Vanguardia

¡Ehhhhhh, puto!

‘CATÓN’ CRONISTA DE LA CIUDAD

- ARMANDO FUENTES AGUIRRE

Este señor es don Francisco J. Santamaría, gobernador de Tabasco.

Este otro señor se llama Carlos Pellicer. Es un poeta.

Don Carlos Pellicer tiene unas tías en Villahermo­sa. Esas tías viven en casa de renta. De renta antes de que llegaran ellas, pues ahora no la pagan. La casa, entonces, ha dejado de ser casa de renta. El propietari­o de la finca ha pedido en todos los tonos el pago del arrendamie­nto, pero las inquilinas son tías de su sobrino, es decir de Carlos Pellicer, y fiadas en el valimiento que tiene en todas partes el poeta se niegan a pagar lo que deben.

Esa es una mala negativa. Por alguien que puede siempre hay alguien que puede más. El dueño de la casa va con el gobernador don Francisco y le hace la relación de su problema: las tías de Pellicer no le quieren pagar la renta de la casa. El señor Santamaría no quiere bien al señor Pellicer. Le dice al arrendador que él no puede intervenir en un asunto entre particular­es. El asunto pertenece a la competenci­a de los jueces.

-¿Me autoriza usted entonces, señor gobernador, a presentar una demanda judicial contra las tías de Pellicer? -Está usted en su derecho, señor mío. -Sólo eso esperaba que me dijera usted, don Pancho. Muchas gracias.

De ahí se dirigió el propietari­o al bufete de un abogado conocido, y éste inició ipso facto un juicio sumario de desahucio. Cuando la notificaci­ón correspond­iente les llegó a las tías de Pellicer, pusieron el grito en el cielo. El cielo era para ellas su sobrino. Y fue el sobrino a hablar con el gobernador Santamaría, y le pidió su intervenci­ón a fin de que aquel juicio no se llevara a cabo. Don Francisco le prometió que intervendr­ía. Pero no lo hizo. Se le olvidó el asunto -otras cosas tenía en la cabeza-, o no quiso meter las manos en defensa de las parientas de aquel a quien veía mal. El caso es que un buen día un grupo de gendarmes se presentó en la casa de las tías y las puso en medio de la calle con todos sus triques.

Gemebundas, las tías corrieron a darle la queja a Pellicer. Y éste corrió a su vez, hecho una furia, a la Casa de Gobierno. (En Villahermo­sa no hay Palacio, pues ese término le desagradab­a a Tomás Garrido Canabal. Hay Casa, nada más). Sin anunciarse con el ujier irrumpió el poeta en el despacho del gobernador. Pellicer, que era muy delicado de modales, tenía una voz sonora y muy potente, como de cañón. Santamaría en cambio, que era hombre rudo de modales y de carácter fuerte, hablaba con voz aflautada, de tiple, mujeril. Con su vozarrón de trueno le gritó desde la puerta Pellicer a don Francisco: -¡Chingue usted a su madre! Santamaría, que en ese instante hablaba con un grupo de solicitant­es, quedó estupefact­o al oírse llamar con ese dicterio de tan grande peso. Se levantó de su sillón para ir hacia su ofensor y castigarlo. Pero Pellicer había salido dando un portazo, e iba ya por la escalera que conducía al primer piso. No lo pudo alcanzar el gobernador. Corriendo regresó don Pancho a su oficina y salió al balcón que daba a la calle. En ese momento la iba atravesand­o Pellicer. Desde el balcón le gritó tres veces Santamaría con su voz aguda y atiplada: -¡Choto, choto, choto! En lenguaje vernáculo de Tabasco la palabra “choto” significa puto.

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