Vanguardia

21 gramos

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Cuando empezó a formarse hace cuatro mil millones de años, la Tierra era un lugar sin vida. Nada sobrevivía sobre ella. Tuvieron que pasar 300 millones de años para que se formara el primer organismo celular: la vida había comenzado. Luego, inició un lento proceso para formar el árbol de la vida. Surgieron organismos más complejos y, tras miles de millones de años, las plantas, los animales y finalmente los primeros humanos.

Pero, de pronto, tuvimos recuerdos, ideas y propósitos. Supimos que estábamos vivos y que pensábamos. Desarrolla­mos el lenguaje y nos hacíamos preguntas acerca de nuestra presencia en este mundo y el porqué de las cosas. ¿Pero cómo fue que pasamos de un mundo sin alma a tener eso que las religiones dicen que tanto Dios como el demonio se disputan? No sabemos. Hasta ahora no disponemos de pruebas de su existencia, pero aceptamos que existe a pesar de que ignoramos por qué y cómo funciona; el alma es una de las cuestiones más importante­s de nuestras vidas, algo inmaterial y eterno.

Nuestra idea del alma ha estado ligada a la creencia generaliza­da de la vida después de la muerte, nuestra fuerza vital, algo que nos impulsa y que es independie­nte del cuerpo.

Ya hace miles de años, Aristótele­s decía que todos los seres vivos –plantas, animales y humanos– tienen alma. Las plantas, un alma vegetativa; los animales, sensitiva; y los humanos, racional. Thomas Mann decía que un alma sin cuerpo es tan inhumana y atroz como un cuerpo sin alma, y el poeta español Gustavo Adolfo Bécquer decía que “Si pudiera hacerse la disección de las almas, cuántas muertes misteriosa­s se explicaría­n”.

Pero luego de las aclaracion­es poéticas o filosófica­s, llegó la ciencia que no atinó tampoco a explicar si existe o no el alma. Primero la buscaron a través del lente de un microscopi­o y en un tubo de ensayo: el resultado fue nada. Tampoco les fue posible saber de qué se compone: si es líquida, sólida o gaseosa. Mucho menos conocer dónde se localiza, pues algunos dicen que está en el corazón, otros en el cerebro en medio de neuronas y a un lado de la conciencia, algo que tampoco hemos podido probar.

Lo único que pudo decir la ciencia es que vivimos un tiempo y que al morir termina todo, y han dado por cierta la versión de que no existe una dimensión espiritual de la vida, que nuestro cuerpo es sólo la suma de oxígeno, hidrógeno, carbono y algunas otras proteínas.

Para probarlo, un grupo de científico­s realizó experiment­os para revisar la composició­n química del cuerpo humano. Descubrier­on que estamos hechos de oxígeno 65%, carbono 18%, hidrógeno 10%, nitrógeno 3%, calcio 1.5%, fósforo 1%, potasio 0.25%, azufre 0.25%, sodio 0.15%, cloro 0.15%, magnesio 0.05%, hierro 0.006%, elementos que sumados dan un total de 99.356%. Al resto no se le pudo encontró por ninguna parte.

Esto motivó al doctor Duncan Macdougall a intentar comprobar que el alma tenía un peso específico y que, por tanto, existía. Fue en el año de 1907 cuando la revista American Medicine publicó un experiment­o de este doctor originario de Massachuse­tts, que utilizando una cama adecuada como báscula, pesó a seis personas moribundas observándo­las a través del proceso de su muerte y registrand­o cada cambio de peso. El resultado fue sorprenden­te: inmediatam­ente después de su muerte, los cuerpos perdieron 21.2621423475­00003 gramos: el peso del alma.

La evidencia se convirtió en un problema para el viejo paradigma de la biología y las ciencias cognitivas. Y es que los resultados de esta experiment­ación científica no sólo desafían nuestra intuición clásica, sino que también sugieren que el alma es inmortal y existe fuera del espacio y del tiempo y que quizás, solo quizás, hay otras vidas después de lo que entendemos como muerte. Que ¿hacia dónde va el alma? Eso será tema de otro artículo.

¿Es un hecho para preocuparn­os? No lo sé, pero en este mundo en donde algunos llegan incluso a matar y traicionar por poder y dinero, se vuelve vigente el dicho del filósofo y también científico francés Blaise Pascal cuando cuestionó: ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma? Siendo así, si te pusiste a dieta y acaso bajaste apenas 21 gramos, lo más probable es que lo que perdiste sea algo más que sólo peso.

@marcosdura­nf www. vanguardia. com.mx/ diario/opinion

JACQUELINE PESCHARD

> Para dignificar el trabajo del hogar

VALERIA LUISELLI

> Profanacio­nes

ÉLMER MENDOZA

> Daniel Salinas Basave En el sueño te me apareces, Terry, amado perro mío. Vuelves a ser, entonces, y yo vuelvo a ser yo contigo. Vamos juntos por el camino de la vida, y es un gozo el camino, y la vida es un gozo.

Estoy seguro de que a veces me sueñas tú también. El amor trae consigo los sueños. Los dos éramos jóvenes entonces. En la mañana salías de la casa. No sé qué irías a buscar. Espera: sí lo sé. Era lo mismo que en las noches salía a buscar yo.

Ahora tú ya no eres, y yo estoy aprendiend­o a ya no ser. Te propongo que no dejemos nunca de recordarno­s, ni tú a mí ni yo a ti. Ser recordado, ¿sabes?, es no morir del todo. Sólo muere en verdad lo que se olvida. No le temamos a la muerte; sí al olvido.

Acuérdate de mí, Terry mío. Suéñame. No me dejes morir. Yo te recordaré en el sueño, y volverás a ser. Encontrémo­nos en la vida de los sueños, igual que una vez nos encontramo­s en los sueños de la vida.

¡Hasta mañana!...

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MARCOS DURÁN FLORES
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