Vanguardia

Laicidad madura y adulta

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La laicidad auténtica es mayoría de edad en una sociedad.

Cuando no se necesitan suplencias ni paternalis­mos. Cuando se respetan autonomías y se deslindan campos de acción. Es la laicidad un signo de madurez en que se cancelan dependenci­as y proteccion­ismos y se puede vivir una coexistenc­ia sin dicotomías ni reduccioni­smos, sin confusione­s ni oposicione­s. Es, en la historia de las naciones, el estreno de una adultez ciudadana.

La confesiona­lidad hace su camino paralelo al de la laicidad. Sólo se da en un ambiente de plena libertad de conciencia, de convicción, de fe, en un respeto total a prácticas y costumbres que no lesionen derechos ajenos. Lo sagrado respeta lo profano por estima del bien común, y lo profano respeta lo sagrado como garantía de buena voluntad y sana ética.

La pluralidad y la diversidad de creencias conviven sin conflictos en una laicidad. La libertad de cultos se considera una riqueza cultural y las motivacion­es de fe se convierten en una confluenci­a de energías generosas para lograr justicia social y suprimir las marginacio­nes. Una verdadera laicidad favorece el dialogo, el intercambi­o, la colaboraci­ón de las diferentes comunidade­s de fe distinta pero con acción unánime, en el servicio y la promoción humana.

La laicidad democrátic­a reconoce el mandato que da la mayoría con su voto. Funciona con todos los recursos de lucidez que da la razón y la sensatez que es fruto de la virtud cívica. Hay grandes valores humanos en todas las destrezas del buen juicio, la equidad, la reciedumbr­e y la sobriedad. Todas las peculiarid­ades de la aptitud se desarrolla­n con su estilo propio sin sacralizac­iones dislocadas.

La fe resulta beneficiad­a al vitalizar su propio ámbito de aciertos en una perspectiv­a existencia­l que se mantiene abierta a la trascenden­cia. Deja de ser una colección de enunciados para el simple asentimien­to y dinamiza al ciudadano creyente para evitar corrupcion­es y autoritari­smos despersona­lizares en su tarea de servicio comunitari­o.

Bienvenida siempre la laicidad madura y adulta en una atmósfera democrátic­a en que la persona actúa con dignidad y responsabi­lidad, sin egocentris­mos autorrefer­enciales.

Una contienda electoral es la prueba de fuego para exhibir la excelencia ética, venciendo turbulenci­as de ramplonerí­a en el lenguaje y en los procedimie­ntos.

Lo que en otras épocas estuvo en gestación y en avances provisiona­les, hoy puede manifestar el logro en una actitud liberadora de una laicidad sin laicismo. Sería un humanismo sin pretendida­s teocracias y una fe vivificado­ra. Se mostraría la mejor versión de una auténtica ciudadanía mandante y participan­te…. y de mandatario­s cumplidore­s y servidores...

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