LO QUE SALVA UNA LEGIÓN DE NIEBLA (EL INCENDIO)
Antes del amanecer, en silencio, entró la legión de niebla para aminorar el
fuego. Sus gotas diminutas se rompían para caer delicadas sobre algunos cadáveres vegetales. Andaba el agua en su vestido de niebla recorriendo la montaña, depositando su manto en los seres y las plantas. Caía ella sobre las heridas del incendio. Llegó para delimitar el imperio del fuego con sus humedades.
Y así estuvo la legión de niebla afanosa, ayudada por el viento helado, calmando con sus numerosas manos el miedo de los árboles y plantas, de los insectos, los hongos y otras entidades. Llegó para quedarse todo el día. Dejó claro su mensaje: es la naturaleza a la que debemos entregarnos (abajo el helicóptero dormía a causa de la niebla. Y solo la mitad de los brigadistas ascendió a continuar con el combate al fuego).
Creo que muchos recordaremos ese día, cuando el viento silbaba humedecido en la ciudad y en la montaña. Tal vez algunos habrán dado su lugar a la naturaleza y muy adentro entendieron su gran ayuda. Otros tal vez, le dieron gracias, y otros pocos, consideran cada signo, algo sagrado.
El 8 de abril de 2018 es una marca: en el cielo el Sol de quemadura; en la epidermis de la montaña, la sequedad preparando más ofrendas vegetales para ser devoradas. Recordemos este incendio por lo que despertó: el conocimiento de la vida y el agua que nos da la sierra de Zapalinamé. No importa si este despertar dura poco, ya que regará con su fertilidad otros asuntos, como la reflexión sobre puntos de interés comunitario: las aguas contaminadas por el fracking a ser depositadas Ramos Arizpe, el fracking como proyecto de “desarrollo” económico o la cada vez mayor ausencia de agua en Cuatro Ciénegas que grandes corporaciones extraen para cultivar alfalfa. Somos nosotros, defensores del capitalismo extractivo, los partícipes de la devastación. ¿Cómo explicaremos esto a los que vienen?
Hace unos días volví a caminar por los Aguajes, la naturaleza ondea bellísima en su esplendor y en su tragedia. Nos cura con sus perfumes. Es más imponente que cualquier catedral o museo. Anduve allí, buscando el rumor del agua, hasta encontrarlo libre.
El día que inició el incendio, dibujaba variaciones de montañas y agua. Cuando miré fuera de casa, la pira elevada de combustión semejaba la erupción de un volcán. Ayer soñé que el cañón se quemaba, que no se habían apaciguado completamente sus entrañas. Desperté y tardé en entender que había sido un sueño. Sin embargo, nos acercamos a nuestro apocalipsis. Nos gusta estar al filo de la navaja -entre memes y atomización-, escupiendo al cielo.
Que la naturaleza nos salve de nosotros. O que se salve ella misma, con su poder, de todos nosotros.