Vanguardia

Café Montaigne 24

-

Si la vida es un pensamient­o, un soplo, nada; entonces, ¿podría considerar­se una muerte más significat­iva o absurdsa que otra? Algunos pensadores han tenido muertes peculiares ¿Somos eternos? Absolutame­nte no. ¿Cuándo es una buena fecha, un buen tiempo para morir? Al momento de nacer, somos ya precadáver­es. Suena terrible, pero es la verdad. Pero, ¿hay muertes lógicas y otras absurdas o idiotas, como lo vimos el sábado pasado con el accidente automovilí­stico donde murió una mente preclara como Albert Camus, apenas de 47 años y en plenitud de creación artística? Pero entonces qué pensar de la muerte del niño Iker, de apenas 3 años el cual fue mordido en la tráquea por un feroz perro el cual lo traía en el hocico como muñeco de trapo. No somos eternos, pero insisto, cómo saber cuando es nuestro tiempo para bien morir. Si nos comparamos con una mosca que apenas vive contra reloj dos semanas y ésta cumple su ciclo vital de vida, y en el otro extremo, un árbol como la secuoya vive dos mil años, ¿nosotros vivimos muchos o pocos? Si una mosca muere y se talan árboles vivos de decenas o cientos de años, ¿qué tiene o tendría de particular la muerte de los humanos sean de diez, 20 o 47 años de vida? Dice Salmos 90:9-10: “Acabamos nuestros años como un pensamient­o. / Los días de nuestra edad son setenta años; / y si en los más robustos son ochenta años, / con todo su fortaleza es molestia y trabajo, / porque pronto pasan, y volamos”. ¿Ya lo notó? Si usted es una mujer u hombre de fe, hasta la misma palabra de Dios lo dice; fuerte, uno vive hasta los 70 años. A los ochenta, todo es un caos y molestia. Entonces, ¿podemos considerar los accidentes de tránsito como algo absurdo, algo “idiota”? En un día de junio de 1926, cuentan las crónicas que en Barcelona, España, al pasar por la Gran Vía de las Cortes Catalanas, entre las calles Gerona y Ballén, un viejecillo desaliñado y con ropas gastadas, fue atropellad­o por un tranvía. Quedó botado sin sentido. Al verlo, nadie lo atendía. Todo mundo pensaba que era un indigente más. Murió a los tres días luego de recibir por fin el auxilio de las autoridade­s. ¿Sabe usted quién era y cuántos años tenía? Era el genio de la arquitectu­ra, Antonio Gaudí y tenía 74 años. Dejó inconclusa su obra maestra, la Iglesia de la Sagrada Familia. Era fotógrafa, era Assunta Adelaide Luigia Modotti (si no le suena el nombres, el siguiente sí, era Tina Modotti). Era enero de 1942 y viajaba en un taxi en la Ciudad de México (antes Distrito Federal). Murió de un ataque cardíaco. Pues sí, viajar en taxi o en los transporte­s colectivos en la CDMX da ataques al corazón, nadie lo duda. ¿Esta podría considerar­se entonces una muerte normal o una muerte absurda? ¿Se podría haber evitado de no viajar ésta gran fotógrafa y musa en el taxi? Caray, no es tan fácil responder.

ESQUINA BAJAN

En mayo de 1970 y en un accidente de carretera en San Vito dei Normanni, Apulia, murió uno de los poetas más elogiado en su momento, bueno, después de muerto, José Carlos Becerra. Entre sus pertenenci­as se encontraro­n los libros inéditos que lo consagrarí­an para la eternidad en México. ¿De haber seguido vivo y escribiend­o, hubiese tenido el mismo éxito y atención de su leyenda forjada después de su muerte en el accidente vehicular? Nunca lo sabremos. En 1975, en Londres, Inglaterra y mientras cruzaba la calle, fue muerto por un vehículo el poeta alemán Rolf Dieter Brinkmann. Igual suerte corrió el poeta colombiano Raúl Gómez, en 1997, cuando fue atropellad­o por un autobús en Cartagena de Indias, Colombia. El problema aquí es que se rumora que el bardo se suicidó, no fue un mero accidente. El orden de los factores y resortes, no altera el final: está muerto por un accidente de tránsito y arrollado por un vehículo motorizado. En 2005 murió, chocando de frente contra un camión, el escritor Saúl Yurkiévich. Y si usted recuerda, éste era el albacea de la obra nada menos que de Julio Cortázar. Saliendo de tomar café, murió atropellad­o en marzo de 1980, el filósofo Roland Barthes. ¿Sabe dónde fue el percance? En la Rue des Ecoles; sí, frente a la Sorbona. Este hecho es ¿absurdo, idiota, normal, lógico, natural? Ya dio origen a toda una novela de reciente factura. La vida, lo vemos arriba deletreado en los Salmos, es un pensamient­o. Un soplo, una voluta de humo entre las manos. Nada. Hay un libro perturbado­r con tan pocas páginas, como yo de flaco estoy. El libro es delgado e intenso. Ya lo hemos glosado aquí un par de ocasiones, “La Muerte de Iván Illich” de León Tolstoi. Usted conoce su trama. Un Juez y en plenas vacaciones de campo, antes de tomar una gran responsabi­lidad y ser ascendido en la ciudad, tiene un accidente casero el cual lo llevará a la tumba. El Juez entonces hace un examen de su vida y su entorno. De su familia y todo lo que lo rodea. Se da cuenta que todo era una mentira, una vanidad y todo era frágil. Como la vida misma.

LETRAS MINÚSCULAS

Luego de morir, cuenta Tolstoi, el rostro de Illich se había vuelto “más hermoso y significat­ivo”. La muerte tiene ventajas señores, no hay muertes buenas ni absurdas. Es sólo la muerte y algún día llegará.

 ??  ?? JESÚS R. CEDILLO
JESÚS R. CEDILLO

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico