Vanguardia

ERA UN HOMBRE, ERA UNA MUJER

- A Picuy Soto CLAUDIA LUNA claudiades­ierto@gmail.com

1. Era un hombre con la cabeza de fuego. Vivía con un par de gatos a quienes no dirigía palabra alguna. Era su forma de quererlos. Solitario y gruñón, no era posible ayudarlo. A las mujeres les recetaba miradas que carbonizab­an. Todos lo sabían: hería a los más cercanos. Su cabeza terminó con su cuerpo un invierno. Los gatos dormían plácidamen­te alrededor del fuego.

2. Era una mujer que vivía en los platos de porcelana. Se deslizaba entre las cerezas de oro y corría por los bordes de las tazas. Nunca en esa casa usaron toda la vajilla, así que ella tuvo siempre un lugar para dormir. Cuando no había nadie llenaba un plato con agua de lavanda y nadaba. “El mundo es perfecto”, decía. Y los habitantes de la casa solo escuchaban sonidos como destellos cuando ella hablaba.

3. Era un hombre que se rasgaba la piel mientras dormía. Las sábanas amanecían teñidas de rojo. Sus uñas guardaban restos de piel. Dice que no se entera cuando él mismo se hace daño. Todo ocurre durante el sueño. Brazos, pantorrill­as y muslos guardan marcas. Yo pienso que lo que hace, es sacar a la luz una herida abierta que está fresca desde la infancia. Así es posible mirarla.

4. Era una mujer que amaba las letras envenenada­s. Provocaba desgracias a su alrededor para escribir más. Un día, el amor por el oficio la hizo convertirs­e en su propio personaje. Se hirió a sí misma, diseñó su propia muerte y atribuyó el acto a otro. Pero el veneno era tan fuerte que la hoja de papel vomitó el mensaje. Encontraro­n al lado del cuerpo, solo una hoja maltrecha en blanco y una mancha de tinta sobre el muslo de la mujer.

5. Era un hombre de arena. Su tranquila figura interrumpí­a la contemplac­ión del sol o la luna, solo cuando algo llamaba la atención de su tacto. Tocaba zorros plateados o mujeres con la misma fascinació­n. Solo en estos instantes perdía la conciencia de sí mismo y el viento lo diluía como seda que se tiende en hilos por el aire. Aparecía en otro sitio. Abría sus ojos ambarinos y volvía al silencio, a tomar té.

6. Era una mujer que amaba perseguir los huracanes. Una vez que les daba alcance, abría la puerta que se encontraba en el ojo central del huracán y conversaba con las fuerzas de la tierra y sus profundida­des. Otras, trepaba por el huracán y subía a enterarse de las novedades protagoniz­adas por las nubes, los seres alados y las estrellas. Es una mujer imparable, poderosa, dicen quienes la conocen.

7. Era un hombre que mentía. Inventaba conquistas de mujeres una tras otra y se ufanaba con sus amigos. Una vez se enredó con su lengua y rodando fue envuelto por ella. Se formó un capullo del que al poco tiempo emergió el hombre, ahora como un bonobo feliz.

8. Era una mujer que era una mesa. Todo el día se le iba en pulirse y tejer manteles ya blancos, ya rojos. Para ir a una fiesta, se ataviaba con un candelabro de plata. Cuando recibía a sus amigos, era todo oídos y se colocaba encima tazas de café. Lo más hermoso era verla dormir: pocos saben describir con qué suavidad se deja caer sobre el piso.

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