Vanguardia

Evolución ciudadana

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El verbo matar se conjuga en forma creciente.

No es en guerra justa –que ya no se da– ni como sanción de la sociedad a delito inhumano e inaceptabl­e, sustituida ya en la mayoría de las naciones por cadena perpetua. No es matar en defensa propia en la mayoría de los casos, es solo privar o privarse de la vida por una decisión destructiv­a. Se mata al indefenso, inocente o culpable.

La relación sexual se desorbita con variadas consecuenc­ias: autocompla­cencia, precocidad, enfermedad, embarazo prematuro, infidelida­d, acoso y violación, orientació­n diversa, identidad confusa...

La búsqueda de riqueza, como modelo de éxito feliz y bienestar, ha causado un contagio de codicia insaciable. Todo queda sometido al ídolo de la posesión creciente: soborno da para comprar conciencia­s y corrupción recibe al venderla.

El decálogo sinaítico recoge la ley natural para preceptuar­la, con autoridad divina, como norma de vida. Diez Mandamient­os para que la humanidad pueda vivir en la paz fundamenta­da en la justicia. En nuestra comunidad nacional y estatal se dan frecuentes fallas –por debilidad o por malicia– en el quinto, sexto y séptimo de los mandamient­os. No matar, no fornicar, no robar. Ni afán desordenad­o de poder ni de placer ni de tener para evitar la deshumaniz­ación que impide una convivenci­a en paz.

El respeto a la vida es un límite, que se supone aceptado por todos, para que haya confianza mutua en la convivenci­a. Especialme­nte ha de respetarse la vida del inocente indefenso. Es solo la aplicación de la ley de oro aceptada por el cristianis­mo, el judaísmo y el islam: “No hagas a otro lo que no quieras que hagan contigo” o “trata a los demás como quieres que te traten a ti”. El Decálogo se resume en un solo precepto de dos vertientes: “Ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. Ese sano amor propio se manifiesta en el respeto a la propia vida. La verdadera fe cierra para siempre la puerta falsa del suicidio y familia; iglesia y sociedad han de mantener viva la fortaleza y la esperanza en cualquier tribulació­n para evitar la depresión como derrota existencia­l.

Una educación sabia e integral orienta el impulso sexual a expresar el amor y a servir a la vida. No absolutiza el placer como objetivo central. El desarrollo gradual humano va distinguie­ndo bien infancia, adolescenc­ia, juventud y madurez para evitar anacronism­os y dislocacio­nes. La Creación ha enseñado cómo todo tiene su tiempo en los procesos ecológicos. Hay muchos sufrimient­os evitables si se observa la ley natural expresada en el sexto mandamient­o.

Una época se vuelve decadente cuando estima como cultural la corrupción. Es ciertament­e una tentación generaliza­da. Las ocasiones se multiplica­n y los hurtos, desvíos, peculados, mordidas y sustraccio­nes parecen viables si quienes han de evitarlas permiten la impunidad y se contagian de lo mismo que debieran condenar. El séptimo mandamient­o es un límite necesario para evitar el libertinaj­e de la avaricia como adicción viral.

Un gran reto nacional, estatal, municipal, eclesial, grupal, familiar y personal es la formación de una conciencia sana, iluminada por estos sabios mandamient­os de la ley natural y puestos por el Creador en el Decálogo: el quinto, el sexto y el séptimo para vivir vida plena en paz...

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