70 y cantando…
Una de las recomendaciones para llegar a viejo es escuchar el doble de lo que se habla. Si no me cree, pregúntele a Don Henley
La mayoría de mis héroes vivos están en su séptima década. Salvo algunos pocos chamacos sesentones, todos rebasan ya los 70 años.
Arribó a este selecto club el legendario baterista, guitarrista, cantante y compositor Don Henley, mejor conocido por su contribución a la agrupación The Eagles.
En el mundo del rock nadie tiene garantizado llegar a la tercera edad, ni siquiera una vez superada la etapa crítica del desmadre y los excesos. Sin ir más lejos, el también cofundador de Las Águilas, Glenn Frey, se quedó en el camino el año pasado. Tenía 67.
Don Henley en cambio se dio el gusto de marcar 70.00.00 en el kilometraje y lo celebró como están obligados a hacerlo los músicos, con un concierto épico que recapituló los mejores momentos de su carrera.
Aunque Henley es texano, su natal Gilmer resultaba una plaza insuficiente para dar cabida a todos los fans y amigos que le acompañarían en el escenario, así que escogió celebrarse en Dallas.
El intérprete de “The Boys of Summer” apareció en el escenario y no podía lucir mejor. De hecho, ya quisieran muchos, con 20 años menos, verse aunque fuera un poquito Henley. Me conforta saber que él también mide su edad por el número de dolores y achaques que le aquejan.
No voy a reseñarle el concierto (¡qué flojera!). Lo único que agregaré es que no imagino mejor modo de alcanzar el clímax en una presentación, de coronar una carrera y de celebrar una vida, que quitándose la chaqueta, arremangándose la camisa y subiéndose a la batería para interpretar el tema con el cual tocó a millones de almas durante estos últimos 40 años: la mítica “Hotel California”, para la cual se hizo acompañar de los también ex Águilas, Timothy B. Schmit y, para tocar el solo de guitarra más famoso del mundo, el mismísimo Joe Walsh.
“Hotel California” es una entre un puñado de canciones que abandonaron el status de éxito radial para convertirse en patrimonio imperecedero. Y vaya que a los saltillenses nos chifla esta melodía de enigmáticas letras que, aun con una transcripción completa, nunca hemos sabido bien a bien de qué van.
Sucede que desde finales de la década de los 80 y hasta bien entrados los 90, diversos grupos evangelistas estuvieron dando lata, culpando al buen rock de la perdición de las almas de nosotros, los pobrecitos y descarriados jóvenes.
Machacaban mucho con una pseudoinvestigación que “documentaba” todos los mensajes ocultos en las letras de los mejores éxitos del género, como “Stairway to Heaven” o “The Wall”, además del citado “Hotel California”. Mensajes que servirían para conectarnos con malignas fuerzas sobrenaturales y convertirnos en servidumbre del Chamuco.
Yo intenté, por supuesto, comunicarme con don Patitas de Cabra tocando los L.P. al revés, pero lo único que conseguí fue madrearme el tocadiscos de la casa. Así que en lugar de obtener de Satanás fama y fortuna como ídolo del rock, lo único que logré fue que mi jefa me diera con la chancla. Lo que sí le puedo garantizar es que los discos de José José son Satan Free, de los de Napoleón no respondo. Lo triste (y al mismo tiempo chistoso) es que hasta la fecha exista gente que afirme a pie juntillas que el rock entraña algo diabólico o que letras como la de “Hotel California” encierran un código secreto para acceder a al área VIP del Infierno.
Pero si un día se toma la molestia de mirar el documental “History of The Eagles”, disponible en Netflix, podrá escuchar en voz del propio autor de estos intrigantes versos, Don Henley, que la canción versa sobre “un viaje (sin retorno) de la inocencia hacia la experiencia… y nada más”.
Nada perverso, oscuro o truculento; nada siniestro ni demoniaco. Es sólo nuestra ignorancia lo que sale a relucir cuando estamos frente a lo que no entendemos.
Cuando algo escapa a nuestra comprensión, lo mejor y más inteligente por hacer es guardar silencio. Acaso se vale emitir algunos monosílabos en señal de admiración, pero hay que reservar nuestros juicios y opiniones para cuando tengamos toda la información disponible y hayamos tenido tiempo para analizarla.
Espetar nuestra primera impresión, escupir lo primero que se nos ocurre, va a resultar siempre en alguna salvajada: –Yo digo que es cáncer. –¡Hombre, no digas! ¿Estudiaste Medicina?
–No, le ayudo al “Güero” en su taller, pero un tío tenía un grano parecido y se murió.
Esperamos con ansias locas que los tribunales dictaminen un fallo sobre la pasada elección. Hasta que ello ocurra, no podemos afirmar absolutamente nada. Podemos expresar, quizá, nuestros mejores deseos, ya sea que queramos un cambio o que las cosas sigan como hasta hoy. De momento no se puede hablar como si ya se hubiera anulado la elección, pero tampoco como si el proceso hubiera librado ya todas las impugnaciones.
Las resoluciones del INE no son la última palabra en este asunto. No podemos andar por ahí como la Zabaleta, pregonando un fallo que nadie ha emitido aún. Sé que las ansias por pronunciarnos al respecto nos carcomen, pero necesitamos esperar.
Afirmar una cosa, o todo lo contrario y, peor aún, construir escenarios sobre meras conjeturas, antes de que concluyan las deliberaciones (o las negociaciones), sólo nos expone al ridículo. Evítelo, que una de las recomendaciones para llegar a viejo es escuchar el doble de lo que se habla. Si no me cree, pregúntele a Don Henley.