Obsolescencias vigentes
Multitudes humanas viven como perros callejeros sin amo.
En medio de todos los peligros, las inseguridades, la desprotección. Pueden ser atropellados, aplastados, pasar hambre y no poder calmar la sed. Ser corridos, descartados, excluidos. Una civilización oxidada sigue intentando una involución anacrónica.
Es como si un adulto se siguiera tropezando como cuando aprendía a caminar. Errores que ya eran experiencia valiosa para conseguir aciertos se manejan hoy como estrenos de posmodernidad. Se sigue restando, a pesar de la suma de culturas occidentales y ancestral sabiduría oriental. La fina tela de los grandes logros para bien de todos se sigue salpicando de manchas de mentira, de odio, de injusticia, esclavitud y guerra.
Un libertinaje, con máscara de libertad, alienta y anima sistemas que tachan aquellos.
Ideales de lucha: igualdad, libertad, fraternidad. Se borra la ética como si no se tuviera toda la limpidez del pensamiento griego y la luminosa revelación judeo-cristiana. Se desboca el afán de poder, de tener y de placer, como vértebras endebles de una esquelética vida atrapada en un inmediatismo sin trascendencia.
La vigencia de lo obsoleto, de lo ya descartado, por sucesivos escarmientos, sigue dañando a generaciones ya privilegiadas por victorias de las anteriores. Lo pésimo excepcional se sube al proscenio, toma el micrófono, surfea en la ola, se viste de notoriedad. La magnanimidad, como hazaña, es desplazada por cinismos de fuerza o falsificación.
El joven, en un mundo así, está en la encrucijada. Si no cae en el letargo de la inteligencia, la anemia de la voluntad y la frialdad del corazón, se lanza como Quijote, por el camino del compromiso responsable. Otros eligen la evasión psicodélica o las sendas de la fuerza o de la astucia tramposa y disimuladora.
Contagiadas de pasado, muchas vidas humanas no disfrutan ni se sumergen en el presente para un verdadero futuro. Creen progreso y avance lo que es retroceso y repetición de lo superado. Se reeditan esclavitudes, vicios, desviaciones de épocas de decadencia.
Recuperar lo absoluto, lo constitutivo, lo trascendente puede curar las infecciones de un relativismo individualista. Sólo el ojo nuevo puede ver, soñar, adivinar, anhelar y realizar ese horizonte lejano. Dice el ojo juvenil: “Sí, ahí está la montaña”, aunque los otros sentidos adultos lo nieguen, porque el oído no oye pájaros ni viento, el olfato no percibe olor a pino, ni la mano extendida puede tocar follaje ni troncos de árbol. La montaña está allá en la lejanía con la serenidad de su perfil azul... Sólo lo contempla –con esperanza– el ojo nuevo de la juventud...