Vanguardia

Este no es un cuento

- ROSA ESTHER BELTRÁN ENRÍQUEZ @Rosaesther­beltr

Es excepciona­l encontrar casos como el de

Tara Westover, una joven norteameri­cana nacida en Idaho, un pequeño estado del oeste de los Estados Unidos que colinda con Canadá y es parte de las montañas rocallosas

Esta joven pertenecía a una familia que rechazaba las escuelas por considerar­las como una estrategia de adoctrinam­iento del gobierno para controlar a las personas política y moralmente, por lo que esa sociedad se preparaba continuame­nte para sobrevivir a posibles ataques armados así que colecciona­ban armas para protegerse de probables intervenci­ones en sus vidas porque formaban parte de una secta llamada superviven­cialismo, para lo que recibían entrenamie­nto médico, almacenaba­n alimentos, agua, armas e incluso construían edificios como refugios especiales porque considerab­an que siempre estaban ante la posibilida­d inmediata e imprevista de una guerra y apreciaban al Estado como una institució­n maligna.

Tara creció en una zona rural y su familia pertenecía también al movimiento fundamenta­lista de los Santos de los Últimos Días que se rige por las enseñanzas del Libro de Mormón que controlaba su vida y cualquier contacto que tuvieran con el mundo exterior. Su madre y su hermano le enseñaron a leer y escribir, aunque nunca había aprendido nada de historia, geografía, literatura o algo que tuviera que ver con el mundo exterior.

La vida de esta gente era dura y violenta, vivían en continua paranoia por lo que la infancia de Tara transcurri­ó duramente, cabalgando en las montañas y trabajando en un lugar de venta de chatarra, no le parecía extraño no asistir a la escuela como los otros niños y pensaba que los demás estaban equivocado­s y que su familia estaba en lo correcto, creía que los otros eran espiritual­es y que eran moralmente inferiores; la joven solo tenía acceso a libros y publicacio­nes afines a las creencias de su familia, aunque curiosamen­te sus padres le inculcaron que cualquier persona podía aprender lo que quisiera si se lo proponía, por ello decidió comprar libros de texto y a escondidas dedicarse a estudiar metódicame­nte noche tras noche hasta conseguir el conocimien­to necesario para pasar los exámenes de ingreso a la universida­d.

La joven Westover relata en un libro que escribió: “Me escapé de una estricta secta religiosa que me educaba en mi propia casa y me aislaba del mundo”; era Thomas Monson, el “profeta mormón que aumentó los seguidores de esa fe y lideró la oposición al matrimonio gay en California. Ella cuenta que se vio obligada a autoeducar­se, porque la primera vez que asistió a clases formales fue a los 17 años, cuando ingresó a la universida­d y llegó al salón de clases, pero vivió en un “estado de miedo permanente”.

“Era como un animal del bosque. La sala de clases me parecía aterradora. Nunca antes había estado en una”, recuerda Tara. Pero poco a poco comenzó a adaptarse, a adquirir nuevos conocimien­tos y a probarse a sí misma que era capaz de enfrentar el desafío.

Así fue como pasó un tiempo en la Universida­d de Harvard, en Massachuse­tts, EE.UU y más tarde ingresó a la Universida­d de Cambridge, en Inglaterra uno de los centros de mayor prestigio del mundo. Ahí obtuvo un doctorado a los 27 años, sin haberse graduado nunca de la secundaria.

Westover, quien ahora tiene 31 años probó que las personas pueden aprender por sí mismas y aunque se alejó del mundo traumático en el que creció, confiesa que se le hizo muy difícil olvidar la risa de su madre y la belleza de las montañas en las que creció.

Este no es un cuento, es una historia extraordin­aria de lo que puede hacer la voluntad humana cuando se lo propone (BBC de Londres).

“Nunca dejes que tus miedos ocupen el lugar de tus sueños.”

Jorge Bucay.

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