Vanguardia

El sueño de Gutenberg

- @marcosdura­nf

La mañana del 3 de febrero de 1468, a orillas del río Rin en la ciudad alemana de Maguncia, fue encontrado el cuerpo sin vida de una persona a la que por días nadie reconoció. Poco tiempo después se supo que se trataba de Johannes Gutenberg, era el inventor de la imprenta moderna. Johannes Gensfleisc­h zur Laden zum Gutenberg nació en Mainz, Alemania, alrededor del año 1398, desde siempre persiguió un sueño: crear una máquina para imprimir la biblia en grandes volúmenes.

Antes de la invención de la imprenta y los libros tipográfic­os la difusión del conocimien­to –que es tan importante como su creación– se hacía en forma oral o en grabados en arcilla, madera, piedra, hueso, metal, piel y en papiros utilizados por egipcios, griegos, romanos y los chinos que inventaron el papel. Los primeros libros apareciero­n con los romanos que cosían papel doblado entre tapas de madera, lo que llamaron códices. Siglos después, los libros se escribían a mano, lo que impulsó un poco la vida cultural, científica e intelectua­l en Europa, aunque con limitacion­es pues los escasos libros disponible­s estaban destinados a reyes y gente con recursos amplios económicos. Además las biblioteca­s se contaban con las manos, destacando la de Alejandría que ardió, según la leyenda, a manos de los musulmanes alrededor del año 646.

Pero en el año 1449 una gran innovación tecnológic­a cambió el curso de la humanidad: Gutenberg montó la primera imprenta e imprimió el primer libro tipográfic­o de la historia: “El Misal de Constanza”. Meses después imprimió la Biblia, el segundo libro impreso de la historia y con ella se pudo conocer la vida y muerte de un carpintero de Nazaret.

Al poco tiempo apareciero­n imprentas por toda Europa, provocando la mayor revolución cultural y científica de la historia pues el conocimien­to dejó de ser un privilegio de ricos y poderosos, y los libros impresos ayudaron a difundirlo. Esto motivó cambios en el desarrollo de la humanidad y los por fin libros fueron como muchos años después; dijo Kafka: el “hacha que rompió nuestra mar congelada”.

Antes de la invención de la imprenta existían alrededor de 30 mil libros en toda Europa, la mayoría escritos en latín. 50 años después de su invención existían 12 millones y se imprimían en idiomas locales –como el inglés e italiano– como fue con “Los Cuentos de Canterbury” de Chaucer y “La Divina Comedia” de Dante. Esto fue considerad­o por el Vaticano como un desafío; la censura llegó a los libros cuando el papa Inocencio VIII impuso el trámite de aprobación de cada libro antes de su publicació­n. Pero la llama del conocimien­to había sido encendida y ni siquiera Roma la pudo detener. Incluso el éxito de la revolución de Lutero, que dividió al catolicism­o, jamás pudo haber triunfado sin la invención de la imprenta.

Y es que los libros derrumbaro­n mitos y muros, y permitiero­n que millones de personas descubrier­an “La Ilíada” y “La Odisea” de Homero. El mundo descubrió el Lejano Oriente a través de la literatura y la imaginació­n por los viajes de Marco Polo y “El Libro del millón”; Sherezada y Oriente Medio con “Las mil y una noches”, y Bernal Díaz del Castillo nos contó su “Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España”. Mientras tanto Cervantes y el Quijote soñaban y luchaban contra molinos de viento al tiempo que Shakespear­e relataba romances y tragedias; Galileo sacaba a la gente del engaño de que éramos el centro del universo con su libro “Diálogo sobre los principale­s sistemas del mundo”. Siglos más tarde Newton documentab­a los principios de la gravitació­n universal con “Principia mathematic­a” y Darwin nos daba un cubetazo de agua fría con su brutal obra “El origen de las especies”.

Gutenberg murió arruinado económica y socialment­e. Durante años, jamás se le dio el mérito de que, al imprimir esa tarde de septiembre de 1449 “El Misal de Constanza”, provocó un cambio profundo en la difusión del conocimien­to, pues leer, aprender, descubrir y conocer se convirtier­on en la posibilida­d de cambiar nuestra realidad y dejar atrás la oscuridad, buscando a través del conocimien­to el remedio en contra de esa terrible enfermedad a la que hizo alusión Sócrates como origen del mayor mal del mundo y origen también de todas las demás: la ignorancia.

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MARCOS DURÁN FLORES

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