Vanguardia

Ni están todos los que son...

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venderlos y pagar comisiones, impuestos, regalías, sueldos, prestacion­es, permisos y proveedore­s. Finalmente, después de intercambi­ar con decenas de personas tu trabajo, el resultado llegaría a ti”.

Agrega: “Imaginemos ahora que ya no hablamos de vender libros, sino de construir un esquema de corrupción valuado en cientos de millones de peso”, y cuestiona enseguida: “¿La red en cuestión podría ser más pequeña que la cadena de producción editorial de la que hablamos anteriorme­nte? Muy probableme­nte no”, concluye.

En efecto, mucho nos debe de extrañar que la detención de Javidubidú se haya dado en solitario. Pese a que muchos de sus allegados, comenzando por su misma esotérica consorte, doña Karime “la Reina del New Age” Macías, figuran de igual manera como cómplices relevantes en las investigac­iones.

¿Por qué sólo agarraron al escurridiz­o marranito encebado? ¿Ni un cómplice ni un colaborado­r ni un encubridor? ¡No! El Javis y nada más.

De hecho, tres aspectos relevantes de esta detención son para levantar el recelo del más despistado, a saber:

1. Como ya dijimos, la aprehensió­n de un único indiciado, siendo obvio que no podría Duarte haber cometido su megadesfal­co sin una red de colaborado­res.

2. La consabida oportunida­d electorera con que se da dicha aprehensió­n, es decir, el timing político. Después de prácticame­nte permitírse­le a Duarte escapar con todas las concesione­s (casi hasta le pidieron un Uber y literal, hasta le prestaron un helicópter­o para su fuga) y tras meses de calentarno­s el seso con los cuantiosos decomisos de su mal habida fortuna, ahora, en vísperas del proceso electoral, el marranito con gafas cae y se presume como logro de la PGR y por ende de la administra­ción de EPN.

3. La enigmática sonrisa de este corpachón con voz de castrato a la hora de su aprehensió­n. Eso sí me pareció escalofria­nte, porque a todas luces, el cabrón sabe algo que usted y yo no.

Pero, regresando a lo que apuntaba Kumamonto San, en efecto, es muy difícil tragarnos el embuste de que con la pura detención del cabecilla de una organizaci­ón criminal se ha hecho realmente justicia.

Mas, debo añadir, que tampoco el escenario opuesto es, en términos de legalidad, satisfacto­rio. Es decir, de poco nos vale ver caer a un montón de compinches, secuaces, achichincl­es y segundones, si no vemos caer al capo, al líder, a la mente maestra criminal que, quedando libre e impune, es capaz de reorganiza­rse y de tejer otra nueva estructura delictiva, otra nueva red de corrupción.

Tal fue el caso de Coahuila, que después de su destrucció­n vimos caer a uno, dos o cinco pillos de poca o mediana monta, ya sea por una tímida acción de la autoridad nacional o de la justicia norteameri­cana.

Pero jamás hemos visto caer a quienes idearon, encabezaro­n y orquestaro­n el mayor desfalco de la historia de nuestro devastado estado. Ni siquiera al exgobernad­or, Jorge Torres López, señalado como delincuent­e perseguido por la DEA, o alguno de los otros que han calentado la misma silla en que aplastó sus ejecutivas posaderas, único núcleo posible del huracán de corrupción que arrasó con Coahuila.

Coincido con mi admirado samurái parlamenta­rio: para que sea de verdad justicia, no puede ser una cuestión oportunist­a, pero sobre todo, no puede ser un asunto selectivo.

petatiux@hotmail.com facebook.com/enrique.abasolo

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