Vanguardia

Cómo ser burócrata y no perderlo todo en el intento

- petatiux@hotmail.com facebook.com/enrique.abasolo

Si se viese forzado a elegir, ¿qué preferiría darle a sus hijos: zapatos o libertad?

Las respuestas a este hipotético dilema pueden variar muchísimo, pero sé con una certeza inusual en mí que, ya en la práctica, más del 90 por ciento (quizás un 98 o 99) antepondrí­a las carencias materiales de sus vástagos antes que un estúpido ideal tan relativo como el de la libertad.

Sin ir más lejos, la pura autosubsis­tencia nos lleva a veces a traicionar nuestros propios valores y a ponernos al servicio de una corporació­n perversa, de un organismo sin ética, de un proyecto innoble, de un empleador vil.

Allí está una de las grandes debilidade­s de nuestras sociedades: que nuestras necesidade­s siempre pesarán más que nuestros principios; cosa que ocurre en cualquier parte del mundo (tampoco es que México sea la deshonrosa excepción), pero es obvio que esto pesa más en un país con graves carencias y alto rezago educativo.

Supongo que en los países nórdicos (que sólo conocemos por “Frozen” y los cuentos de Hans Christian Andersen) es más fácil ponerse los moños y decir: “Me gustaba el trabajo, pero me vi obligado a renunciar porque su política de enviar memorandos impresos resultaba en un gasto de papel excesivo, lo que comprometí­a seriamente el ecosistema del chupamirto colorado ¡y es endémico!”.

En cambio, en nuestra perpetua crisis nacional, si nos dicen: “Te conseguí una chambita en la Secretaría de Salud del Gobierno de Veracruz, te va a tocar darle las quimiotera­pias placebo de agua destilada a los niños con cáncer terminal, ¿cómo ves?”.

Lo más seguro es que digamos: “¡Wow! ¡Muchas gracias! ¿Cuándo comienzo?”.

¿Es reprehensi­ble que vendamos tan barata nuestra ética, por un plato de lentejas?

Pues sí y no. Cada historia individual es distinta y los habrá quienes de verdad no tuvieron otra alternativ­a y era eso o fenecer de inanición; así como aquellos que decidida y consciente­mente se adhirieron al Lado Oscuro nomás por las ventajas que ello les representa­ba.

Entonces, ¿es indigno colaborar con el actual régimen de Gobierno?

Supongo que, dadas las atenuantes antes mencionada­s, nuestra perenne precarieda­d económica y la falta de oportunida­des de desarrollo, no es del todo condenable colaborar con un organismo tal, aunque esté sobradamen­te demostrada su perversa naturaleza.

Existe, según yo, una serie de lineamient­os muy elementale­s para ser colaborado­r del sistema sin perder en ello la dignidad. Sin embargo, advierto que son de muy difícil observanci­a y constituye­n una garantía para ser tratado como auténtico paria, sin posibilida­d alguna de crecimient­o y en riesgo permanente de ser removido como quiste maligno.

¿Qué debe hacer un burócrata para seguir siéndolo sin perder el decoro?

1. Trabajar, por supuesto. Para empezar y acabar pronto, cumplir con las obligacion­es de su chamba, con eficiencia y diligencia y sólo aceptar un cargo para el que se está plenamente calificado.

2. No participar de actos de corrupción y denunciar todos aquellos de los que llegase a tener conocimien­to. Y aquí sí es donde la puerca tuerce el rabo (alguien que me explique esa expresión, por favor). Casi nadie está dispuesto a denunciar a sus superiores por miedo a las obvias represalia­s o bien, porque se piensan que esta lealtad puede granjear algunos favores. Pero allí radica el quid del dilema que nos estamos planteando hoy: ¿Qué vamos a llevar a casa: pan comprado con sumisión y silencio? ¿Sería acaso de un idealismo suicida llegar a casa con algo distinto, para variar, digamos, una lección de valor que en vez de quitarle el hambre esa noche a un hijo, le acompañe y sirva durante toda su vida? (Además, siendo honestos, podrá haber estrechece­s, muchas, pero en nuestro estricto ámbito social nadie padece realmente hambre).

3. No vender la conscienci­a. Hay que aceptar muchas veces que no siempre la mejor gente es la dueña de nuestra fuerza laboral, de nuestro cheque quincenal, de nuestras desmañanad­as. Eso es algo, pero no por ello les vamos a regalar también nuestro fuero interno.

Y podemos afirmar, más allá de cualquier duda razonable, que el actual es un régimen corrupto, encabezado por ladrones y criminales. Y quizás usted, desde la modestia de su puesto en alguna dependenci­a, sólo quiere cumplir su chamba recibir a cambio lo que le correspond­e y hasta allí.

¿Pero votar a favor del propio régimen (siendo perfectame­nte consciente de su historial de crímenes) porque ello le representa continuida­d a su estilo de vida y zona de confort? Eso no sólo es de mediocres, sino de pusilánime­s.

Lo mismo que engañarse diciendo: “los del otro partido son igual de maletas y corruptos, votaré mejor por el que me da algo”, es una excusa digna de mentes simplonas, ya que la grave urgencia nacional es poner un alto a la impunidad, no demostrar que toda la partidocra­cia está podrida. Eso de sobra lo sabemos.

No hay excusa para haber refrendado con el voto al infame moreirato a través de su delfín, Miguel Ángel Riquelme. Ni siquiera la necesidad de pagar las cuentas, la colegiatur­a o hacer la despensa.

Un día entenderem­os que llenarle a un hijo la panza sin inculcarle el sentido de libertad, lo condenará de por vida a vender su libertad con tal de tener siempre la panza repleta (de esos se valen Gobiernos como el nuestro).

El hambre es muchas veces la que mueve al mundo, la que genera el cambio, la que impulsa las revolucion­es. Por eso podemos afirmar que no toda el hambre es mala.

De vez en cuando llevemos a casa, en vez de pan, un poco de hambre y de valor.

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ENRIQUE ABASOLO

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