El que no conoce a Dios…
‘CATÓN’ CRONISTA DE LA CIUDAD
El otro día fui a la Ciudad de México a dar una conferencia. (Que nadie se aproveche: eso de “dar” es un decir). Eso era el viernes por la noche. Tenía boleto de regreso para las 3 de la tarde del siguiente día. Me quedaba libre, pues, la mañana del sábado.
En otros tiempos aprovechaba esas horas de libertad para cumplir mis antiguos ritos capitalinos: desayunar en el Sanborns de Madero o ir a tomar chocolates con churros en El Moro; hacer el recorrido por las librerías de Donceles; comprar las novedades discográficas en Gandhi de la avenida Juárez y en Tower Records, de la Zona Rosa, y visitar ahí a mis anticuarios; comer quizá en El Hórreo -por el recuerdo-, o en el Centro Asturiano -por el sabor-, y después, ya con prisa, al aeropuerto.
Esta última vez no hice eso. ¿Por qué? Quién sabe. No sé si me dio miedo o me dio hueva. Esos dos sentimientos son muy poderosos en el hombre, y ambos influyen mucho en su conducta. El caso es que me levanté temprano, desayuné en mi habitación, junté mis cosas y bajé luego al lobby del hotel para pedir un taxi. -¿Cuánto debo pagar al aeropuerto? -pregunté. -500 pesos -respondió el botones. Pienso que advirtió mi desfallecimiento, porque añadió: -Es por su seguridad, señor. Eso puso más luz en aquella mi inexplicable decisión de no pasear por la ciudad, y regresar cuanto antes a mi casa. Fue la inseguridad de la gran urbe la que me puso en trance de perderme los chilaquiles rojos o los churros con sabor a Madrid, y los discos y libros, y los soldaditos de plomo que me guarda Márquez para mi colección, y el robalo al cilantro o la inmensa fabada en la comida. Me fui ipso facto al aeropuerto. -No diga usté ipso facto, licenciado. Diga más bien in continenti, que significa lo que usted desea expresar: prontamente, al instante. Ipso facto quiere decir “por el mismo hecho”, idea que no cuadra con el sentido de sus frases.
-Perdón, pero no, como solía decir mi tío Refugio. Ipso facto significa también “inmediatamente”, “en el acto”. Consulte usted el diccionario de la Academia y advertirá que digo la verdad. Pensamos que ese útil lexicón es antigualla, y por pereza o vanidad jamás lo consultamos. Eso nos lleva a cometer dislates. Yo los cometo aun después de consultarlo; pero no caiga usted, amigo, en ese mismo error.
-Procuraré seguir su recomendación, licenciado. Pero estaba usted en el aeropuerto cuando lo interrumpí.
-Y ahí seguiría aún, pues se canceló mi vuelo. Lo bueno es que conseguí boleto en otra línea. Ahora las líneas aéreas cancelan sus vuelos, o los retrasan, con la mano en la cintura. Ninguna multa las hace cumplir con sus itinerarios.
-Encomiéndese a San Cristóbal, licenciado. Es el santo patrón de los viajeros.
-Lo hago cada vez que salgo a la legua, pero ni San Cristobalón, con todo y ser gigante, puede con esas empresas.
-Tendrá usted entonces que encomendarse a Nuestro Señor en persona. -Lo haré. Créame usted que lo haré. A ver si así.