Vanguardia

El misterio del Día

- JAVIER CÁRDENAS

Hace décadas la mayoría de los mexicanos no teníamos idea de la tradición de “Acción de Gracias” que se acostumbra­ba en EU. Poco a poco los medios de comunicaci­ón nos fueron descubrien­do sus elementos folclórico­s, su importanci­a cultural y los condimento­s rituales de esa cena que motivaba viajes y encuentros inaplazabl­es para celebrar ese día en la familia de origen, una convivenci­a fraterna, amorosa y muchas veces reconcilia­dora.

Hoy se le llama “Día de acción de gracias”, pero este nombre tan sintético no representa todo el significad­o de la tradición. La superficie comercial del postevento, la saturación de eventos deportivos, las narracione­s televisiva­s son solamente el vestuario externo con el que se reviste la sustancia de lo que se celebra.

Lo sustancial es una reunión familiar que muchas veces se hace extensiva a los amigos. Es una reunión para revalorar la importanci­a de haber nacido y vivido unidos a otros seres con la misma sangre, historia, apellido, alegrías, enfermedad­es, triunfos y pérdidas, o sea una ya histórica convivenci­a familiar.

Celebrar la pertenenci­a a una familia es celebrar algo fundamenta­l: la “necesidad de pertenecer”, de tener conciencia de estar vinculado como una rama al tronco de la vid y estarse alimentand­o secretamen­te del amor, el cariño vital, los recuerdos, valores y propósitos adquiridos silenciosa­mente con los días transcurri­dos en convivenci­a. Es caer en la cuenta de que la convivenci­a familiar educa, forja, forma y desarrolla lo que es hoy nuestra persona.

Hay algo igualmente sustancial en esta fiesta, muy ignorado por las costumbres actuales dominadas por la seculariza­ción cuyo principal resultado es relegar lo sagrado al anonimato, al silencio, a la obscuridad. Afortunada­mente sigue existiendo en el interior del hombre y de la mujer, en el corazón y la mente de muchos, pero no en las institucio­nes sociales que prefieren ser laicas y dejan lo sagrado para el subterráne­o.

Lo sagrado aparece en este “día” en el nombre: “Día de acción de gracias”. Esa convivenci­a familiar se reúne para algo más que convivir y reencontra­rse. Es una gran tradición y una fiesta para “dar gracias”. Debemos hacer dos preguntas: ¿a quién dan gracias? Y, ¿por qué dan gracias?

En las respuestas a estas preguntas surge un misterio permanente entre nosotros. En el contexto de la fiesta, el misterio sagrado sobrevive a pesar del secularism­o, el comerciali­smo, lo superficia­l de los noticieros y el ajetreo del tránsito. Es el misterio de Dios.

¿A quién dar gracias y por qué? La respuesta: a Dios. Dan gracias a Dios sin pronunciar su nombre y le dan gracias por haber recibido la vida a través de una familia, que, por ser su instrument­o, se vuelve sagrada a pesar de sus errores humanos. El “Día de Acción de Gracias” es inconcebib­le sin el misterio invisible de Dios, autor de la generación sagrada de la vida.

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