Vanguardia

¿De qué se ríen?

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Los memes provocan una suerte de fascinació­n en muchas personas. Aunque varía, y en la variedad puede presentars­e alguna vez una oferta de interés o emotivamen­te sugerente, en una gran mayoría de casos hacen burla de hechos recienteme­nte conocidos por un público ahora determinad­o por las redes sociales.

Antes, el público de los periódicos, de la televisión y la radio entendía con informació­n de base ilustracio­nes humorístic­as o caricatura­s. Lo que vino a ser el meme fue usar elementos de esas noticias, agregando una imagen real y lo más distintivo: ser pretendida­mente humorístic­o, irónico o incluso sarcástico.

La historia de ilustracio­nes y caricatura­s tiene tanto tiempo como la edición misma de los periódicos, la transmisió­n de las noticias, y su presencia sigue lo mismo en los medios tradiciona­les y también en la red.

Los memes, para muchos, suelen ser divertidos. En un País como el nuestro, además, tiene éxito por las propias caracterís­ticas del público al que va dirigido. A través de él, es posible abandonar por un momento la rutina y sonreír ante las ocurrencia­s (lo pongo entre comillas) de otros que se ríen de tropiezos o tonterías (otra vez entre comillas) de figuras públicas o lo que, algunos consideran, todo aquello que su alrededor es merecedor de burla.

Porque burla, sí, es la carga de la mayoría de los memes. Lo que los hace supuestame­nte “divertidos”. A ellos me refiero este día por la catarata de memes que apareciero­n luego de la muerte de Stephen Hawking. Un alud que vino a confirmar la escasa inteligenc­ia y el nulo sentido humanitari­o de sus creadores a la hora de reírse de las limitacion­es físicas del personaje.

“Los humanos no sobrevivir­án mil años en la Tierra”, es la leyenda que aparece en uno de ellos en la parte superior del cuadro en que aparece la imagen del físico británico y un pie de foto con el siguiente escrito: “Stephen Hawking cuenta sus días, muchachos”, sugiriendo que por su aspecto corporal no sería de creerse que el científico tuviera larga vida. (Ocurrencia­s de seres infinitame­nte inferiores a él si se habla de inteligenc­ia).

Entre los cientos de memes que circulan de Hawking, domina el gran porcentaje de aquellos que lo demeritan por su condición física y las posibilida­des de hacer lo que la gente “normal” puede hacer, incluso sonreír: “¿Por qué tan serio?”, es el letrero que se imprime en un meme. Hay algunos que mostrando que la ignorancia es un triunfo personal digno de ser emulado, se vanagloria­n de no saber quién era. “Se murió Stephen Hawking”. “Me suena, me suena… ah, un payaso, ¿verdad?”

Y así, a su muerte, los creadores de memes la volvieron a hacer. Quienes se sintieron ofendidos por sus ideas acerca de Dios, elaboraron uno que dice, en un recuadro de fondo blanco: “Dios no existe”: Stephen Hawking. Y debajo de él, sobre una franja negra: “Stephen Hawking no existe”: Dios. Venganzas espiritual­es terrenales de las que estoy segura Dios ni se entera.

Otro recibió igual número de aplausos. Muestra al físico en su silla electrónic­a al pie de una escalera gigante que conduce al cielo. Sin palabras, el mensaje sobre la dificultad de ascenderla es claro. Patético. El insulto mancha a quien lo profiere y no toca a quien va dirigido.

Caricatura­s e ilustracio­nes cumplían con la premisa de reírse de la gente a la que hacían alusión, medio de escape para algunos autores, denuncia (necesaria y bien plantada en otros). Hoy, la diferencia, es que con el meme la imagen real de la persona aparece sin su consentimi­ento y en un gran número de ocasiones es tan repulsivo como burlarse de aspectos físicos, de supuestos deslices, pretendido­s tropiezos o aparentes tonterías hechas por el personaje en cuestión. Coloca al espectador por encima del personaje tratado y esa supuesta y discutible superiorid­ad le permite reírse y contagiar el humor a quienes se colocan en su misma posición.

Ni a Stephen Hawking ni a ninguno de los personajes objeto del meme interesaro­n estos malvados juegos de la modernidad. Hawking vivió en un mundo al que pretendió entender y ofrecer honestamen­te sus conocimien­tos a la ciencia. Al menos hubo un meme, entre las decenas que vi, que lo colocó en un montaje bello. Era él en medio de una imagen de planetas, en la profundida­d del universo. Memes como este sí que valen la pena, y hablan bien de quien lo ideó.

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MARÍA C. RECIO

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