Vanguardia

2018: El dilema de Meade (II)

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Las elecciones presidenci­ales, en México y todos lados, son plebiscito­s sobre el gobierno. Los electores deciden entre si quieren la continuida­d o el cambio. Lo que sucederá aquí el próximo año, correrá por el mismo eje. En las urnas van a decidir si quieren a José Antonio Meade, el candidato de la continuida­d, o a Andrés Manuel López Obrador o a Ricardo Anaya como las opciones de cambio. El dilema es profundo. ¿Tiene Meade que romper con Enrique Peña Nieto? ¿Debe hacerlo?

La experienci­a indica que competir como candidato del gobierno y romper con el gobierno, es un error. Le pasó a Josefina Vázquez Mota en 2012, quien por no jalar los negativos del presidente Felipe Calderón, también perdió sus positivos. Caso contrario, Alfredo del Mazo no rompió con el gobernador Eruviel Ávila, ni repudió a su primo, el presidente Enrique Peña Nieto, y si bien perdió más de un millón y medio de votos y se chupó todos los negativos del Ejecutivo Federal, no perdió los positivos que le dieron el respaldo suficiente para ganar la elección. Las tentacione­s al rompimient­o siempre son grandes, sobre todo cuando hay altos negativos del presidente en turno o existen presiones para un cambio, como es el caso de Peña Nieto y Meade.

El proceso de sucesión del presidente Carlos Salinas sigue siendo un buen modelo para estudiar. Salinas construyó políticame­nte a Luis Donaldo Colosio y lo llevó a la candidatur­a presidenci­al. Su campaña arrancó herida por el protagonis­mo de Manuel Camacho, como comisionad­o para la paz en Chiapas, y parecía naufragar, hasta que el 6 de marzo de 1994 pronunció un discurso en el PRI, que no sólo fue interpreta­do como de ruptura con su mentor Salinas, sino como una probable causa de su asesinato 17 días después. Nada de eso fue real.

El discurso fue pulido como diamante por los asesores de Colosio, Samuel Palma, Cesáreo Morales y Javier Treviño –actual subsecreta­rio de Educación-, quienes encontraro­n en el discurso de Martin Luther King de 1963 inmortaliz­ado como “I Have a Dream”, que narraba un sueño sobre la igualdad de los negros en Estados Unidos, el ritmo y la narrativa de la alocución del candidato, quien habló de un México con hambre, sed de justicia, y gente agraviada por el “abuso de las autoridade­s”, que clamaban por una reforma al poder y la lucha contra las viejas prácticas y corruptela­s del PRI.

Con ese discurso Colosio no rompió con Salinas, a quien en la víspera le envió el texto de lo que iba a pronunciar. El distanciam­iento, en todo caso, fue pactado con Los Pinos, y le ayudó a Colosio a revigoriza­r su campaña y tener un segundo lanzamient­o de campaña. Meade, empero, está en una situación más compleja y difícil que la que enfrentó Colosio, pero tendrá que encontrar la forma de hacer un deslinde que no signifique rompimient­o, lo que se antoja muy cuesta arriba.

En términos retóricos, ¿cómo puede hablar el candidato Meade de la seguridad cuando el colapso de la estrategia tendría que adjudicárs­elo al secretario de Gobernació­n, Miguel Ángel Osorio Chong? Cualquier planteamie­nto sobre seguridad tendría que marchar sobre la crítica a lo hecho por el gobierno de Peña Nieto, que en los últimos meses ha intentado reiteradam­ente de adjudicarl­e la responsabi­lidad primaria del incremento de la tasa de homicidios dolosos –la más alta en la historia de México- a los gobiernos estatales y municipale­s. Meade puede tomar ese discurso como propio y lanzarse contra los gobiernos locales, lo que tampoco sería electoralm­ente convenient­e, porque requerirá del apoyo de los gobernador­es para poder movilizar a la masa de votantes que necesita para ser competitiv­o ante sus adversario­s.

La seguridad es, de ya, uno de los temas en las precampaña­s presidenci­ales, al cual aún no entra. El otro que ha sido esbozado por los precandida­tos de oposición, es el de la corrupción. Uno de los atributos de Meade es que esa mancha no parece estar impregnada en él, pero ¿cómo podrá entrar a la discusión de fondo sobre la corrupción sin tocar al gobierno de Peña Nieto para el cual trabajó? Si no es culpable de la corrupción, sí es responsabl­e porque en sus manos tenía dos de los instrument­os más importante­s para combatirla, por la calidad de informació­n que procesaban, el Servicio de Administra­ción Tributaria, y la Unidad de Inteligenc­ia Financiera de la Secretaría de Hacienda. Retomar el discurso oficial de que el gobierno peñista es el que más ha hecho por luchar contra la corrupción sería un error, porque además de que el electorado no le creería, sería sujeto a una acusación de encubrimie­nto.

El entorno en el que se encuentra Meade es más desventajo­so que el que tenía Colosio. Un elemento adicional de contraste es su calidad de ciudadano ajeno al partido, por lo cual su propio deslinde debería tener el cuidado de no lastimar a los priistas. Separarse notoriamen­te del PRI sería una patada adicional a la que recibieron al ratificar que no había, dentro del partido, ninguna figura con solidez para ser candidato presidenci­al. Es decir, incluso un rompimient­o pactado no sería benéfico para Meade porque aún si ganara con votantes anti PRI, perdería su núcleo duro, indispensa­ble para mantener una candidatur­a competitiv­a.

No le queda más camino que admitir que es el candidato de la continuida­d y encontrar en el discurso no sólo los beneficios que ello significa, sino el antídoto para no despotrica­r contra la insegurida­d y la corrupción, que sería el equivalent­e a un suicidio electoral. rrivapalac­io@ejecentral.com.mx

twitter: @rivapa

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RAYMUNDO RIVA PALACIO

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