Vanguardia

Café Montaigne 47

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‘El miedo y yo somos como gemelos’, afirmó Thomas Hobbes. Dicha sentencia puede ser firmada por cualquier humano que estos últimos tres lustros haya vivido en México

Bebo de mi ron con café al momento de redactar estas líneas. En otoño e invierno bebo ron con café. Sea mañana o casi mediodía. Si de por sí toda mi vida he estado atado al potro del insomnio, si le agrego a ello un café en la tarde, mis ojos estarán como platos la mayor parte de la noche, sí, hasta que el sueño me venza por cansancio. Lo peor será casi al amanecer y por ello, apenas en un tris, la claridad del día y ruidos de la calle me harán estar despierto y, efectivame­nte, fatigado. Por eso bebo café con ron luego de la mañana y entrado el mediodía.

Mojo mis labios en su frescura y calor simultáneo, olor y tono el cual me recuerda la piel de musas de delicada estirpe. De hecho, esto es sólo lo bueno de este sucinto ensayo. Este brevísimo liminar es lo disfrutabl­e, porque deletreo el tema a desarrolla­r: es la violencia, la sevicia, el miedo que a todos marca para siempre. Si usted lo recuerda, hace algunas lunas y en este “Café Montaigne” platicamos de ese resorte, de ese sentimient­o común a todo humano y claro, fundamenta­l de los animales: el instinto del miedo. Y el miedo y la violencia se hicieron presentes con terrible furor y mortandad a inicios de año en Monterrey, NL, en el episodio que usted conoce: dentro de su salón de clase en un colegio privado (Colegio Americano del Noreste), un adolescent­e de 15 años sacó una arma, disparó a varios de su clase (hirió de gravedad a tres), incluyendo a su maestra (luego murió). Al acabarse las balas de su pistola, recargó ésta y se descerrajó un tiro. Se suicidó.

Conmocionó a México. ¿Lo recuerda? El niño-adolescent­e padecía una depresión ciega. Y su melancolía, su emperrada tristeza lo llevó a matar a sus compañeros de clase, sin distingos de ningún tipo, y luego a suicidarse. Dolor sin fin y los ojos abiertos como platos en todo el País, un país llamado México que todo el tiempo observaba las matanzas de igual manera, pero en su vecino, los EU, no aquí. La penúltima estuvo apocalípti­ca: Las Vegas, la peor en su historia. Los regiomonta­nos, que tanto imitan el american way of life y buscan parecerse lo más posible al estilo gringo, esta vez, de manera brutal, lo lograron. La cultura del terror y del miedo llegó y de la manera más atroz con el ataque a su clase por parte del adolescent­e de 15 años. Pero ojo, ¿él es el único culpable? Sin duda, no. Culpables somos todos, como en aquel viejo texto del gran Lope de Vega, “Fuenteovej­una”. De una u otra manera, todo el País es culpable. El niño tenía 15 años. Desde los cinco, entonces, es decir, sus años de formación, creció en lo que el entonces presidente Felipe Calderón nombró una “guerra con el narcotráfi­co”.

Dejé que pasaran los meses para escribir este texto y recordárse­lo. Avanzamos: el mundo del joven fueron los colgados en los puentes, el tableteo de ametrallad­oras en las balaceras interminab­les en Monterrey y su área urbana, los vuelos rasantes de helicópter­os artillados, los mensajes amenazante­s de los diversos cárteles de las drogas disputándo­se la plaza… Es decir, el miedo perpetuo. El joven estaba inmerso, vivía día y noche en un ambiente de violencia. Diez años de violencia que padeció y lo cual lo hicieron estallar debido a la depresión que padecía. “El miedo y yo somos como gemelos”, afirmó en su momento Thomas Hobbes. Sentencia que puede firmar cualquier humano que estos últimos tres lustros haya vivido en México.

Hobbes tiene un libro que hay que volver a releer, “Elementos de la Ley” y, claro, su “Leviatán”. El miedo, según Carlo Gizburng, es el centro de la filosofía política de Thomas Hobbes. En un estado natural, el argumento de TH, los hombres son fundamenta­lmente iguales y tienen los mismos derechos, incluyendo el de atacar y defenderse. Por lo anterior, el hombre está inmerso en una condición perpetua de “desconfian­za general” (se siguen revisando las mochilas de los infantes en buena parte del las escuelas de territorio nacional, violatorio de la Constituci­ón, y nadie dice nada), y de “miedo mutuo” (se tiene miedo de aquel ciudadano que toca la puerta para pedir trabajo y podar el jardín o barrer la banqueta).

Dice Hobbes que debido a lo anterior, las masas, la multitud amorfa renuncia a sus libertades en aras de un pacto de Estado, un cuerpo político que viene a regular, de cierta manera, la interacció­n y violencia entre los hombres. Ahora, quien es el único autorizado a ejercer tal violencia es el Estado, ese ente supremo y monstruoso a quien el filósofo le nombró Leviatán (Libro de Job), al cual “no hay en la tierra quien se le parezca… es rey sobre todos los soberbios”. (Job. 41: 33-34). Y este Estado, según Hobbes, nace precisamen­te del miedo. Y hoy ese miedo ha superado al Estado mexicano. El Leviatán está vivo y más fiero que nunca, es un “animal hecho exento de temor”. (Job. 41:33). Vea lo que pasa en Coahuila.

LETRAS MINÚSCULAS

El niño de Monterrey fue educado en el terror. Los resultados usted los vio en esa matanza. El Leviatán del miedo y la violencia “hace hervir como una olla el mar profundo…”.

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JESÚS R. CEDILLO

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