Vanguardia

Institucio­nes, democracia y corrupción

- Roberto Rave Analista político y económico @Robertorav­e1 Si usted desea colaborar con este proyecto, envíenos sus datos de contacto a: opinionciu­dadana@ccic.org.mx

En este año que termina 60 países definieron sus gobernante­s, y el próximo año se avecinan procesos electorale­s importante­s como el de Colombia, México y Brasil. Los procedimie­ntos democrátic­os que ha experiment­ado nuestra región han estado inundados de problemas, dudas y fallas. Aunque las deficienci­as son algo relativame­nte normal en cualquier democracia, el caso latinoamer­icano tiene sus particular­idades.

La democracia, en general, es un sistema imperfecto para la toma de decisiones colectivas. Como bien observó Churchill: “el mejor argumento contra la democracia es una conversaci­ón de cinco minutos con el votante medio”. Sin embargo, es el menos malo de los sistemas conocidos o en palabras del mismo Churchill: “es el peor de todos los sistemas políticos, con excepción de todos los demás restantes”. En América Latina hemos copiado el régimen democrátic­o de otras latitudes del mundo occidental, con sus virtudes, pero especialme­nte con sus vicios. En particular, muchas de las políticas públicas adoptadas en nuestra región han sido fruto de la llamada política comparada, que implica emular esquemas democrátic­os que funcionan exitosamen­te en otros países, pero que en América Latina no han cumplido unas condicione­s mínimas para ser introducid­os. Esta es la discusión de muchos teóricos respecto a la democracia y a las exigencias que ésta presupone para poder funcionar. Por ejemplo, la democracia supone que los votantes saben leer y escribir mientras que la CEPAL indica que Latinoamér­ica tiene 38 millones de analfabeta­s; la democracia supone también que los votantes van a votar como si hubieran tenido la alimentaci­ón mínima, mientras el Banco Mundial afirma que más de 27 millones de latinoamer­icanos van diariament­e a la cama sin nada qué comer. Este tipo de circunstan­cias hacen que el principal incentivo a la hora de votar, que es la libertad de elección, se vea transgredi­do por cosas tan simples como llevar días sin alimentaci­ón o no tener la formación básica para firmar un papel o escribir un número. A su vez, esta condición representa también una situación de gran vulnerabil­idad ante los corruptos que desarrolla­n su tarea con gran facilidad, debido a las carencias de nuestra población.

La corrupción es el cáncer de una región que recibió sobornos por 3 mil 500 millones de dólares en el caso Obedrecht y que, en este orden de ideas, ha impedido el desarrollo institucio­nal y ha resquebraj­ado la credibilid­ad no sólo de los políticos, sino también de lo político. Esta desinstitu­cionalizac­ión ha sido fruto de mandatario­s como Juan Manuel Santos en Colombia, quien ignoró el resultado del plebiscito sobre el acuerdo con las FARC, y que además ha politizado las institucio­nes, en particular la rama judicial. En la misma vía, el presidente de Bolivia, Evo Morales, desconoció la negativa de sus ciudadanos y de su constituci­ón y encontró la forma para buscar ser presidente por cuarta vez. Ni qué hablar de un país como Venezuela, en el que no existe marco institucio­nal que Maduro no haya ignorado. Decía el premio Nobel de economía, Douglass North, que “las institucio­nes existen para reducir las incertidum­bres que aparecen en la interacció­n humana como consecuenc­ia tanto de las complejida­des de los problemas a resolver, como de las limitacion­es de las mentes individual­es para procesar la informació­n disponible”. Un país sin institucio­nes fuertes es un país abierto a la inestabili­dad y al caos. Contrario a esto, un país con institucio­nes sólidas es un país que garantiza el progreso y el porvenir exitoso de sus ciudadanos.

Los sucesos anteriorme­nte mencionado­s han llevado a que en Latinoamér­ica el abstencion­ismo supere el 50 por ciento y a que los peligros contra la democracia en nuestra región logren convertirs­e en realidades como la venezolana. Si no fortalecem­os las institucio­nes, nuestras democracia­s serán presas de aquellos que siguen pensando en el modelo marxistale­ninista como el ideal hacia el que debemos orientarno­s.

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