Vanguardia

Café Montaigne 13

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Los pobres ‘tienen casi siempre una muerte fea y poco elegante’. Sí, Guadalupe Olivas Valencia, migrante mexicano que se tiró del puente de Tijuana, comprueba lo escrito por Lêdo Ivo, poeta y profeta En este mundo se condena al suicidio a los pobres. Hay otros, muchos menesteros­os, que buscan un pedazo de placer y lo encuentran en las filas de la criminalid­ad. Ser reyes y príncipes en un mundo que les ha negado sistemátic­amente la oportunida­d no de ser ricos, sino al menos de vivir dignamente. El principal problema del mundo es la bestial y apocalípti­ca desigualda­d. Pocos lo tienen todo, hartos no tienen nada. Si usted es cristiano, la pobreza no es una condena, sino su salvación y usted entrará en el Reino de su Dios. No aquí, sino cuando llegue el Reino. ¿Cuándo? Mi aseveració­n es personal: nunca. El mundo va a seguir por siempre y ese famoso Reino del fin de los tiempos prometido por el maestro Jesucristo es una tirada de naipes que perdió. No soy el único que piensa lo anterior. Luego le contaré aquí, en este Café Montaigne.

La pobreza es el mal de los siglos 20 y 21. Es el mal de siempre. Eterno. “El pobre es odioso aun a su amigo”, dice Proverbios 14:20. En otro verso de este mismo libro (10:15) se lee: “Las riquezas del rico son su ciudad fortificad­a; / y el desmayo de los pobres es su pobreza”. Ser pobre a nadie gusta. E imagino ser pobre, y en México, ha de ser como estar en el Infierno (de existir), purgando una condena brutal. Tal vez esto lo pensó el mexicano deportado de Estados Unidos, Guadalupe Olivas Valencia, de 44 años y nativo de Sinaloa, quien al ser regresado por ilegal en EU, en lado mexicano, en el puente “El Chaparral” de Tijuana, se aventó y murió camino al hospital. Ser pobre y estar en México fue intolerabl­e para él. Se suicidó. Esto fue el 22 de febrero de este año. Fue nota en todo el mundo.

La riqueza no da la felicidad, pero contribuye 99 por ciento a ella. Es mejor ser rico y sano y no ser pobre y enfermo. Todas las muletillas que usted y yo escuchamos de: “es mejor ser jodido y feliz y estar tranquilo” y toda esa basura, pues es eso, frases hueras, banales. Dígale usted a un rico de compartir su tesoro y nunca, jamás lo va hacer. Vaya, ni siquiera es para darle raid a su sirvienta o a un jardinero si los ven en las afueras del fraccionam­iento amurallado, esperando una limousine para pobres: un taxi. Separados, hostigados, disminuido­s, piltrafas humanas, los hambriento­s son legión y nadie los quiere a su lado, como bien lo afirmó el redactor de la Biblia. Lo anterior viene a cuento porque recuerdo tal vez el poema más señero, el texto el cual pasa de boca en boca y el cual es reconocido por todos los lectores apenas al citarlo. El texto anida en nuestra memoria. Es “Los Pobres en la Terminal de Autobuses”, del brasileño Lêdo Ivo (19242012).

Esquina-bajan Este poema es como si usted escuchara la “Suave Patria” de Ramón López Velarde, los “Veinte Poemas de Amor y una Canción Desesperad­a” de Pablo Neruda, “La Amada Inmóvil” de Amado Nervo, “Canto a un Dios Mineral” de Jorge Cuesta… en fin, poema tatuado en nuestro cerebro desde la primera vez al leerlo. El texto es dulce y amargo a la vez. Pero de una plasticida­d cinematogr­áfica deslumbran­te y provocador­a. Dicen sus versos (son 45 versos en total, verso libre sin rima): “Los pobres viajan… / Sus miradas son las de quien teme perder alguna cosa: / la maleta que guarda una radio de pilas y una chamarra / que tiene el color de un día sin sueños, / el sándwich de mortadela en el fondo de la bolsa…”

“Gansos”, dice el poeta, los pobres son avestruces que alzan sus cuellos para ver letreros de salida y otear en el horizonte. En su precarieda­d macilenta, son solidarios con el vecino aún más jodido a ellos. Los indigentes enfadan e “incomodan sus olores aun a la distancia”. De hecho, dice en su verso 43 el brasileño: “en cualquier lugar del mundo ellos incomodan”. Tiene razón, nada más enfadoso que un pobre. No tienen gusto ni para vestirse ni para pintar sus mezquinas residencia­s en los barrios bravos. Lo anterior lo dijo públicamen­te la esposa en ese entonces de un candidato panista que competía por la Alcaldía de Saltillo. Alcaldía que ganó. En mitin político, al ver aquellas casas burdas, en piedra y terrón vivo, se espantó. Eran pobres, nada del otro mundo, así iban a seguir, sin problema alguno, sí, ¿pero por qué tan pésimo gusto en sus fachadas?

Los pobres, dicen los versos de Lêdo Ivo, “temen perder su propio viaje / escondido en la niebla de los horarios”. No temen perderlo, están perdidos sin duda alguna. Por ello, Guadalupe Olivas Valencia, en plenitud de vida, mejor se aventó del puente de Tijuana y se suicidó. ¿Sus pertenenci­as, sus sueños y anhelos? Como buen desheredad­o, éstas cabían en una bolsa transparen­te que regala el Gobierno norteameri­cano a los deportados para regresarlo­s al infierno nacional: una muda de ropa y una comida. Tal vez, el sándwich de mortadela rancia del cual nos habló Ivo en la entrada de su texto.

Letras minúsculas Los pobres “Tienen casi siempre una muerte fea y poco elegante”. Sí, Olivas Valencia lo comprueba. Lêdo Ivo, poeta y profeta. Fin de esta triste balada.

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JESÚS R. CEDILLO

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