El Chaparro Tijerina
-Voy a mear. Y pue’ que obre. Contaba El Chaparrotijerina que así decía una señora de su pueblo al levantarse de la mesa para anunciar que iba “al común”.
Ernesto “El Chaparro” Tijerina era nativo de Los Herreras, Nuevo León. Yo fui su amigo muchos años, y su amistad me enriqueció la vida. En eso consiste la amistad verdadera -¿acaso hay de otra?-, que enriquece por igual a quienes de ella participan.
A Ernesto le gustaba conversar. A mí también. A Ernesto le gustaba comer sabroso. A mí también. A Ernesto le gustaba el buen tequila. A mí más. Ernesto estaba perpetuamente entusiasmado, en asombro continuo y permanente actitud de adoración ante el eterno femenino. Comparto ese arrebato, igual perplejidad y el mismo arrobamiento. Y ambos sentíamos el mismo amor por nuestros respectivos terruños, de los que hablábamos quitándonos la voz el uno al otro.
Sin mengua de su amor por Los Herreras Ernesto quería bien a Saltillo. Aquí vino a pasar su luna de miel, marido joven con esposa más joven todavía. Recordaba El Chaparro -y lo he narrado ya- cómo llegaron los dos a la terminal de los autobuses Monterrey-saltillo, esquina de Padre Flores y Abbott. Le preguntó él a un chofer de sitio cuál era el mejor hotel de la ciudad, y el sujeto le respondió que era el Arizpe. -Llévenos allá. Media hora después, y luego de muchas vueltas y revueltas por calles lejanas y apartadas, el chofer los depositó en el Hotel Arizpe Sáinz. Cuando llegaron a la habitación la joven desposada se asomó por la ventana y vio un gran patio con autobuses de pasajeros.
-Mira, Ernesto -dijo-. Ahí está el autobús en que vinimos.
El chofer los había traído dando vueltas por toda la ciudad, para cobrarles más, y el hotel se hallaba en la misma cuadra de la terminal de autobuses. Sus ventanas daban al estacionamiento de la línea. Recordaba El Chaparro:
-Y para colmo el motor del autobús estaba haciendo: prrrrrrrrrr, prrrrrrrr, prrrrrrrr, como burlándose de mí.
A pesar de esa ingratísma experiencia Ernesto no cayó en injustas generalizaciones, y tenía de nosotros los saltillenses buen concepto. De su gente, la de Los Herreras, contaba anécdotas desaforadas. Cierta tía suya vio por primera vez una victrola funcionando y exclamó estupefacta: -¡Ah, chingao! ¡Una cómoda con celebro! Ayer volví a la casa en Monterrey donde nos reuníamos en noches de bohemia en torno de Ernesto Tijerina. Muchas veces ahí cantamos muchos vinos y bebimos muchas canciones. Escribo esto en memoria de aquel tan buen amigo, de aquel Chaparro tan grande.