, el Papa Francisco reconoció la santidad del niño José Luis Sánchez del Río, el pasado domingo 16 de octubre. Se sumó así a los 27 mártires cristeros canonizados el 21 de mayo del 2000 por Juan Pablo II.
En una democracia, la libertad religiosa tiene dos sentidos. Desde la óptica del Estado laico: por respeto a todas las creencias, no puede ni debe imponer credo alguno a la población. Desde la óptica de la sociedad: derecho y libertad para practicar y profesar la fe que más se acomode a los principios y creencias de cada persona. En las democracias vivas suelen debatirse los límites y alcances de ambas ópticas, en el fondo de este continuo debate subyacen dolorosos antecedentes como lo fue la persecución callista.
José Sánchez del Río ya es un Santo de la Iglesia Católica, es también un héroe de la sociedad civil, con muchos otros que, como Joselito, dieron su vida por la libertad que hoy nos corresponde disfrutar y defender.