EL HOMBRE COYOTE LUNA QUE HACE NACER EL MUNDO
En Baja California además de los habitantes mestizos de comunidades urbanas y rurales (es decir, nosotros), viven los paipai, kumiai, kiliwa y cucapá, grupos originarios que continúan con prácticas rituales y también con el entreverado de la vida urbana otorgado por el modelo económico imperante. Hay despojo y discriminación, pero también hay diálogos y entrecruces.
Todos ellos hablan lengua del mismo grupo lingüístico: el yumano, así me dijo la lingüista Daniela Leyva, una experta que además de trabajar en el INAH en Ensenada, da talleres a jóvenes en donde da a conocer formas de vida y mitos fundacionales, como elementos para generar relatos, cuentos y poemas.
Son menos de dos mil personas las que conforman a estos grupos. Tiempo atrás las misiones jesuitas y dominicas destruyeron la forma de vida de estos grupos y hubo una pérdida del uso de la lengua, sin embargo ahora hay una revitalización artesanal y nuevas formas de incorporación de sus tradiciones a la vida moderna. Los kiliwa destacan por ser ganaderos, los cucapá por la pesca y la agricultura, los paipai por sus actividades agrícolas y los kumiai por la ganadería y agricultura.
El Instituto Nacional de Antropología e Historia en Ensenada, entre sus tareas, ha producido videos que rescatan las narrativas de estos grupos en donde dejan ver su cosmogonía y sus mitos fundacionales del nacimiento del mundo.
Inicio transcribiendo una historia que se narra en forma oral entre los kiliwa: en un principio solo reinaba la oscuridad, entonces llegó el hombre coyote luna (Metí ipá); él se sentó pensando en lo que iba hacer, hizo un buche de agua y escupió al sur, otro para el norte, otro más grande y lo escupió al oeste, lanzó poquita agua al este. Así fueron creados los mares. Después Meltí ipá fumó un cigarro y lanzó humo a los mares; ya era de día y los mares habían crecido. Luego pensó en hacer el cielo pero no sabía cómo, así que meditó un poco y decidió quitarse la piel para hacer el cielo. Luego hizo dos borregos cimarrones y cuatro montañas, una al sur, otra al norte y otra al oeste y la última al este.
Las cuatro montañas tomaron el nombre de los cuatro hechiceros y fueron colocadas en los espacios que dividían los cuatro mares. Con su piel pensó que haría el sol, primero trató sacarlo de su codo; no pudo, luego intentó extraerlo de su muslo y no tuvo éxito, así que quiso extraerlo de la parte superior de su cabeza. Nada. Finalmente logró hacerlo de su boca porque la boca es caliente y cuando hace frío saca humo. Como el calor del sol era insoportable, Meltí ipá se puso a hacer un arbusto para protegerse de los rayos, se sentó abajo pero como el calor seguía siendo insoportable, entonces hizo una víbora de cascabel que empezó a estirarse empujando al sol; y lo empujó y empujó hasta dejarlo arriba del cielo. Luego hizo un caballo: se puso en cuatro pies para que su sombra se volviera caballo. Y cuando se levantó traía en su poder las semillas de todas las plantas, luego hizo un perro, seres humanos, ropa, hizo todo.
Estas y otras historias perviven y son transmitidas de padres a hijos, en ese territorio que es Baja California, pleno de sol, playa, bosques y desiertos, que se suma al concierto de la identidad nacional, tan variada y diversa. Yo le agradezco además a Daniela su amabilidad y su narrar sobre la ciudad y sus edificios; especialmente que me haya llevado a conocer a “El Veneno”, un hombre kumiai que se ha dado a la tarea de traer a la ciudad, objetos y obras de gran hermosura, de su grupo y del resto, como el “refrigerador” que compré: una vasija oval hecha de hojas y fibras naturales que permite guardar alimentos en su interior, entre ellos, atole de bellota, gracias a la composición de sus hojas que aleja a los insectos.