Vanguardia

Hijo pródigo

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“Una noche estuve con una hermosa chica –narró un tipo–. Había yo bebido tanto que la besé desde la frente hasta el ombligo”. Manifestó otro: “Entonces yo he bebido más”… Todos los días Babalucas compraba un camello. Explicó su esposa: “Es que ve en la tele los anuncios de los cigarros Camel y no los entiende bien”… El oficio de profeta es muy riesgoso. Si sus profecías no se cumplen, le va mal. Y si se cumplen, le va peor. Es muy raro el arúspice o zahorí a quien la suerte le sonríe. Cierto individuo puso en la ventana de su casa un letrero que decía: “Se dan clases de adivinar el porvenir”. Una bella muchacha llamó a la puerta. El tipo la hizo pasar y le ordenó: “Desvístase; tiéndase de espaldas en aquel diván; flexione sus piernas y sepárelas”. “Oiga –receló la hermosa joven–. Usted me va a follar”. “¡Qué inteligenc­ia! –exclamó el sujeto con tono admirativo–. ¡Ni siquiera le he dado la primera clase y ya está adivinando!”. No sé qué sea más inquietant­e: saber lo que el futuro va a traer o no saberlo. Por mi parte prefiero la feliz ignorancia del hombre común. Aun así de vez en cuando me atrevo a hacer un vaticinio. Auguré, por ejemplo, que la pataleta de Ricardo Monreal y su soflama de que renunciarí­a a Morena acabarían en agua de borrajas, es decir en nada, y así fue: el zacatecano volvió al redil de López Obrador, y aquí no ha pasado nada. Quién sabe qué arreglo habría entre ellos; eso no lo puedo adivinar ni acostándom­e en el diván del cuento. Pero ambos son políticos y se rigen por el principio contractua­l romano del “do ut des”: te doy para que me des. Algo debe haberle ofrecido AMLO al efímero disidente para que regresara, y algo ha de haber pedido él a cambio de hacer el papel de hijo pródigo. Eso de que Monreal se va a su casa a leer (qué bueno), a escribir (gulp) y a dormir mucho (se agradece) es humo de pajas. No obstante eso, considero que su decisión es acertada. No queda a la intemperie política, como Margarita Zavala, y vuelve a subir al carro que en opinión de los partidario­s de López Obrador lleva uncida a la victoria. Tampoco esa victoria la puedo predecir, pero por ningún motivo me subiré al diván… Don Corneto abrigaba sospechas de que su esposa lo engañaba. Las abrigaba por dos razones: la baja temperatur­a reinante y el hecho de que su mujer salía de la casa temprano en la mañana y no volvía sino hasta tarde por la noche. Contrató, pues, a un investigad­or privado y le pidió que siguiera a la señora y anotara en detalle sus actividade­s. Al día siguiente el detective la presentó el reporte. Decía así: “8 am. La señora se encuentra con un hombre en un romántico café. Ahí conversan animadamen­te mientras toman un desayuno ligero. 9 am. Se dirigen a un centro comercial y hacen diversas compras. 11 am. Van a una galería de arte y contemplan las obras ahí expuestas. 1 pm. Salen al campo y disfrutan un pícnic con sabrosas viandas y vino del mejor en un ameno sitio a la orilla de un riachuelo. 3 pm. Regresan a la ciudad y ven una buena película en un cine VIP. 5 pm. Meriendan en una discreta y elegante sala de té. 7 pm. Asisten a un concierto vespertino de la sinfónica. 9 pm. Van a tomar una copa, a cenar y a bailar en un antro de lujo. 11 pm. Toman una habitación en el hotel más caro de la ciudad y ahí hacen el amor. 1 am. Se despiden con besos y caricias, y la señora regresa a su casa”. Al oír eso don Corneto exclamó: “¡No lo puedo creer!”. Preguntó el detective: “¿No puede creer que su esposa lo engañe?”. “No –replicó el marido–. No puedo creer que pueda uno pasársela tan bien con ella”… FIN.

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