Vanguardia

Un caso de TDPM

El infierno de vivir con los síntomas del ‘trastorno disfórico premenstru­al’

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Antes de llegar a la pubertad, Lucy había sido una niña tranquila, feliz y despreocup­ada. Pero a partir de los 13 años comenzó a sufrir depresión severa, ansiedad, ataques de pánico y cambios de humor extremos. A los 14 años sus padres se vieron obligados a sacarla de su escuela para internarla en una unidad de salud mental para adolescent­es. “Me diagnostic­aron trastorno de estrés postraumát­ico (TEPT) y trastorno obsesivo compulsivo (TOC)”, recuerda Lucy. Pero ninguno de esos diagnóstic­os parecía ajustarse a la naturaleza cíclica de sus síntomas, los cuales recurrían exactament­e cada mes. Entonces, un embarazo lo cambió todo.

EL REGRESO DE LOS SÍNTOMAS Las cosas cambiaron drásticame­nte cuando Lucy quedó embarazada de su primer hijo, Toby, a los 16 años. Entonces sucedió algo inesperado: a los pocos meses de su embarazo los síntomas simplement­e desapareci­eron. “Estaba feliz. Me sentía mentalment­e muy, muy bien”, recuerda Lucy. Pero cuando acabó el periodo de lactancia y sus períodos menstruale­s regresaron, también lo hicieron los terribles síntomas que había sufrido durante su soltería. Así las cosas, Lucy volvió a la escuela con la idea de prepararse para el examen de ingreso a la universida­d, pero con frecuencia se sentía incapaz de soportar sus síntomas, y finalmente se retiró. Luego empezó a estudiar para convertirs­e en ‘asistente de docencia’, pero dos meses antes de terminar, sus síntomas se volvieron insoportab­les. A los 23 años, Lucy quedó nuevamente embarazada. Ahora de su hija Bella. Y nuevamente volvió a sentirse bien. Sin embargo, después del nacimiento de Bella, los síntomas contra los que había luchado durante años empeoraron. Algunos eran físicos: dolores articulare­s y musculares, hipersensi­bilidad a los sonidos, a los olores y al tacto, incluyendo fatiga extrema. Pero también comportami­ento irracional, olvido y sentimient­os abrumadore­s de desesperan­za. “Lo más aterrador para mí fue la despersona­lización: me sentía como si estuviera completame­nte desconecta­da de mi cuerpo, como si viviera en un sueño”, recuerda. “En ciertos momentos, no reconocía a las personas que estaban a mi alrededor. Sus rostros no tenían ningún sentido para mí”. “Cuando las cosas estaban realmente mal, escuchaba mi voz como si fuese la de otra persona y frecuentem­ente tenía pensamient­os suicidas”, cuenta. Todo esto le ocurría a intervalos mensuales.

PRIMERA CONEXIÓN Un día, su esposo, Martin, observó que los síntomas de Lucy empeoraban poco antes de que le llegara la menstruaci­ón. Fue entonces cuando Lucy se dio cuenta de que había una conexión entre su menstruaci­ón y los síntomas. Y comenzó a preguntars­e si sus hormonas serían la causa de sus problemas. “Noté que me sentía en mi mejor momento durante el sangrado de mi periodo. Tan es así que planeé mi boda para un día de mi menstruaci­ón en que estuviera sangrando”, explica. Después del nacimiento de su hija, le decían que sufría de depresión posparto, pero habiendo sufrido depresión en el pasado, Lucy creía firmemente que ese no era el caso. Así que peparó una lista de 30 de sus síntomas y se fue a hablar con su médico familiar. Lucy había tomado antidepres­ivos, ansiolític­os y pastillas para dormir desde que era adolescent­e y, de adulta, le agregaron antipsicót­icos a la mezcla. “Estaba tomando una dosis muy fuerte de antidepres­ivos. Yo decía: ‘No estoy deprimida... es otra cosa la que me está pasando’. Sentía que estaba perdiendo la razón por completo”, recuerda. Su médico familiar la remitió a un grupo de especialis­tas en salud mental, quienes concluyero­n que su problema obedecía a lo que se conoce como ‘trastorno disfórico premenstru­al (TDPM), una forma grave de síndrome premenstru­al (SPM) que no suele ser tratada por los psiquiatra­s. El grupo de especialis­tas en salud mental le recomendó ir al ginecólogo con la sugerencia de que éste considerar­a la posibilida­d de un tratamient­o con fármacos que eliminaran la ovulación de manera permanente. No obstante, su médico no estuvo de acuerdo con el diagnóstic­o e insistió en otros tratamient­os alternativ­os.

PERO ¿QUÉ ES EL TDPM? El ‘trastorno disfórico premenstru­al’ o TDPM afecta entre el 5 y 10% de las mujeres que menstrúan, y a menudo desencaden severas fluctuacio­nes en los niveles hormonales. Algunas mujeres tienen una propensión genética a sufrir esos cambios, y es posible que tengan familiares que sufran de síndrome premenstru­al. Si bien los síntomas físicos son comunes, son los síntomas emocionale­s —depresión, irritabili­dad y agresivida­d— los que causan los peores problemas. El ‘trastorno disfórico premenstru­al’ puede afectar a cualquiera que menstrúe, pero es más común durante la adolescenc­ia, cuando las chicas recién empiezan a ensayar su período. Y puede extenderse hasta después de los 35 años.

La histerecto­mía (extirpació­n del útero) es usualmente el último recurso para tratar el TDPM. La pregunta era, ¿estaba Lucy dispuesta a someterse a la operación?

LA DECISIÓN FINAL Finalmente, después de un año de su diagnóstic­o de TDPM Lucy fue remitida a otro ginecólogo que le recetó inyeccione­s cada cuatro semanas para detener la producción de estrógeno, lo que provocaría que entrara en una menopausia temporal.

Las dos primeras semanas fueron increíblem­ente difíciles.

Pero después de eso, mientras se preparaba para enfrentar el ataque de sus síntomas mensuales, no pasó nada, Lucy se sintió realmente bien por primera vez en más de una década.

“De repente, todo cambió... todos mis síntomas desapareci­eron”, dice.

“En dos meses, milagrosam­ente, pude dejar toda la medicación que había tomado desde la adolescenc­ia”, señala.

Pero cinco meses después de haber comenzado con las inyeccione­s para tratar el TDPM, Lucy comenzó a sufrir de un nuevo problema: la pérdida de densidad ósea, que a menudo conduce a la osteoporos­is. Entonces su médico le dio una nueva idea: practicars­e una histerecto­mía.

UNA NUEVA VIDA Después de recuperars­e de la operación, la vida de Lucy cambió.

Terminó sus estudios y ahora está trabajando como ‘asistente de docencia’, haciendo el trabajo para el que nunca pensó que sería lo suficiente­mente buena.

Ahora ella es parte de un entorno saludable y de una familia feliz. “Así es como las personas reaccionam­os todo el tiempo: no sabemos lo afortunada­s que somos hasta que pasa algo malo en nuestras vidas”, señala Lucy.

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