Cómo ser burócrata y no perderlo todo en el intento
Si se viese forzado a elegir, ¿qué preferiría darle a sus hijos: zapatos o libertad?
Las respuestas a este hipotético dilema pueden variar muchísimo, pero sé con una certeza inusual en mí que, ya en la práctica, más del 90 por ciento (quizás un 98 o 99) antepondría las carencias materiales de sus vástagos antes que un estúpido ideal tan relativo como el de la libertad.
Sin ir más lejos, la pura autosubsistencia nos lleva a veces a traicionar nuestros propios valores y a ponernos al servicio de una corporación perversa, de un organismo sin ética, de un proyecto innoble, de un empleador vil.
Allí está una de las grandes debilidades de nuestras sociedades: que nuestras necesidades siempre pesarán más que nuestros principios; cosa que ocurre en cualquier parte del mundo (tampoco es que México sea la deshonrosa excepción), pero es obvio que esto pesa más en un país con graves carencias y alto rezago educativo.
Supongo que en los países nórdicos (que sólo conocemos por “Frozen” y los cuentos de Hans Christian Andersen) es más fácil ponerse los moños y decir: “Me gustaba el trabajo, pero me vi obligado a renunciar porque su política de enviar memorandos impresos resultaba en un gasto de papel excesivo, lo que comprometía seriamente el ecosistema del chupamirto colorado ¡y es endémico!”.
En cambio, en nuestra perpetua crisis nacional, si nos dicen: “Te conseguí una chambita en la Secretaría de Salud del Gobierno de Veracruz, te va a tocar darle las quimioterapias placebo de agua destilada a los niños con cáncer terminal, ¿cómo ves?”.
Lo más seguro es que digamos: “¡Wow! ¡Muchas gracias! ¿Cuándo comienzo?”.
¿Es reprehensible que vendamos tan barata nuestra ética, por un plato de lentejas?
Pues sí y no. Cada historia individual es distinta y los habrá quienes de verdad no tuvieron otra alternativa y era eso o fenecer de inanición; así como aquellos que decidida y conscientemente se adhirieron al Lado Oscuro nomás por las ventajas que ello les representaba.
Entonces, ¿es indigno colaborar con el actual régimen de Gobierno?
Supongo que, dadas las atenuantes antes mencionadas, nuestra perenne precariedad económica y la falta de oportunidades de desarrollo, no es del todo condenable colaborar con un organismo tal, aunque esté sobradamente demostrada su perversa naturaleza.
Existe, según yo, una serie de lineamientos muy elementales para ser colaborador del sistema sin perder en ello la dignidad. Sin embargo, advierto que son de muy difícil observancia y constituyen una garantía para ser tratado como auténtico paria, sin posibilidad alguna de crecimiento y en riesgo permanente de ser removido como quiste maligno.
¿Qué debe hacer un burócrata para seguir siéndolo sin perder el decoro?
1. Trabajar, por supuesto. Para empezar y acabar pronto, cumplir con las obligaciones de su chamba, con eficiencia y diligencia y sólo aceptar un cargo para el que se está plenamente calificado.
2. No participar de actos de corrupción y denunciar todos aquellos de los que llegase a tener conocimiento. Y aquí sí es donde la puerca tuerce el rabo (alguien que me explique esa expresión, por favor). Casi nadie está dispuesto a denunciar a sus superiores por miedo a las obvias represalias o bien, porque se piensan que esta lealtad puede granjear algunos favores. Pero allí radica el quid del dilema que nos estamos planteando hoy: ¿Qué vamos a llevar a casa: pan comprado con sumisión y silencio? ¿Sería acaso de un idealismo suicida llegar a casa con algo distinto, para variar, digamos, una lección de valor que en vez de quitarle el hambre esa noche a un hijo, le acompañe y sirva durante toda su vida? (Además, siendo honestos, podrá haber estrecheces, muchas, pero en nuestro estricto ámbito social nadie padece realmente hambre).
3. No vender la consciencia. Hay que aceptar muchas veces que no siempre la mejor gente es la dueña de nuestra fuerza laboral, de nuestro cheque quincenal, de nuestras desmañanadas. Eso es algo, pero no por ello les vamos a regalar también nuestro fuero interno.
Y podemos afirmar, más allá de cualquier duda razonable, que el actual es un régimen corrupto, encabezado por ladrones y criminales. Y quizás usted, desde la modestia de su puesto en alguna dependencia, sólo quiere cumplir su chamba recibir a cambio lo que le corresponde y hasta allí.
¿Pero votar a favor del propio régimen (siendo perfectamente consciente de su historial de crímenes) porque ello le representa continuidad a su estilo de vida y zona de confort? Eso no sólo es de mediocres, sino de pusilánimes.
Lo mismo que engañarse diciendo: “los del otro partido son igual de maletas y corruptos, votaré mejor por el que me da algo”, es una excusa digna de mentes simplonas, ya que la grave urgencia nacional es poner un alto a la impunidad, no demostrar que toda la partidocracia está podrida. Eso de sobra lo sabemos.
No hay excusa para haber refrendado con el voto al infame moreirato a través de su delfín, Miguel Ángel Riquelme. Ni siquiera la necesidad de pagar las cuentas, la colegiatura o hacer la despensa.
Un día entenderemos que llenarle a un hijo la panza sin inculcarle el sentido de libertad, lo condenará de por vida a vender su libertad con tal de tener siempre la panza repleta (de esos se valen Gobiernos como el nuestro).
El hambre es muchas veces la que mueve al mundo, la que genera el cambio, la que impulsa las revoluciones. Por eso podemos afirmar que no toda el hambre es mala.
De vez en cuando llevemos a casa, en vez de pan, un poco de hambre y de valor.