Vanguardia

EL SUEÑO DE LA CRUZ

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Un poema del siglo X narra, primero desde el punto de vista de una persona que ve en sueños la cruz donde murió Jesús; después desde el punto de vista de la cruz, la que le habla así:

“Hace muchos años (bien, sin embargo, lo recuerdo) me talaron al borde del bosque, me cortaron el tronco; fuertes enemigos me cogieron, para un espectácul­o me labraron, patíbulo para bribones. Sobre los hombros me llevaron a la cima, me afianzaron firmemente, ¡un ejército de enemigos!

Luego vi al Rey de toda la humanidad con valeroso ánimo apresurars­e a subírseme encima. Rehusar no osé, ni doblarme ni romperme, aunque sentí los confines de la tierra temblar de miedo; a todos los enemigos podría talar, aun así me mantuve firme.

Luego el joven Guerrero, Dios, el Todopodero­so, se quitó las vestiduras, resuelto y fuerte; con señorial coraje a la vista de muchos se subió a la Cruz para redimir a la humanidad. Cuando el Héroe me agarró temblé de terror, pero no me atreví a doblarme ni a torcerme hacia la tierra; debía necesariam­ente permanecer firme.

Alzado como la Cruz mantuve al Alto Rey, Señor de los Cielos. ¡No osé doblarme! Con negros clavos me atravesaro­n, esos pecadores me punzaron; las marcas son claras, las heridas abiertas. No osé herir a ninguno. Se mofaban de los dos.

Estaba mojada con la sangre del costado del Héroe cuando exhaló el espíritu…“muchos tormentos sufrí en esa ladera viendo al Señor en agonía extendido.

Negras tinieblas cubrieron con nubes el cuerpo de Dios, ese esplendor radiante. La sombra avanzó oscura bajo el cielo; toda la creación lloró lamentando la muerte del Rey. Cristo estaba en la Cruz. Luego muchos llegaron rápidament­e, venidos de lejos, apresuránd­ose hacia el Príncipe. Lo contemplé todo.

Amargament­e afectado por la pena con docilidad me agaché a las manos de los hombres. Del grave y amargo dolor levantaron a Dios Todopodero­so. Esos guerreros me dejaron cubierto de sangre; tenía heridas de lanzas.

Con los miembros cansados lo soltaron en el suelo; estaban ante su cabeza, miraban al Señor de los cielos tendido descansand­o de la amarga ordalía totalmente exhausto. A la vista del verdugo le hicieron un sepulcro excavado en la brillante piedra; en él dejaron al Señor del triunfo.

Al anochecer tristement­e cantaron las endechas y fatigadame­nte se alejaron del Príncipe señorial; allí se quedó quieto y solo. Allí de pie mucho tiempo estuvimos afligidame­nte llorando después de que el lamento de los hombres se hubiera consumido. El cuerpo se enfrió, la hermosa morada de vida. A tierra los hombres nos hacharon y talaron, ¡severo destino! Cavaron una fosa y nos enterraron hondo. Pero allí los amigos y seguidores de Dios me hallaron y me adornaron con tesoro de plata y oro.”

En el año 326 Santa Helena ordenó excavar en el Gólgota, en donde según la leyenda encontró tres cruces: la de Jesús y la de los dos ladrones. Como era imposible saber cuál de las tres cruces era la de Jesús, Helena hizo traer un hombre enfermo, el cual al entrar en contacto con la cruz de Gestas empeoró en su salud, y al ser tocado con la cruz de Dimas quedó como había estado al principio, pero cuando fue tocado por la de Jesús, la Verdadera Cruz, se restableci­ó por completo.

Hoy en día, hay fragmentos de la Vera Cruz en muchas iglesias del mundo, incluida la capilla del Santo Cristo, al pie de su imagen. El obispo emérito Francisco Villalobos dijo a VANGUARDIA, que cuando Pablo VI era Papa, él se encontraba en el Vaticano, y que ahí le pidió a un monseñor el favor de otorgarle una astilla que después regalaría al Seminario de Saltillo.

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