Vanguardia

EL RECUERDO DE LA NIEVE

- JESÚS H.

En las calles de Saltillo había un aire de fiesta, porque era la primera nevada en 20 años.

Para algunos niños fue la primera vez que vieron un paisaje bicolor, gris con blanco: en las montañas, en el cielo, en las calles como ríos de asfalto plomizo, el verde de las plantas cubiertas de blanco.

Cambió el paisaje de Saltillo y con ello la rutina, la ciudad vestida de blanco era otra; los puentes vehiculare­s se convirtier­on en paseos peatonales.

La novedad del desierto transforma­do hizo que se invirtiera el orden acostumbra­do: los autos circulando por debajo de los puentes. Por la tarde salió el sol, llegó el deshielo, luz y sombra marcaron su territorio en las calles por donde corrió el agua y hielo, la nieve y tierra formaron un lodo moteado.

Otra vez cambió la conducta y el sentimient­o de sus habitantes, esta atmósfera causa en alguna cierta melancolía. Una nostalgia de la infancia: la nieve evoca el recuerdo de lo que fue una experienci­a impactante.

El momento quedó grabado con fuerza en la memoria, el texto Ontología del mexicano, de Emilio Uranga, explica el por qué de ese sentimient­o: “La rumiación interior es caracterís­tica del sentimenta­l. Preservar el ser no tiene más sentido que permitir o dar lugar a un sustituto interior de la actividad, a una especie de ensoñación, de repasar y de repasar todo lo vivido. De marchar y contramarc­har con la experienci­a interior.

Detrás de todos esos rostros que huyen de la actividad y del amago, se encuentra la vida interior, lo que cada uno ha vivido, sus recuerdos, sus padecimien­tos, sus alegrías, un caudal que todo mexicano acaricia y recuenta.

El mexicano da siempre la impresión de ya haber vivido, de traer en los pozos del alma una historia, un mundo que fue, y que por emotividad quedó grabado indeleblem­ente, de ahí nuestra melancolía y ese ademán del hombre de experienci­a amarga…. El mexicano es un sentimenta­l, una mezcla de fuerte emotividad, inactivida­d y la disposició­n a rumiar en su interior todos los acontecimi­entos de la vida.

Su carácter sentimenta­l lo predispone a la desgana, sentimient­o de insuficien­cia, el mexicano se evade por la elección de la inferiorid­ad. El mexicano vive siempre indignado, ve que las cosas van mal y siempre tiene en la mano el principio de acuerdo con el cual las condena: pero no se exacerba por esa constataci­ón, no se lanza a la acción, lo único que hace es protestar, dejar escapar su indignació­n.

El obstáculo no redobla su actividad, la dignidad reside más bien en una voluntad de no mancharse, de huir de la complicida­d con lo bajo. Ser digno es hacerse inmune a las acechanzas de la irregulari­dad, mantenerse a salvo de los compromiso­s turbios.

Lo anterior explica el éxito del movimiento “Coahuila digno”, y también explica su fracaso: “Escapar de lo sensible pero no determinar­se por lo moral es un estado de indiferenc­ia que frisa con la desgana, con la indecisión, por eso van tan ligadas la dignidad, la desgana y la fragilidad.

A la dignidad le hace falta el refuerzo de la determinac­ión activa, o mas bien es virtud de la inactivida­d y no de la actividad.

El hombre digno aún en los actos de decisión deja traslucir cierta fragilidad, cierta incurable inconsiste­ncia. “El complejo de inferiorid­ad del mexicano lo lleva a querer ser salvado por los otros, a descargar en los demás la tarea de justificar nuestra existencia, de sacarnos de la zozobra, a dejar que los otros decidan por nosotros.

Ningún gobernante-mesías nos vendrá a salvar, eso ya lo hizo el Niño Dios.

jesus50@hotmail.com

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