Diario de un nihilista
Mussolini fue vejado como antaño Cicerón: ojos, lengua señas son de que retorna el pasado. (Eleanora Duse llora al despedazado Duce; el pelotón la conduce también a su última hora.) Volvió, magnífico histrión, desde la estación de radio, a toda Roma un estadio, como antaño Cicerón. De sus diálogos con Gramsci brotó la idea del Gran Fascio: pues al final el fascismo es sin duda el comunismo original, sin resabios de moralina ni sendas o puentes de componendas, como los antiguos sabios lo pensaron en Sicilia, cuando el tirano Dionisio perfeccionaba el oficio político en la vigilia de su palacio platónico, con mucho de salomónico. El circo y el coliseo de la historia, su pulgar han bajado: es el azar un César en su apogeo. Pero la dulce Eleanora, si la infamia no reduce el dolor que la devora, al fin al postrero Duce endulza la última hora. República de Saló, entre lágrimas salobres los obuses son los sobres de cartas que no firmó y en los que la despedida es breve como la vida. Ya sea prócer o bufón, sacó del ruido una ciencia, como antaño Cicerón. Ya es silencio su elocuencia.
La elocuencia, la persuasión romana militar y jurídica, histórica y política era mussoliniana. Sube la diestra que arma la retórica; vuela una mariposa escultórica no, sino alegórica y el agua paregórica de la fuente en su canto no reposa.