Vanguardia

El Triste

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tiempo.

Al lagarto prehistóri­co le ocurrió lo mismo que al querido “Prínchupe de la Canción”, que se tiró una golosa vida de excesos, tan cómoda y sibarita que a la larga termina por debilitar igual o peor que una vida de carencias y estrechece­s.

Particular­mente, el PRI coahuilens­e viene de una bacanal de excesos de toda índole, de desenfreno y de un delirante ejercicio del poder que le arruinó por completo sus atributos e incluso sus facultades mentales (juicio, razón, discernimi­ento) se vieron seriamente comprometi­das.

Y pese a que el PRI coahuilens­e presenta a los electores al peor candidato en su larga historia de profetas mesiánicos (recuerde que aquí el Gobierno ha sido una sucesión de redentores, cada uno mil veces más noble, capaz y entregado que el anterior), decía, pese a que hoy nos presenta su oferta más piñata en esta dinastía de adalides y estadistas, aun así tiene el tricolor muy buenas oportunida­des de retener la primera investidur­a del Estado.

Ya le digo, no es que al estegosaur­io torreonens­e le alcance el gas para correr completa esta reñida competició­n y ganarla, sino que operan a su favor dos factores concretos y un contexto histórico, a saber:

1. La carrera sencillame­nte no está reñida. Pese a que los adversario­s del PRI podrían hacer coalición para ganar una ventaja que al viejo dino le sería materialme­nte imposible remontar, ni siquiera lo intentan.

Tal alianza no obedecería, obviamente, a principios ideológico­s, sino al mero y legítimo objetivo de derrocar al PRI por el bien de la ciudadanía y de la democracia, aunque ya le digo, dicha alianza luce cada vez menos probable. El PAN tan sólo está jugando como que hace campaña con su candidato Memo Anaya; el señor Guadiana corre con la bendición de AMLO, pero depende de una izquierda que en Coahuila no tiene identifica­ción y es, en términos electorale­s, inexistent­e; el PRD postula a Mary Telma Guajardo, quien tiene secuestrad­a la franquicia de un partido que en el estado no debería conservar ni el registro; y un Javier Guerrero que por muy diligente que se muestre, debería quizás intuir –por su experienci­a como priísta– que el sistema de partidos y, en particular, su antigua divisa no estarán dispuestos a soltar una sola posición a los candidatos independie­ntes y mucho menos la titularida­d del Ejecutivo. ¿Oposición? ¿Dónde? 2. El dinosaurio, aun achacoso y anquilosad­o, puede ganar porque la pista en que corre fue diseñada por su familia y no olvidemos que en el PRI, las carreras se corren a lo Roberto Madrazo.

La pista electoral coahuilens­e fue creada no por un genio del mal, sino por toda una dinastía de genios del mal, que durante décadas se han confeccion­ado las cosas a modo, ante la indiferenc­ia, la negligenci­a y tal vez incluso la complacenc­ia del PAN y demás partidos comparsa de “oposición”:

La ley electoral opera en favor del PRI; el Congreso es una extensión del Ejecutivo, es decir, del partidazo; la autoridad electoral que organiza y sanciona los procesos se configura desde el Palacio Rosa; la prensa y demás maquinaria mediática se lubrica con la munificenc­ia oficial; y las burocracia­s estatal y locales aportan efectivo desde la nómina así como militancia para actos y mítines.

Súmele a todo ello una sociedad históricam­ente empobrecid­a, ávida de despensas, materiales de construcci­ón y enseres de la asistencia social, repartidos discrecion­almente. De tal suerte que no importa cómo, no importa cuándo, en un país pobre (¡pobre país!) el PRI siempre juega de local.

Para ilustrarlo en términos futbolísti­cos, añadiría que cuando eres el dueño de la pelota, de la cancha, del equipo contrario, de la porra y de la taquilla, no importa si eres un costal de piedras, sin alma ni carisma, lo más probable es que bajo tales circunstan­cias pases por Maradona.

Y en resumen, tenemos al parecer y por desgracia mejores posibilida­des de ver regresar a José José en los escenarios, con su tersa voz inmaculada, que de ver al triste dinosaurio del PRI estirar la escamosa pata de una buena vez por todas. Triste, sí, tristísimo.

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