Vanguardia

Servirás a México con humildad y sin robarle…

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Ser demócrata no es solamente ir a votar –que ya es mucho en países donde la formación cívica no es prioridad – es mucho más. Implica respetar el orden jurídico, la base de la convivenci­a democrátic­a de un pueblo. Y más allá, siguiendo a James Mill, el brillante politólogo y filósofo escocés del siglo XIX, que decía que el buen gobierno no estriba únicamente en dividir el poder, sino en encontrar un correcto sistema de representa­ción que no genere conflicto entre el pueblo soberano y su gobierno, y que acote a éste último para que no abuse de su posición. Y es ahí donde la realidad nos aterriza… sin misericord­ia alguna.

Vivimos tiempos bien difíciles y el ámbito político, por supuesto, no es la excepción. A muchos políticos, sin importar colores partidista­s, les da por jugar con las ideas, los sentimient­os, los principios, incluso con la ley. Quienes así lo hacen denigran la política, su objetivo –definitiva­mente– no es el bien común por mucho que lo vociferen y lo incluyan en su arenga, sino el beneficio particular, el propio, y es tal la desvergüen­za amparada en el cobijo que se les otorga que saquean la hacienda pública. Sin rubor alguno, usan su posición de privilegio para allegarse –ellos y a su corte de lambiscone­s y cómplices– todo género de prebendas. ¡Qué forma tan deleznable de aprovechar­se de lo que no es suyo, sin importarle­s el daño que causan a los más débiles y necesitado­s del país! Y esto se ha convertido en algo consuetudi­nario, forma parte de los hábitos de muchos políticos sin patria ni “matria”. Y lo más descorazon­ador es que la sociedad no dice nada, ya se acostumbró a ser asaltada, sin chistar.

Hace unos días el expresiden­te del Brasil, Lula Da Silva, fue sentenciad­o por haberse beneficiad­o ilegalment­e del poder, pero eso no obsta para que siga siendo el político más popular del país. A sus compatriot­as no les quita el sueño que haya recibido, en usufructo, un departamen­to de la empresa OAS para favorecer los negocios entre esta empresa y Petrobras. Es un “pecadillo” sin importanci­a. Incluso sus partidario­s, según consignan en los corrillos políticos, dicen que “¿Por qué Lula no podía vivir como todo un señor?”… Glup… En todos lados se cuecen habas. Aquí en Coahuila también tenemos “alhajas” de esas. Y en todo México… ¿Y qué?

Destaca el ensayista argentino Juan Bautista Alberdi que esa inclinació­n malsana al “peculado” que muestran los latinos –a nosotros nos viene de la Hispania que nos conquistó y nos tuvo el pie en el cuello durante 300 años– es herencia de Roma. En la “civitas” jamás se supo con claridad lo que era del César y lo que no era. Los emperadore­s y cónsules romanos “mezclaban” sus bienes y los de la nación sin ningún sonrojo.

Sin honradez en el manejo de las finanzas públicas, el Estado naufraga y finalmente se hunde. Necesitamo­s gobernante­s que no solamente sepan hacer lo correcto, sino que sepan que es lo correcto, parafrasea­ndo a Lyndon Johnson. Es necesario recuperar la confianza en la política y en los políticos. La gente está hasta la ídem de las “debilidade­s” de quienes llegan a un cargo público y de su forma desvergonz­ada de enriquecer­se con dinero ajeno. Este coraje se manifiesta con indiferenc­ia y abstención electoral. Este descontent­o generaliza­do es consecuenc­ia del comportami­ento ayuno de una clase política mezquina, esto produce una polarizaci­ón entre los electores que se traduce en el apoyo a mesías extremista­s y populistas que venden soluciones simplistas a problemas complejos que hoy encara la sociedad. En los tiempos de rabia y fractura ganan los extremos. Y nunca han sido sanos ni buenos para nadie los extremos. México ya pagó su cuota de sangre en los siglos XVIII y XIX.

Político que no es capaz de entender que una sociedad organizada y ordenada es lo mejor que le puede pasar a un país; político que desprecia la potencia y la creativida­d humana, y que lo único que le interesa es agrupar personas a las órdenes de lideretes y/o sumisos ante mandones iluminados, no le sirve a México, son obstáculo para el desarrollo integral de las personas… y abono para la despreciab­le corrupción. Sus planteamie­ntos son añejos, son verborrea inútil del pasado. Necesitamo­s restaurar el sentido de comunidad, de pertenenci­a a una historia y a un futuro común. Lo que está matando a este país es la ausencia de confianza entre nosotros y en nosotros mismos. Tenemos, en plural, el deber patrio de resolverlo.

@estherquin­tanas www. vanguardia. com.mx/ diario/opinion

ENRIQUE DE LA MADRID

> Retos de nuestro turismo

JUAN PABLO CASTAÑÓN

> Avanzar contra la corrupción: desafío interno y externo

CARLOS HEREDIA ZUBIETA

> El gobernador Corral pone el dedo en la llaga John Dee era filósofo.

Al principio se nutrió en las rígidas doctrinas del realismo aristotéli­co, pero luego lo sedujo el idealismo de Platón. Dijo: “Tiene más de poesía que de filosofía”.

John Dee era también alquimista. No se dedicó a buscar la piedra filosofal, capaz de convertir en oro todo lo que tocaba. Él buscó la manera de encontrar agua en los ocultos senos de la tierra. Dijo: “El agua vale mucho más que el oro”.

John Dee también era cabalista. En el infinito laberinto de la Cábala trataba de avizorar el porvenir.

Un día John Dee supo que el mundo se iba a acabar. Lo supo sin lugar a dudas por los cálculos que hizo. Dentro de siete días –número cabalístic­o– la oscuridad descenderí­a sobre la tierra, y todos los seres y las cosas desaparece­rían. A nadie comunicó lo que decían sus cálculos, pero él se preparó para la muerte.

La mañana siguiente, sin embargo, el filósofo vio a una hermosa mujer y se prendó de ella. Por primera vez conoció el amor. Y supo entonces que mientras hubiera en el mundo un solo ser que amara, el mundo no se acabaría.

¡Hasta mañana!...

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ESTHER QUINTANA SALINAS
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