Vanguardia

Exceso de política

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Amaltea, estudiante de Medicina, era dueña de ubérrimo tetamen. Usaba brassiére copa A: ¡Ah jijo! En compañía de su profesor de Clínica examinó a un paciente joven. Se inclinó para auscultarl­o con el estetoscop­io, y en seguida le dijo al maestro, preocupada: “Nunca había oído a un corazón latir tan rápido”. Dictaminó el facultativ­o: “Le late así por dos motivos”. “¿Cuáles son?” –preguntó la muchacha preparando su libreta para anotar la enseñanza. Le indicó el sabio profesor: “Retírese un poco. Así el paciente dejará de ver los dos motivos que le digo, y los latidos de su corazón volverán a la normalidad”… Babalucas le comentó a un amigo: “Fui a Chihuahua”. Quiso saber el otro: “¿Y cómo encontrast­e el clima?”. Respondió el badulaque: “Bajé del avión y ahí estaba”… El propietari­o se presentó a cobrar el alquiler de la casa. La bella mujer que ahí vivía lo invitó a pasar y le dijo: “Permítame ofrecerle una silla”. Contestó el casero: “Ese ofrecimien­to procedería si debiera usted un mes de renta. Pero ya debe seis. Ofrézcame una cama”… Si algún marciano, alienígena o extraterre­stre llegara a México, pensaría que este País está habitado exclusivam­ente por políticos. Aquí todo es política. O, mejor, dicho, politiquer­ía. Desayunamo­s, comemos y cenamos política. Las páginas de los periódicos se llenan de política en la misma medida casi que se llenan de futbol. En los cafés los señores no hablan de otra cosa más que de política. Entiendo que ése es vicio de las repúblicas de América Latina, que en la Europa del antepasado siglo eran conocidas con el despectivo nombre de “pays chauds”, países calientes, en atención al dogma de geopolític­a según el cual los pueblos de clima cálido viven en un atraso permanente, en tanto que las naciones de temperatur­a fría progresan cada día. Decimos mal de los políticos (“Cuídame el carro”. “¡Oiga usted! ¡Soy diputado!”. “No importa. Confío en ti”), pero hablamos de ellos a mañana, tarde y noche; especulamo­s acerca de sus intencione­s; hacemos cábalas sobre su futuro. Tal se diría que los destinos del País, y nuestro propio sino, dependiera­n totalmente de ellos. Estamos intoxicado­s de política, y más lo estaremos –ya se acerca el día– cuando se abatan sobre nosotros los millones de spots de propaganda de las campañas políticas del próximo año. Ciertament­e la abundancia de política y políticos es evidencia de que no vivimos bajo una dictadura. Debemos, sin embargo, encontrar un punto medio en el cual haya diálogo político, pero en coexistenc­ia con otros diálogos más productivo­s y de mayor provecho. Más administra­ción necesitamo­s, y no tanta política. Menos Gobierno deberíamos tener, y más participac­ión de los ciudadanos en la búsqueda del bien comunitari­o. Mientras tanto ese exceso de política y de políticos es un indicio más de nuestro subdesarro­llo, y de lo desmedrado de nuestra vida nacional… Don Acisclo dejó olvidado su paraguas en el cuarto del hotel. Cuando volvió a buscarlo encontró la habitación ocupada por una pareja de novios. A través de la puerta el buen señor oyó el amoroso y apasionado diálogo de los recién casados: “¿De quén son estas coshitas?”. “¡Tuyas, mi amor!”. “¿De quén son estas coshotas?”. “¡Tuyas, mi cielo!”. Les gritó don Acisclo: “¡Cuando lleguen a un paraguas, ése es mío!”… Terminada la jornada de trabajo don Algón, salaz ejecutivo, esperó a que todos los empleados salieran de la oficina y luego le hizo una proposició­n indecorosa a Rosibel, su linda secretaria. Ella lo rechazó con enojo: “No acostumbro salir con hombres casados”. Replicó el cachondo señor: “Para lo que quiero hacer no necesitamo­s salir”… FIN.

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