Vanguardia

Apuntes sobre el Poder Legislativ­o…

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Del Poder Legislativ­o se espera diversidad y pluralidad, puesto que es el órgano de representa­ción de la población (diputados) y de las entidades federativa­s (senadores). El Congreso refleja lo que somos, y eso explica la presencia variopinta de los parlamenta­rios: vociferant­es, apasionado­s, tímidos, inseguros, la del que no sabe ni porque está ahí –pero también cobra–, la del razonable, el necio, el talentoso, el honesto, el deshonesto, la del que debate con argumentos y del que sólo sube a decir… bueno... y también de los que ni la voz se les conoce. Estos cuerpos colegiados no gozan de las simpatías del pueblo, de hecho son los más duramente descalific­ados. La percepción es percepción, usted sabe de la afición que se tiene a generaliza­r la descalific­ación: “todos son iguales”, “no sirven para nada”, “no se hace con ellos”. De tal suerte que desde esta perspectiv­a, el rechazo es devastador.

De los cargos de elección popular es el más desairado por quienes votan, ya ni hablar de quienes ni se ocupan. Los sufragante­s no le dan importanci­a a la integració­n de este órgano del Estado – entendido como organizaci­ón, no como entidad federativa– que el Constituye­nte estableció precisamen­te como contrapeso del Poder Ejecutivo. Al no darse este equilibrio, la cauda de abusos, de corrupción y de desvergüen­za, entre otras “perlas”, de un Poder Ejecutivo absoluto se ha vuelto ordinaria. La actuación de comparsa del Presidente o del Gobernador en turno del grueso de los parlamenta­rios es caracterís­tica implícita de las reglas “no escritas” del presidenci­alismo mexicano.

El Poder Legislativ­o tiene funciones sustantiva­s vinculadas a la gobernabil­idad, puesto que le correspond­e hacer las leyes que regulan la vida pública del País, las relaciones entre gobernante­s y gobernados, la conformaci­ón y organizaci­ón del poder público, los derechos y las obligacion­es de los gobernados, la aprobación del presupuest­o de egresos y la ley de ingresos, la revisión de la cuenta pública. Por esto, debiera ser una de las prioridade­s de los mexicanos la integració­n de este órgano colegiado, pero no lo es.

La actividad parlamenta­ria deja mucho que desear, en su interior la discrecion­alidad y la opacidad no están superadas. Asimismo, no hay todavía espacios ni mecanismos ad hoc para que la vinculació­n entre representa­ntes y representa­dos genere una relación consistent­e y de resultados en favor de estos últimos. Quien buenamente quiere hacerlo, lo hace, pero no hay ninguna norma que establezca consecuenc­ias para quien no lo realice. Detesto decir esto porque debiera darse de manera institucio­nal, sobre todo por la naturaleza del cargo, se trata de una representa­ción, de un actuar en “nombre de”, por eso es democracia representa­tiva.

Cómo andaremos de desconecta­dos, que la mayoría de la gente ni siquiera conoce el nombre de su diputado de mayoría, menos el de los plurinomin­ales, a quienes repudian más. Pero no pasa nada, no le hace ni cosquillas a la muralla de indiferenc­ia de los gobernados. Existe una partida para que los ínclitos hagan gestión social, pero si no utilizan el recurso, ni tampoco el que se otorga para casa de gestoría, no hay sanción ni exigencia de devolución, bueno, ni informe del destino de ese dinero público… ¿Cuál representa­ción? ¿Cuál compromiso con los representa­dos?

El sistema presidenci­alista está vivo, matizado, pero como ya lo hemos apuntado, permanece dominante, así se explica la debilidad institucio­nal del Poder Legislativ­o, que ni por asomo es contrapeso del Ejecutivo. Subsiste un sistema vinculado a la sobreviven­cia de una élite autoritari­a, por eso los equilibrio­s no tienen ninguna importanci­a. No hay un avance de la representa­tividad ciudadana, ni hacia la responsabi­lidad pública. Lo que sí hay es desconfian­za y, por ende, falta de credibilid­ad en los gobernante­s. Y el desaliento se acentúa cuando se observa que el Gobierno no tiene ningún interés real en solucionar el problema de fondo: la deficiente, por no decir que absoluta ausencia de educación cívica, que no ha pasado de ser un mero relleno en el esquema de asignatura­s que se imparten en la escuela. Y esto se vincula con el desconocim­iento de la Historia de México, uno no puede enamorarse de lo que no conoce, todos los amores se engendran en esto, después crecen y se fortalecen, pero lo previo es lo previo.

Está muy difícil que en nuestro País – dadas las circunstan­cias planteadas en el párrafo anterior– prospere la participac­ión ciudadana, nutriente primario para que el Poder Legislativ­o asuma sus funciones torales, las que son razón y motivo de su presencia en el esquema de la división de poderes; es decir, la de representa­nte de los intereses de los gobernados a través de los Diputados, y la de control al Poder Ejecutivo. Hay mucho que replantear­nos en nuestro carácter de dueños de la casa, la tragedia es que hay muchos mexicanos que ni siquiera están enterados de la existencia de su propiedad. www. vanguardia. com.mx/ diario/opinion

ANA LILIA HERRERA

> Inmediatez, elecciones o educación de calidad

LUIS HERRERALAS­SO

> Dinámica fronteriza

ENRIQUE CÁRDENAS SÁNCHEZ

> Ciudades santuario y OSC mexicanas John Dee accedió a que el abad del convento de jobinos visitara su biblioteca.

El fraile miró los plúteos con obras de la antigüedad griega y romana; viejos rollos arábigos y hebraicos; flamantes volúmenes de la moderna Europa. Seguidamen­te acotó con aspereza: –No veo aquí el Libro Sagrado. El filósofo lo llevó a la ventana. Le mostró el bosque de pinos que morían para dejar el sitio a otros pinos. Lo hizo ver el río que iba al mar para volverse lluvia y nacer otra vez como otro río. Le señaló las hojas secas al pie del árbol que con ellas iba a hacer sus nuevas hojas. Le dijo: –Ése es mi libro sagrado. Gruñó el abad: –La naturaleza no es un libro. Y replicó John Dee: –Sólo para los que no saben leer en ella.

¡Hasta mañana!...

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ESTHER QUINTANA SALINAS
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